Cuando Cristóbal Colón llegó al otro lado del Atlántico un 12 de octubre de 1492, el “nuevo mundo” era un lugar complejo, diverso y fascinante.
Al contrario de lo que hicieron creer muchos europeos de la época, el continente estaba muy poblado y acogía sociedades dinámicas cuya sofisticación, en muchos casos, no tenía paragón en Europa.
En América vivían entre 40 y 60 millones de personas, según estimaciones recientes, las cuales hablaban cerca de 1.200 idiomas distintos, agrupados en unas 120 familias lingüísticas, cuenta a BBC Mundo Charles C. Mann, autor del libro “1491 – Una nueva historia de las Américas antes de Colón”.
Desde estructuras sociales igualitarias, pasando por el manejo forestal y el dominio de la ingeniería y la matemática, los pueblos originarios de la región ayudaron a tejer parte del mundo que vivimos hoy.
Como el maíz, un invento mesoamericano que revolucionó la alimentación y se convirtió en un elemento esencial de la dieta mundial.
Tanto es así que “la domesticación y la manipulación genética de plantas es la tecnología más impresionante desarrollada por los indígenas en América”, dice el arqueólogo estadounidense Kurt Anschuetz a BBC Mundo.
Las plantas, entre otras, también son prueba de la existencia de un rico comercio entre el norte y el sur, aunque los arqueólogos aun no saben explicar exactamente cómo plantas domesticadas en la Amazonía, como el tabaco, llegaron a la región de Canadá o el cacao mesoamericano al sur del continente.
En el choque entre los dos mundos que siguió a la llegada de los europeos, se perdieron muchas de las forma de vida y de las estructuras que construyeron, dejando incógnitas que los expertos aun intentan resolver.
Este es uno de los motivos porque es muy difícil encapsular en su totalidad quién vivía y cómo era la extensa América precolombina.
Por eso, en este especial de BBC Mundo nos centramos solo en una selección, hecha con ayuda de antropólogos y arqueólogos, de las culturas más grandes e influyentes del continente justo antes de la llegada de los españoles y los portugueses.
La mayoría dejaron muchas evidencias arqueológicas, a excepción de los pueblos amazónicos. Sin embargo, descubrimientos recientes sobre estos últimos están cambiando lo que se creía sobre la vida en el continente.
Norteamérica
Las docenas de culturas que vivían desde el actual Canadá hasta el extremo norte de México solían organizarse en comunidades menos monumentales y más igualitarias que los grandes reinos de Mesoamérica, por ejemplo, y mucho más que las monarquías europeas del siglo XV.
Se estima que aquí había cerca de 5 millones de personas cuando llegaron los europeos.
“Vivían en grupos relativamente pequeños que se juntaban para ayudarse mútuamente, pero ponían limitaciones muy claras al poder de las autoridades”, dice Charles C. Mann.
En algunas sociedades todo tenía que ser decidido bajo consenso y los líderes podían ser destituidos por el pueblo– ideas que impresionaron a hasta teóricos del iluminismo francés en el siglo XVIII.
Haudenosaunee
Las naciones indígenas Mohawk, Onondaga, Oneida, Cayuga y Seneca formaban los haudenosaunee y vivían en áreas rurales densamente pobladas.
Sus aldeas eran extensas y estaban una cerca de la otra pero no había una capital determinada.
“De esa manera, todos estaban más cerca del suministro de comida. En Norteamérica no había animales de carga como el caballo, así que transportar alimentos hacia una gran ciudad era más difícil”, dice Charles C. Mann.
Los haudenosaunee formaban una confederación que se regía por un gobierno con leyes aprobadas por un consejo en que hombres y mujeres tenían poder de decisión, incluso sobre las guerras.
En la práctica, era un gobierno de consenso, creen los expertos, como una democracia sin partidos.
Esto impresionó a los europeos, que cuando llegaron a América aun vivían bajo monarquías absolutistas y sociedades muy desiguales.
De hecho, esta es la única nación indígena que oficialmente tiene reconocimiento como un pueblo que influenció la constitución y la forma de gobierno estadounidense.
Charles Mann considera que el parecido entre ambos sistemas políticos es vago, pero cree que hubo un influjo cultural de los haudenosaunee.
“Los europeos encontraron pueblos que no tenían miedo a sus gobiernos, que eran autónomos y que se reían de la idea de que la nobleza era hereditaria. Esas fueron las lecciones importantes que aprendieron de ellos”, dice.
Culturas misisipianas
Las culturas misisipianas eran grupos de ciudades con una religión y una ideología común.
Se extendían por el mediooeste, el este y el sudeste de lo que sería actualmente EE.UU., llegando hasta la frontera con Canadá.
En su apogeo, poco antes del 1400 d.C., la extensión territorial de esos pueblos eraequivalente a lo que nombramos “cristiandad” en Europa en la misma época. Eso nos da una idea de cuán influyente fue esta cultura en Norteamérica, cuenta Charles C. Mann.
