“Es como vivir en la Edad de Piedra”: El retorno a la cocina de leña por falta de gas en el interior de Venezuela

Redaccion El Tequeno

“Un país petrolero y no hay gas, no hay gasolina, no hay nada. Éramos ricos, Venezuela era rica”, se queja Kira Pimentel mientras agrega un poco de aceite al fuego que está armando en el patio de su casa para cocinar.

Por Nicole Kolster / bbc.com

Son varios meses repitiendo la misma rutina, casi todos los días. “Es como vivir en la Edad de Piedra”, agrega la mujer de cabello rojizo con canas y ojos grandes.

Kira, de 61 años, vive en Maracay, estado de Aragua, en la región central de Venezuela, a unas dos horas de Caracas en auto, unos 120 kilómetros.

Allí, como en el resto del país, inclusive Caracas, el suministro de gas es irregular o inexistente y el precio de una bombona en el mercado negro es impagable para la mayoría.

Esto ha hecho que muchas personas tengan que cocinar a leña, un producto que se ha vuelto a comercializar.

Es una muestra del deterioro del sector energético de un país que fue potencia petrolera, que es el octavo en reservas de gas natural y donde también hay carencia de gasolina desde hace meses.

“Es un atraso, hay que estar llevando candela (soportando el calor del fuego), humo en los ojos. Eso pega en la nariz y hace daño, vivíamos acostumbrados a hacer rápido la comida en nuestra cocina (con gas). Ahora no, eso cambió”, dice a BBC Mundo Kira, ansiosa por volver a esa antigua normalidad que no se avizora.

“Tiempo atrás hacíamos sancochos (hervido con vegetales y carne) en leña porque nos gustaba su sabor”.

Eso era solo por placer, no por fallas en el suministro de gas como ahora.

Maracay no sólo tiene un problema con el gas doméstico. La gasolina tampoco se consigue, los cortes eléctricos son casi a diario y duran horas, y el acceso a internet es limitado.

Aragua forma parte del disminuido cinturón industrial del centro de Venezuela, además de ser un productor agropecuario.

Hace unos diez años existían 1.500 empresas, pero para finales de 2019 había menos de 300 funcionando, según la cámara industrial estadal.

Para llegar a fin de mes, en noviembre Kira y su hermana Rosalba se dedicaron a vender hallacas, el plato navideño típico de Venezuela: cada una la vendían a US$2, que equivale prácticamente al sueldo mensual que cada una gana como técnico de radiología en un hospital de la ciudad.

La casa de las hermanas es una de varias que se han ido construyendo en una gigantesca parcela donde hace muchos años comenzaron a vivir sus abuelos.

Entre árboles frutales y alguna que otra mesita de hierro, Kira arma el fuego.

Para evitar una humareda, esta vez compró leña “de la buena” que complementa con ramas y cartones de huevos que va tirando a la candela.

El plan es colocar sobre el fuego el ollón para cocinar la hallaca, esta especie de tamal envuelto en hoja de plátano.

Pero el cielo comienza a oscurecerse.

“¡Dios mío no, que no llueva!”, implora Kira con una carcajada nerviosa, consciente de que el diluvio es una realidad.

No quiere atrasarse en la producción, y comprar una bombona de gas para su cocina en el mercado negro es un lujo (poco rentable) que no se pueden dar: lo que ganan ayuda a mantener a la numerosa familia Pimentel.

Y con las primeras gotas arranca otra corredera: proteger el fuego con el deseo de que la llovizna sea pasajera. Si no, toca apagar la leña para que no se consuma y poder usarla luego, como finalmente ocurre.

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