Una ráfaga de tiros a mitad de la noche no sorprende a nadie en Paracotos. «Cayó otro saqueador», es el pensamiento que invade a la mayoría de los vecinos cada vez que escucha el penetrante sonido.
La escasez de alimentos y la hiperinflación son los principales ingredientes de un coctel que, hasta la fecha, ha cobrado la vida de una docena de personas en plena Autopista Regional del Centro (ARC) .
«Mujeres, jóvenes, ancianos, niños, menores de edad. Hay de todo» responde uno de los saqueadores que accede a contarme lo que ocurre en este popular pueblo mirandino a cambio de no revelar su identidad.
Jairo – nombre ficticio que decidió adoptar durante la entrevista – es un joven de no más de 25 años, moreno, alto y tan delgado que resulta difícil creer que pueda cargar con el pesado botin que, según narra, logra tomar cada noche en la ARC.
Asegura que el fenómeno de los saqueos, implementado por un grupo de vecinos para «sobrevivir» , comenzó hace cinco años aproximadamente. «De tres para acá aumentaron más. Ahora se saquea a diario aquí. Yo saqueo sólo comida» .
A la pregunta que todos se hacen ¿por qué lo hacen?, la respuesta es corta y clara: hambre. «Hay hambre. Las bolsas que da el gobierno llegan cada tres meses. No hay empleo que valga. Esos sueldos no alcanzan para vivir, para comer. Estamos conscientes que hacemos lo malo, pero, si no, no comemos» .
Jairo es padre de tres niñas, vive a pocas cuadras de la transitada autopista, desde el porche de su humilde vivienda se escucha claramente el sonido de los pesados camiones que cruzan a alta velocidad la recta de Paracotos.
¿Ha habido muertos, heridos, presos?
-Van once muertos, cuatro menores de edad. A uno lo mataron los guardias. Los otros cayeron por arrollamientos y los que mueren porque les disparan los conductores. Presos hay más de treinta.
Está consciente del peligro, sin embargo varias noche a la semana recurren al saqueo. «Porque no estoy dispuesto a ver morir a mis niñas de hambre» .
El modos operandi varía, algunas veces colocan los llamados «miguelitos», dispositivos hechos de hierro y clavos que son atravesados en la vía para dañar los cauchos y obligar a los conductores de los camiones a detenerse.
Obligan al chófer a descender de la unidad y abrir la cava o desatar los amarres, una señal de los cabecillas hace que desde los matorrales que bordean la autopista salgan niños, mujeres y hasta adultos mayores. A toda velocidad cargan con lo que pueden y corren, «monte adentro por trochas que llevan al pueblo» con el botín que puede ser desde carne hasta toallas sanitarias e incluso frutas.
La conversación se corta en seco. Jairo guarda silencio a la pregunta que la mayoría de los paracoteños que no participan en la ilegal actividad se hacen: ¿Hay elementos del Estado involucrados en estas acciones?. Prefiere no responder y tras algunos segundos prefiere imaginar que Venezuela mejora.
«Si esto cambia, mejoraría la vaina, que venga al menos la comida completa cada quince días, para comprarla barata, que nos alcance para la comida diaria, tenemos hijos, abuelos. Necesitamos comer, que los trabajos paguen bien, por lo menos, así dejaríamos de hacer lo malo», agrega el joven.
Por lo pronto en las improvisadas trochas e incluso al borde de la importante arteria vial que comunica el centro del país con la capital de la República, se observan cruces que marcan, no sólo el lugar donde algunos de los 11 «saqueadores por hambre» han caído muertos, sino también una época signada por el desespero impuesto por una de las crisis humanitarias más crudas del continente.
«La vida vale poco»
Para el dirigente vecinal William Anseume, lo que ocurre en esta popular parroquia guaicaipureña es una actividad delincuencial que ha proliferado, «una razón más para ponerle coto a la manera como el régimen ha enfrentado la economía, propiciando el robo, el saqueo, como alternativa inaceptable de vida» .
Asegura que si el trabajo ni la vida valen nada en Venezuela ha sido producto «de un régimen que ha despreciado el ordenamiento natural del Estado, Estado al que hay que recomponer desde lo más hondo, lo más bajo, desde los tuétanos hasta lo más alto. En Venezuela todo está podrido y urge una recomposición general» .
Anseume, quien además es profesor universitario, sentencia que urge la entrada de la ayuda humanitaria. «La gente, de verdad, no es retórica, tiene hambre y deseos de vivir una vida libre, no impuesta. Es muy lamentable, triste, penoso, lo que ocurre en Paracotos con los saqueos consuetudinario».
Daniel Murolo