Sus ciudades más importantes tenían conjuntos de montículos de tierra en forma de pirámide o de plataforma, sobre las cuales se instalaban casas y templos.
Entre ellas estuvo la imponente Cahokia — ya deshabitada cuando llegaron los colonizadores — o Moundville, el segundo centro urbano más grande de los misisipianos.
Estas ciudades, más que centros políticos o comerciales, eran puntos importantes para la vida social y mística. Allí hacían grandes festines religiosos y sacrificios en masa, según los hallazgos arqueológicos.
Sin embargo, poco antes de la llegada de los europeos, Moundville dejó de ser habitada y se convirtió en un sitio de entierros y peregrinación religiosa.
“Hoy se barajan dos posibilidades: o bien se iban para que las ciudades tuvieran otra utilidad, según dicen los pueblos indígenas descendientes de los misisipianos; o porque se cansaban de la estructura elitista y solo mantenían aquellas donde el poder era compartido”, explica Mann.
Culturas pueblo
Entre lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos y el noroeste de México, había más de 20 comunidades con idiomas y etnias distintas pero con una cultura y una religión en común.
Los españoles les dieron el nombre de “pueblos”, pero algunas de las comunidades eran tan grandes que los primeros registros se referían a ellas como “reinos” y decían que “se extendían hasta donde llegaba la vista”.
Es el caso de Zuni y Acoma, esta última una impresionante ciudad construida sobre una meseta en Nuevo México.
“No había una ciudad dominante. Tenemos evidencias de que en tiempos de sequía o hambre se desplazaban de una ciudad a otra y se quedaban años hasta que las condiciones mejoraban en su región. Las culturas aprendían mútuamente y eran comunidades multinacionales”, explica Kurt Anschuetz a BBC Mundo.
Las culturas pueblos también eran unos agrónomos y unos agricultores impresionantes.
Desarrollaron variedades de maíz y tecnología para poder cultivarlas en distintos tipos de suelo, eso les garantizaba alimento suficiente para todo el año y reservas para compensar las malas cosechas.
Aunque en esa época en Europa no había una agricultura tan sofisticada y a gran escala, la técnica y eficiencia de los nativos no impresionó a los colonizadores.
“Los europeos buscaban riquezas minerales y almas para catequizar. Decían que las tierras eran tan fértiles que la gente no tenía que hacer nada, solo sembrar y cosechar. Pero no era así”, concluye Anschuetz.
Mesoamérica
Establecidos en ciudades monumentales y organizados en grandes imperios o en pequeños Estados independientes, los mesoamericanos se parecían más a lo que los europeos identificaban como “civilizaciones”.
Cuando estos llegaron, cerca de 24 millones de personas, según estimaciones, vivían en el corazón de América.
Esta zona fue cuna de innovaciones y avances tecnológicos, lo que hizo que sus grandes ciudades funcionaran mejor que las europeas, según los expertos.
Los pueblos indígenas consiguieron, por ejemplo, desviar el curso natural de ríos, construir lagos impermeables y plantar dentro de balsas flotantes. Usaban el caucho para jugar a pelota y conocían la rueda, aunque no la usaban porque era inútil en sus terrenos irregulares y sin animales de carga.
Aunque los mayas fueron los únicos en el continente en descubrir la escritura de forma independiente, otras culturas mesoamericanas también dominaron la astronomía, las matemáticas o la poesía oral.
Imperio mexica
A finales del siglo XV, el imperio mexica (que más tarde muchos historiadores llamarían “azteca”) estaba en su punto álgido.
Las ciudades-estado de Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba habían formado una alianza que tomó el poder de los tepanecas y conquistó la mayor parte del centro y del sur de lo que hoy es México.
Los mexicas no necesariamente tenían presencia militar en los territorios conquistados, pero obligaban a sus nuevos súbditos a enviarles productos y soldados como tributo.
También se casaban con las hijas de los jefes locales para que sus herederos, educados en la capital, tuvieran el futuro comando de las regiones.
Todo esto les permitía mantener la hegemonía.
“En muchos sentidos, no era un sistema tan distinto a lo que se veía en Europa en esa misma época”, dice a BBC Mundo la etnóloga Antje Gunsenheimer, de la Universidad de Bonn, en Alemania.
Igual que en Europa, los mexicas mostraban el poder a través de la riqueza y del esplendor de los palacios y jardines en la capital del imperio, Tenochtitlan.
Cuando llegaron los europeos, Tenochtitlan era una ciudad más grande que París.
Se estima que podía haber tenido unos 250.000 habitantes, la mayor densidad de población de América.
«Era una urbe refinada, con baños públicos, con una treintena de palacios que albergaban finas cerámicas y elegantes enseres textiles. Se ubicaba en medio de más de 2.000 km² de lagos ricos en peces y la agricultura era muy productiva y permitía sostener a mucha población de la zona.”, dijo a BBC Mundo Esteban Mira Caballos, doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla, España.
