Populismo autoritario y democracia

Redaccion El Tequeno

No hay concepto político que reciba más adjetivos que el populismo. Para parafrasear a Pierre Rosanvallon, se trata de una palabra de goma y una noción cambiante que se aplica como etiqueta a sistemas de diferente contenido. (El siglo del populismo, Galaxia Gutenberg, p. 11). Es un concepto paradójico que revoluciona la política del siglo XXI, pero “todavía no hemos apreciado en su justa medida la transformación a que ha dado lugar”, proclama el pensador francés.

Los radicalismos de izquierda y de derecha tienen sus modalidades de populismo con un elemento en común: el mensaje de odio, la división de la sociedad entre amigos y enemigos, la intolerancia, la demagogia, la mentira y proclamarse como los voceros únicos del “pueblo”.  La posición contra los medios es otro elemento que los une. La crítica periodística no es admitida. Por eso, los insultos de Donald Trump y de Viktor Orbán a los periodistas demuestra que estos liderazgos no aceptan intermediación entre ellos y el pueblo.

A lo anterior se suma la vocación autoritaria del populismo autoritario para imponer una visión única e inapelable de la vida y de la sociedad. En estos modelos se encuentra la huella indeleble de Carl Schmitt. Sostiene Rosanvallon que Donald Trump, sin ser lector del constitucionalista alemán, “actúa instintivamente como si el país se dividiera entre hombres e infrahombres, amigos y enemigos que conforman mundos extraños” (p. 187); mensaje que repite insistentemente. Sus insultos incitan a la división entre estadounidenses buenos y malos, entre patriotas y traidores, al mejor estilo schmittiano. El espíritu de tolerancia no está presente en este discurso.

Como modelo de populismo autoritario, Rosanvallon examina el caso de Hugo Chávez, a quien responsabiliza de ser “un buen ejemplo de brutalización de las instituciones” (p. 186). Al igual que el caso de todos los populistas autoritarios, el mensaje basado en la tergiversación de la verdad y en el dilema amigo-enemigo es el que se impone para polarizar la vida política. (Y es esto lo que podríamos llamar la pospolítica, es decir, una manera de confrontar a quien exprese una idea distinta al amparo del dilema amigo-enemigo, en el mensaje del odio y del fanatismo).

El populismo autoritario tiene vocación de permanencia en el poder “como sea”. Así lo revelan casos conspicuos en Europa y en América. Es lo que ha pretendido hacer Donald Trump, al negarse a reconocer su derrota y alegar reiteradamente que fue víctima de fraude, pese a que los jueces no encontraron pruebas de tal alegato. De 62 demandas perdió 61, incluso por jueces postulados por él. A esto se suma que se negó a reconocer los resultados de los Colegios Electorales, trató de sabotear la certificación del Congreso hasta llegar a arengar a sus seguidores (la mayor parte supremacistas blancos) para atacar el Capitolio. Esto ha generado una poderosa crisis política en los Estados Unidos.

Si los liderazgos populistas autoritarios disponen de tantos recursos y tantos trucos, cabe preguntar: ¿es posible derrotarlos? Lo ocurrido con Trump demuestra que sí es posible. Para ello se necesita una dirigencia política moderada con suficiente habilidad para lograr consensos en torno a objetivos concretos. Es lo que ha hecho Joe Biden quien, con su serenidad y experiencia, ha construido acuerdos con los líderes republicanos, como Mitch McConnell. He aquí una lección: edificar acuerdos basados en el compromiso con los valores democráticos compartidos.

Desde luego que en el caso de la crisis estadounidense fue factor decisivo sus sólidas instituciones democráticas: Poder Judicial, Poder Legislativo y las Fuerzas Armadas. También la reacción de funcionarios del Estado como el vicepresidente Mike Pence y Brad Raffensperger; secretario de Estado de Georgia que resistió con dignidad la brutal presión ejercida por el presidente, cuya grabación todos pudimos conocer.

También destaca la admirable reacción del Estado Mayor Conjunto (Joint Chiefs of Staff), libre de ataduras políticas, al poner los intereses de Estado por encima de los caprichos del líder populista. El texto del Alto Mando Militar no deja margen a la duda: “Cualquier acto contra el proceso constitucional no solo atenta contra nuestras tradiciones, valores y juramento; también va contra la ley”. Un ejemplo de dignidad institucional y de respeto al juramento prestado de un sector integrado por hombres comprometidos con los valores democráticos.

En aquellos países con instituciones sometidas es necesario, como paso previo y fundamental, la construcción de una alternativa válida a la oferta populista mediante la elaboración de un proyecto democrático cargado de contenido, tal como lo propone Rosanvallon en su libro. Y en esto tiene un papel relevante el proceso electoral para que los votantes se sientan realmente representados y así puedan creer en los valores democráticos. Sin organismos electorales independientes y libres no será posible derrotar al populismo autoritario. El ejemplo de Estados Unidos así lo demuestra.

Todo sin olvidar que uno de los costados más vulnerables de la democracia es el Poder Judicial. Una sociedad que pretenda rescatar la libertad, además de un Poder Electoral, debe contar con un sistema de administración de justicia independiente y confiable. La democracia sin justicia no es ni podrá ser “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Ramón Escovar León

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