Pero la ciudad era, más que todo, una hazaña de la ingeniería que no tenía comparación.
Un sofisticado sistema de canales y presas permitía regular la cantidad de agua que llegaba a la capital desde las montañas, por medio de los lagos. De esa manera, se evitaba la inundación de Tenochtitlan en períodos de lluvia intensa y se aseguraba suficiente agua dulce para la población.
“Los mexicas vivían en un ambiente muy frágil que tenía que ser muy bien manejado. Y ellos lo hacían perfectamente. Entendían que, con tanta gente en un solo sitio, el riesgo de contaminación de los lagos era alto. Sabemos que había profesionales que recolectaban excrementos y los llevaban a tierra firme para usarlos como abono orgánico en las plantaciones”, dice Gunsenheimer.
Años más tarde, los españoles destruyeron el sistema hidráulico de Tenochtitlan-México y lo reconstruyeron al estilo europeo. A partir de ahí, la ciudad se inundó muchas veces durante el siglo XVI y sufrió graves epidemias de tifus, prueba de que el sistema original era mejor que el que implementaron los conquistadores.
Imperio tarasco
Los archienemigos de los mexicas son menos conocidos porque tenemos menos evidencias sobre cómo vivían antes de la conquista.
Sin embargo, los tarascos tenían el segundo Estado más grande de Mesoamérica cuando los europeos pisaron por primera vez el continente.
En su mitología los mexicas se referían a los tarascos como una de las tribus que salieron de su tierra ancestral Aztlán pero no les acompañaron hasta Tenochtitlan.
“Hablar de ellos en esos términos ayudaba a los mexicas a justificar su incapacidad para derrotar a los tarascos y expandir su frontera hacia el noroeste. Es como si dijeran ‘son así de fuertes porque son nuestros parientes, por eso no podemos vencerles’, dice la antropóloga Sarah Albiez-Wieck, de la Universidad de Colonia, en Alemania a BBC Mundo.
A finales del siglo XV la capital tarasca, Tzintzuntzan, tenía casi 30.000 habitantes y era parte de un centro de poder formado por tres ciudades-estado cerca de un lago, como ocurría en el imperio mexica. A diferencia de este, los expertos creen que en el caso tarasco el poder estaba menos centralizado en una ciudad.
Tzintzuntzan tenía un gran centro religioso con edificios y pirámides de planta mixta conocidas como «yácatas», donde vivían los sacerdotes y realizaban sacrificios rituales y hogueras como señal de que el imperio iba a la guerra.
En relatos de los mexicas y de los españoles, los tarascos también aparecen como grandes artesanos de metales.
“El oeste de México fue la cuna de la metalurgia en Mesoamérica y los tarascos fueron parte de esa tradición. Tanto es así que fueron los primeros en organizar a nivel estatal la extracción y el trabajo de los metales ”, dice Albiez-Wieck.
Los líderes tarascos lograron mantener su poder político más tiempo que sus enemigos. Negociaron con los conquistadores españoles y pudieron seguir recibiendo tributos y teniendo subordinados hasta principios del siglo XVII.
Civilización maya
En el siglo XV, la mayoría de las grandes ciudades mayas — como Tikal, Palenque o Copán — con sus pirámides y monumentos imponentes ya estaban en completa decadencia. Sin embargo, algo revolucionario ocurrió en esta civilización.
“La administración de las ciudades mayas pasó a ser más communal tras la desaparición de los reyes divinos hacia el siglo IX. No creo que llegara a ser una democracia, pero más gente empezó a participar en las decisiones”, dice a BBC Mundo el antropólogo Nikolai Grube, de las Universidades de Texas, en EE.UU. y de Bonn, en Alemania.
Como en la Grecia antigua, el mundo maya siempre había estado formado por ciudades-Estado que competían y entraban en guerras unas con otras, a pesar de tener una cultura y un idioma compartidos. Los reyes tenían un fuerte control sobre las rutas de comercio.
Cuando el sistema controlado por la nobleza colapsó parece que la gente aprovechó ese vacío y más personas empezaron a tener acceso a bienes de lujo como el jade y la cerámica.
A la vez, las rutas de intercambio con otros pueblos, ahora libres, permitieron que productos como el oro y el cobre llegaran al mundo maya. “De cierta manera, la gente se hizo más rica en un mundo más globalizado”, cuenta Grube.
La arquitectura de las ciudades también se hizo más modesta. Sin reyes que organizaran el trabajo en obras gigantescas, había terminado la era de los grandes monumentos y palacios. Los templos, hechos por familias, pasaron a ser menores.
En la peninsula de Yucatán, Mayapán fue la mayor ciudad maya antes de la conquista y Nojpetén, capital de los Itzá Maya, fue tan poderosa que llegó a controlar todo el norte de lo que hoy es Guatemala.
El cambio político y económico no era la primera revolución cultural en esta civilización: los mayas ya tenían el conocimiento astronómico más avanzado del continente, basado en su sofisticado conocimiento de matemáticas.
“Sabemos que en Mesopotamia a veces se hacían cálculos con la idea del cero, pero sin un símbolo. Los mayas sí lo tenían”, explica Grube.
El cero es importante porque permitía representar números más largos de manera más sencilla y hacer cálculos más complejos. Así los mayas desarrollaron un sistema de calendarios que mezclaba creencias religiosas, el año solar de 365 días y otros fenómenos astronómicos como los ciclos de Venus, de la Luna y de otros planetas con enorme precisión.
Otro hecho fascinante que ocurrió pocas veces en la historia de la humanidad es que los mayas también fueron los únicos del continente en descubrir la escritura de manera independiente.
El sistema de escritura maya era semejante a los jeroglíficos egipcios y permitía escribir todas las palabras de su idioma. Hoy solo se preservan cuatro libros mayas, con textos ceremoniales y de astronomía, ya que el resto se perdió durante y después de las batallas contra los españoles.
Por otro lado, el hecho de que nunca tuvieron un gobierno unificado les dio una ventaja sobre los invasores y nunca pudieron ser completamente conquistados.
“La península de Yucatán y las zonas montañosas de Guatemala estaban divididas en muchos estados pequeños liderados por grupos o por señores. Aunque algunos se unieron a los españoles, gran parte no fue sometida al control del imperio colonial ni de las autoridades mexicanas hasta el principio del siglo XX”, dice Nikolai Grube.
Sudamérica
En 1492, Sudamérica acogía alrededor de 25 millones de personas, organizadas en muchos pueblos y muy distintos.
Desde los grandes imperios andinos como el inca o el chimú, hasta los pueblos en el sur conocidos por resistir la conquista y dibujar la frontera del imperio español.
Las sociedades menos conocidas hasta hoy son las amazónicas, cuyo encuentro con los europeos, en muchos caos, no ocurrió hasta el siglo XVI.
De hecho, durante mucho tiempo se pensó que solo grupos pequeños e itinerantes podían vivir en un ambiente tan complejo.
Ahora los expertos creen que entre 8 y 10 millones de personas vivían en la Amazonía , hablaban cerca de 300 idiomas distintos y estaban establecidos en grandes aldeas.
“No podemos decir que tenían ciudades como las de los incas o los mayas. Eran espacios con valor político y religioso, se mezclaban con el bosque y estaban súper conectados por un sistema de carreteras”, dice a BBC Mundo Eduardo Góes Neves, del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de Sao Paulo (MAE-USP).
La selva amazónica tampoco era virgen, como se pensó durante mucho tiempo, sino que estos pueblos la transformaron, la plantaron y la mejoraron, haciéndola más resistente a eventualidades climáticas.
Por otro lado, la costa atlántica albergaba una gran variedad de pueblos, como los charrúa, los tupinambás o los guaranís, pero el colonialismo y la construcción de ciudades borraron gran parte de las evidencias materiales de estas sociedades precolombinas.
Imperio inca
El imperio inca se convirtió a finales del siglo XV en el más grande del mundo, una expansión solo comparable hasta ese momento con la del imperio romano.
El líder Pachacútec rediseñó Cusco, la capital, para que tuviera la forma de puma (una de las deidades principales de los Andes).
Donde irían sus órganos genitales quedaba el Coricancha, o templo del Sol, el más importante del imperio.
“Era el Vaticano de los Andes”, dice a BBC Mundo la arqueóloga y antropóloga Sonia Alconini, de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos.
El imperio abarcaba cerca de 3 millones de km2, desde el actual norte de Ecuador hasta la región central de Chile, y se dividía en cuatro grandes distritos, cada uno con diversas provincias.
Todo se conectaba por un sistema vial impresionante, bien construido y empedrado. “Había infraestructura por todos lados: puentes, escalones para subir las montañas con llamas. Muchas de esas carreteras se siguen utilizando”, afirma Alconini.
Por las carreteras del imperio circulaban las conchas de spondylus, muy valiosas como adornos, plumas de aves tropicales, ayahuasca, hojas de coca, ají, cobre y maderas desde la Amazonía.
El oro y la plata, que cubrían las paredes de templos en Cusco, tenían una importancia más ritual que comercial: el oro representaba el sol y la plata, la luna. Por eso, solo lo podían usar las élites, consideradas divinas.
Pero para llegar a dominar una zona tan grande del continente, los incas tuvieron que someter a todos los pueblos de la región, y estimularles a trabajar en obras públicas.
Sin moneda y sin mercado, ¿qué mecanismos económicos hicieron que este imperio tan grande fuera viable?
La respuesta, según Alconini, yace en la sofisticada administración y distribución de recursos de los incas y en sus estrategias de “soft power”.
“Cuando los incas llegaban a un centro ritual importante, como el oráculo de Pachacamac, construían ahí otros templos e incorporaban a esa deidad en su panteón imperial. Incluso se la llevaban a Cusco y la ponían en el Coricancha. Imagínate para las comunidades locales el efecto que eso tenía”, explica la antropóloga.
Al mismo tiempo, uno de los aspectos más importantes de la conquista inca erala organización de la economía de la nueva provincia. Para eso,hacían censos de todas las personas por edad, género y recursos, algo que permitía determinar el tributo que cada uno tenía que pagar al Estado en forma de labores.
En la capital había bibliotecas de quipus que guardaban tanto os datos administrativos de todo el imperio como los linajes imperiales de los incas. Los diferentes tipos de información se organizaban según el tipo de nudo, su posición, su grosor, el color o la extensión del quipu.
Una vez hecho el censo de una nueva provincia, todos los recursos disponibles y producidos a partir de ese momento eran divididos en tres partes: un tercio era para el Estado, otro para el soberano y la familia imperial y el último tercio para las propias comunidades.
Era el sistema de la mita.
El tercio dedicado al Estado funcionaba como un mecanismo de seguridad para la población ya que en períodos de sequía, por ejemplo, venía de ahí la ayuda.
La mita también fue esencial para mantener las obras y el movimiento de tropas por toda la red de caminos del imperio. El Estado ponía comida, textiles o sandalias en las callancas – almacenes construidos en las carreteras a un día caminando de distancia – para que los soldados, por ejemplo, pudiesen viajar liviano en sus campañas militares.
En algunas regiones, las excavaciones arqueológicas sugieren que la conquista inca y su sistema de redistribución sirvió como un mecanismo nivelador entre las élites y el pueblo común, según Alconini.
Pero eso no quiere decir que a todos les gustara la dominación inca que exigía, entre otras cosas, que se hablara el idioma del imperio, el quechua. Si los pueblos colaboraban, recibían como compensación las mejores tierras, pero si se rebelaban las trasladaban a otra parte.
“Los incas llevaron a Bolivia gente que venía de la región de Ecuador. Lo mismo ocurre en Chile. Eso muestra la capacidad enorme que tenían de mover, organizar y planificar la sociedad”, dice la investigadora.
La mano de obra de los pueblos conquistados también sirvió para expandir la frontera agrícola del imperio. Gracias a la técnica de las terrazas, construidas en las laderas del desafiante terreno andino, lograron cultiva maíz y papas, entre otros.
Ese sistema, cuyos detalles siguen impresionando a los arqueólogos, permitió a los incas una expansión impresionante, pero no impidió las crisis políticas provocadas por la sucesión de soberanos. Una de ellas causó la división que culminó en la caída del imperio ante los españoles.
Imperio chimú
Hasta aproximadamente los 1470, el imperio chimú — que se extendía por cerca de 500 km desde el sur del actual Ecuador hasta la costa norte de Perú, quizás hasta Lima, según algunos investigadores — era uno de los más poderosos de los Andes.
De hecho, la capital Chan Chan era una de las ciudades más grandes y más espléndidas en toda América.
“Fue tan grande como Tenochtitlan o hasta más grande. Tuvo 24 kilómetros cuadrados de construcción y en su época de mayor apogeo y contando todas las comunidades satelitales creo que puede haber llegado a los 100.000 habitantes”, dice Gabriel Prieto, de la Universidad de Florida a BBC Mundo.
Dentro de la ciudad había enormes palacios reales con paredes de barro de unos de 15 metros de altura decoradas con motivos marinos.
Su relación con el océano era muy especial: no solo era donde establecían intercambios comerciales con otros pueblos de la costa andina, también lo consideraban como su lugar de origen.
Pese a que se consideraban gente del mar, la principal inversión del imperio chimú fue en la tierra.
Tenían un impresionante sistema de irrigación de zonas desérticas, con canales hechos de piedra y barro que son considerados hazañas de la ingeniería.
“Esta gente logró, sin las herramientas que ahora son básicas para la ingeniería civil, mantener la variación en sus canales de menos de un metro por cada kilómetro, algo esencial para que un canal funcione”, dice Gabriel Prieto.
La capital se construyó en un valle artificial creado con este sistema: un canal principal traía agua desde un río a 80 kilómetros de distancia mientras que otros canales venían desde las montañas.
En las zonas residenciales de Chan Chan se han encontrado rastros de una gran cantidad de talleres de textiles, alfarería y de metalurgia. Esta última fue una de sus grandes aportaciones a la región, ya que se expandió entre la gente común en los Andes.
“Eran básicamente una máquina industrial de procesar objetos de metal, sobre todo objetos de cobre y bronce arsenical (aleación de cobre y arsénico que puede ocurrir naturalmente o ser producida) ”, explica Prieto.
El oro y la plata representaban la dualidad complementaria del mundo y abundaban en los palacios y mausoleos chimú, donde los señores más poderosos eran enterrados con extravagantes adornos.
La orfebrería chimú tenía tanto prestigio que los incas adoptaron su estilo y los españoles contabilizaron cantidades impresionantes de estos metales preciosos después de la conquista.
Este imperio perdió fuerza hacia finales del siglo XV cuando entraron en conflicto con los incas, creen los investigadores.
“Esta pelea define la suerte de la zona andina porque los incas nunca se habían enfrentado a una organización política tan poderosa como los chimú, pero estos no tenían el aparato militar que tenían los incas. Al final los incas ganan y conquistan todo este territorio norte”, afirma Prieto.
Pueblos amazónicos
Culturas de los Llanos de Mojos
En la actual Bolivia, los arqueólogos han encontrado indicios de una cultura que desafía todo lo que se pensaba sobre quienes vivían en la Amazonía hasta 1492.
«En esta zona había muchas obras monumentales, algo que no se espera y ni se dice de la Amazonía. Siempre esperamos encontrar monumentos de piedra, pero la monumentalidad aquí es de tierra”, explica a BBC Mundo la antropóloga y arqueóloga Carla Jaimes Betancourt, de la Universidad de Bonn, en Alemania.
Se trata de distintas estructuras arquitectónicas que pertencían a los pueblos de la zona de bosque húmedo de los Llanos de Mojos, llamados “cultura casarabe”.
Un tipo de esas estructuras eran montículos en forma piramidal que llegaban a medir hasta 20 metros de altura y se conectaban por canales y terraplenes. Se usaban como residencias, cementerios, cultivos y las más grandes como centros ceremoniales o casas de la élite.
Un ejemplo es la red de 500 montículos que se encontraron en la cuenca del río Madera.
En total se estima que en el actual departamento del Beni se llegaron a construir hasta 20.000 montículos.
“Parece que marcaban el paisaje para mostrar hegemonía política y religiosa. Algunos sitios son más grandes y se interconectan con montículos menores, lo que nos hace pensar en áreas de influencia, como una capital y sus satélites”, dice Betancourt.
Otras estructuras que nos muestran cómo vivían esos pueblos de los Llanos de Mojos son plataformas elevadas de cultivo de distintos tamaños, algunas de hasta 30 metros de ancho y centenares de largo, donde se cosechaba maíz, mandioca, chile y calabazas.
Cerca de la actual frontera con Brasil están las huellas de otra sociedad, especializada en la construcción de zanjas o geoglífos. No eran simplemente dibujos en el suelo, sino que servían para proteger a las aldeas, pero no se sabe de qué ni de quién.
“Son aldeas impresionantes por su tamaño. Encontramos zanjas circulares delimitando áreas gigantescas de 240 hectáreas.Había una aldea al lado de la otra separada por sistemas de zanjas. […] Como en la región vivían culturas distintas es posible que hubiera tensión entre ellas, pero no sabemos qué fenómenos ocurrían ahí”, explica la arqueóloga.
Pero lo más importante es que crear todas estas estructuras requería mucha mano de obra, lo que muestra que las sociedades del Beni eran más complejas y mucho más grandes de lo que se imaginaba.
“Para llevar a cabo esas construcciones se necesitaba una organización social y política estable y mucha gente. Estimamos que hoy en día la población del departamento del Beni (cerca de 500.000 personas) es un 20% de la que era antes de la llegada de los europeos”, afirma Carla Betancourt.
A pesar de la gran cantidad de gente que vivió y cambió el paisaje durante miles de años, supieron preservar el medio ambiente y dejar un territorio rico en biodiversidad. “Y eso comparado con lo que hoy estamos haciendo en la Amazonía, como el monocultivo y la deforestación, es impresionante”, concluye Betancourt.
Pueblo del Xingu
El complejo de Kuhikugu es uno de los sitios arqueológicos más impresionantes de la Amazonía.
Se trata de 20 aldeas dispersas en un área de unos 20.000 kilómetros cuadrados en la región del Alto de Xingu, en el centro de Brasil, descubiertas por el arqueólogo Michael Heckenberger de la Universidad de Florida.
Las aldeas probablemente fueron construidas por los antepasados del pueblo indígena kuikuro, que actualmente vive en la región.
“Donde hoy hay una aldea kuikuro había 20 hace 500 años, y la mayor de todas era unas 15 o 20 veces más grande que la actual. Estimamos que unas 50.000 personas vivían ahí”, dice Heckenberger a BBC News Mundo.
Lo más sorprendente era su organización.
Kuhikugu, una de las mayores, tiene un asentamiento central de más de 50 hectáreas, posiblemente destinado a ceremonias, con una enorme plaza y una zanja a su alrededor.
Hay otros sitios residenciales parecidos en sus cercanías.Entre todas esas aldeas, había un sistema de carreteras con hasta 50 metros de ancho, cuatro pistas e incluso aceras.
“Creemos que toda la región del Xingu estaba conectada por esta red. Algo así no se veía ni en la Grecia antigua ni en la Europa medieval, donde había grandes ciudades pero no estaban conectadas con otras comunidades de una manera tan precisa.”
Lo que se encontró en la Amazonía brasileña, afirma Heckenberger, es un urbanismo distinto y único en el mundo.
“Los indígenas descubrieron hace 800 años que la naturaleza podía ser incorporada a las ciudades. Se mezclaban y alternaban las zonas de ocupación humana con el bosque y los huertos.”
De hecho, durante muchos años los investigadores asumieron que en la Amazonía precolombina las tribus eran nómadas cazadoras-recolectoras, pero descubrimientos como el de Kuhikugu muestran que aún hay mucho por entender.
“El hecho de no encontrar algo como una gran ciudad maya en la Amazonía no significa que la población no estuviera en un proceso de urbanización y que no se estuvieran administrando los recursos naturales de manera sofisticada”, dice Heckenberger.
“Kuhikugu tiene una trinchera doble a su alrededor que se extiende por dos kilómetros, tiene 15 metros de ancho y 5 metros de profundidad. Estas eran construcciones enormes. Sería más obvio para nosotros si fuera una pirámide, pero una zanja como esta requería la misma movilización de mano de obra.”, añade.
Ese trabajo también se destinaba a modificar la selva de forma respetuosa: elegían la forma y el lugar más conveniente para que crecieran determinadas especies, según muestran las evidencias.
En los últimos años, nuevas excavaciones e investigaciones mostraron que había sociedades complejas, densas y establecidas — como la encontrada en el Xingu— en las principales cuencas de ríos amazónicos, según Heckenberger.
“A través de esas carreteras, esos pueblos probablemente se conectaban. No lo vemos hoy porque el colonialismo tiró una bomba nuclear en toda la sociedad que existía ahí”, afirma.
Aisuaris
Décadas después de la llegada de los europeos a América, muchos pueblos de la Amazonía central seguían sin contacto con ellos y, en algunos casos, protegidos de las enfermedades que azotaban otras comunidades en el continente.
Es lo que parece haber ocurrido con los aisuaris.
Según las crónicas de los primeros religiosos españoles que entraron en contacto con ellos, (Gaspar de Carvajal en 1540 y Cristóbal de Acuña en 1639), este pueblo vivía en una zona densamente poblada — con al menos 30 aldeas — en la orilla del río Amazonas, cerca de lo que hoy es la ciudad de Tefé, en Brasil.
Los religiosos los describieron como enormes pueblos con miles de guerreros, con “caminos buenos y largos que salían hacia las aldeas del interior” y que tenían animales como la taricaya (un tipo de tortuga).
Durante mucho tiempo se creyó que eran exageraciones, pero en los últimos años, arqueólogos brasileños empezaron a comprobar que no era así.
“Las crónicas decían que los aisuaris tenían aldeas lineares en los márgenes de los ríos. Nosotros encontramos sitios así, de hasta 1 kilómetro de extensión, en un asentamiento que ocupaba un total de 18 hectáreas. Este lugar ya estaba bastante degradado, lo que nos hace pensar que la aldea debía ser mucho más grande”, cuenta a BBC Mundo Rafael Lopes, investigador del Instituto de Desarollo Sustentable Mamirauá.
Es más, el antropólogo brasileño Antonio Porro, un experto en los pueblos de la Amazonía central, estima que la comunidad aisuaris podia haber sido de hasta 60.000 personas a finales del siglo XV.
Los restos arqueológicos también parecen confirmar que este pueblo domesticaba tortugas algo que, una vez más, desmonta la idea de que las civilizaciones amazónicas eran simplemente cazadoras-recolectoras.
“Eso les garantizaba proteína en la dieta, pero es importante mencionar que, aunque tuvieran muchas bocas que alimentar, separaban una cantidad de tortugas y liberaban al resto. Eso es gestión de los recursos naturales”, dice Eduardo Neves, de la USP.
Otra prueba de esa gestión se puede encontrar en el bosque amazónico, donde los aisuaris plantaban. Hallazgos recientes, como un castañal de entre 400 y 500 años que se expande casi hasta el río, son prueba de que este pueblo lo creó y lo mantuvo.
Según las crónicas de los curas españoles, cada 15 kilómetros había refugios rodeados de plantaciones para abastecer a la gente que estaba en expediciones comerciales — un concepto semejante al de las callancas incas. Estos detalles aun no pudieron ser confirmados.
Las cerámicas encontradas en las aldeas aisuari confirman que este pueblo estaba muy conectado a una red de intercambio comercial y cultural.
También nos permite saber sobre su visión del mundo y su conexión con el territorio.
Por ejemplo, el hecho que las urnas fueran pequeñas muestra que no enterraban todo el cuerpo, sino que esperaban a que el cuerpo se descompusiera para poner los huesos, a veces junto a huesos de animales.
A finales del XVII, el jesuita Samuel Fritz dice que solo encontró unas pocas aldeasdonde antes habían docenas. Parece que los aisuaris entraron en declive tras su contacto con los colonizadores, como muchos otros pueblos de la región.
Cultura santarém
Los márgenes del río Amazonas, donde hoy queda la ciudad de Santarém, al norte de Brasil, acogieron a una civilización cuyo arte era tan valorado que llegó hasta el Caribe por las redes de intercambio de la región.
Se trata de la cultura santarém, como la llaman los investigadores, y tuvo su apogeo entre los años 1200 y 1400.
Su centro era una gran urbe, de al menos 400 hectáreas, con secciones casi como barrios, con hileras de casas ordenadas y construidas sobre montículos.
Ahí encontraron ejemplares de un tipo de cerámica y adornos únicos en las Américas:entre ellas había vasijas o urnas, esculturas humanas, puntas de lanzas y “muiraquitãs”, unos amuletos zoomórficos que se dispersaron por otras regiones del Amazonas.
Los santareños también tenían un “culto de cremación”.
“Momificaban los cuerpos, los mantenían, los sacaban a la calle y los vestían, los consideraban como seres vivos. Pero las momias se deterioraban, así que la cremación era probablemente la etapa final. Ponían las cenizas en vasijas especiales y hacían un tipo de té que la gente bebía”, explica a BBC Mundo la arqueóloga y antropóloga Anna Roosevelt, de la Universidad de Illinois en Chicago (EE.UU.).
“Es un ritual común en la Amazonía y significa reverencia. Estás bebiendo el alma, el poder y el estatus de la persona.”, añade.
Más allá de la práctica mística, estas cenizas junto a los restos orgánicos de la ceremonia tuvieron un rol vital en la fertilidad del suelo amazónico. Los indígenas transportaban esta “tierra negra” donde querían cultivar, pero no la producían específicamente para eso, era una forma dar salida a estos abundantes residuos.
“Básicamente era basura orgánica que se convertía en abono y abundaba ya que debían ser poblaciones grandes”, afirma Roosevelt.
De hecho, esta tierra negra es hoy una de las principales pistas de que, al contrario de lo que se pensaba, la Amazonía estaba muy poblada.
Los primeros europeos en llegar a la zona fueron curas europeos en 1542 que tuvieron contacto con el pueblo tapajó, el cual se extinguió producto del encuentro con los colonizadores.
Aunque no hay evidencia arqueológica de que este pueblo fuera parte de la cultura santarém, Roosevelt opina que se puede suponer que eran sus descendientes.
“La continuidad de las culturas en los pueblos de la Amazonía es impresionante. La mayoría de ellas siguen vivas hasta hoy. Hay pueblos que mantienen los mismos símbolos, ceremonias y arte de los que vivían en la región hace miles de años”, afirma.
Pueblo mapuche
Cuando los españoles llegaron al sur de lo que hoy es Chile y Argentina, cerca de Patagonia, a principios de 1540, se encontraron con una organización social tan sofisticada que nunca pudieron dominarla.
Tanto es así que los mapuche resistieron más que cualquier otro pueblo de América. Fue el único pueblo con el que España tuvo que firmar un tratado de paz para garantizar que respetarían los límites de su territorio.
Antes de eso, los mapuche ya se habían enfrentado de forma sangrienta a los incas, que habían dominado parte de su territorio en el norte.
“Los españoles estimaron el número de mapuches basándose en las batallas. Hoy sabemos que su cifra es exagerada y calculamos que había probablemente entre 1,2 y 1,3 millones en el territorio de la época”, dice a BBC News Mundo Tom Dillehay, de la Universidad Vanderbilt, en EE.UU. y de la Universidad Austral de Chile.
Eran comunidades confederadas, semejantes a los pueblos norteamericanos, unidas solo ideológicamente y con fines militares.
Pero hay aspectos únicos de la organización mapuche que, según el experto, fueron esenciales para que pudieron resistir por tanto tiempo a la conquista.
“Estaban muy bien organizados en base a una estructura de parentesco que yo llamo ‘telescópica’. Los grupos familiares relacionados a un antepasado masculino común formaban un «lof» y esos «lofs», en tiempos de guerra, se reunían en otros grupos bajo jefes militares llamados toquis. Regiones distintas mandaban sus toquis a ceremonias públicas para que se pusieran de acuerdo sobre las estrategias para enfrentar guerras o invasiones”, dice el arqueólogo.
En tiempos de conflicto se centraban en las distintas necesidades del pueblo: unos eran responsables de la comida, otros de recibir las familias desplazadas, otros de abastecer a los guerreros, etc.
“Otra de sus ventajas era la utilización de tácticas de guerrilla. Atacaban en grupos pequeños y en áreas planeadas, de donde podían salir rápidamente. La guerra móvil era su punto fuerte”, afirma el experto.
La resistencia de los mapuche duró hasta el siglo XIX. Hoy en día, algunos descendientes de este pueblo siguen movilizados políticamente, especialmente en Chile.
Créditos
Investigación y reportaje: Camilla Costa
Diseño e ilustración: Kako Abraham y Cecilia Tombesi
Programación: Alex Nicolaides
Edición: Carol Olona
Con la colaboración de Shilpa Saraf y Sally Morales
Proyecto liderado por Carol Olona