—Tun, tun.
—¿Quién es?
—El Sebin.
—Ay Dios mío.
Con esas palabras satirizaba el chavista Diosdado Cabello, en televisión pública, los allanamientos que el Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) realizaba en los hogares de algunos de los que habían asistido a una manifestación opositora en 2016. «Esta noche estarán tocando muchas puertas», dijo. Y en todos estos años las puertas de la disidencia no han dejado de ser visitadas. Y reventadas en algunas ocasiones.
Desde que el oficialismo declaró a Nicolás Maduro como ganador de las elecciones —sin presentar el respaldo que establece la ley— la ‘Operación Tun Tun’ se ha potenciado. El nombre onomatopéyico lo puso Cabello y proviene de un popular villancico venezolano que dice: «tun tun, quién es, gente de paz, ábranos la puerta que ya es Navidad».
En estos días, el Gobierno chavista, que se califica como el único garante de paz, ha hecho rodar material audiovisual de la operación para aterrar a la ciudadanía. En los vídeos editados aparecen manifestantes o dirigentes opositores desconociendo la victoria de Maduro mientras la canción de la película ‘Pesadilla en la Calle Elm’ musicaliza la pieza: «Uno, dos, Freddy viene por ti… Tres, cuatro, mejor cierra la puerta… Cinco, seis, coge un crucifijo… Siete, ocho mantente despierta… Nueve diez, nunca más dormirás». Y enseguida se muestran a esas personas esposadas, custodiadas por funcionarios de Inteligencia y, luego, puestas tras las rejas. Se trata de una campaña disuasoria para imponer el silencio entre la población, para que todo aquel que se atreva a llamar a la calle sepa cuál será su destino.
La política de terror impuesta por el Estado tiene diversos métodos para amedrentar a quienes no quieren bajar la cabeza. El de la vigilancia constante es otro de ellos. Es usual que activistas y periodistas sientan la presencia del Sebin de cerca. Los siguen a todos lados. Y no quieren pasar desapercibidos; las patrullas que se estacionan y hacen guardia fuera de sus hogares están identificadas y sirven de recordatorio, de amenaza implícita.
Este lunes, el concejal de Naguanagua, Marlon Díaz, denunció que funcionarios sin identificación pero en vehículos del Sebin se dedicaban a asediar su hogar, acudiendo hasta cuatro veces al día y tomando fotos a su residencia, donde vive con sus padres. En la mañana, un sobre había aparecido en su aparcamiento. Tenía su nombre, dirección, documento de identidad y un cartel con letras rojas y sangrantes que decía «Te tengo en la mira, no te comas la luz (no te pases de frenada)».
Policía política
El Sebin ha funcionado como la policía política de la revolución bolivariana. Una de las últimas cosa que hizo Hugo Chávez en vida fue firmar un decreto en el que transfería el control del Sebin, que estaba en manos del Ministerio del Interior, a la Vicepresidencia que entonces ocupaba Maduro y a quién días después designaría como su sucesor. De esa forma se aseguraba de que la represión política estuviese cerca del poder ejecutivo.
Hoy el Sebin depende de la vicepresidenta Delcy Rodríguez y acumula un extenso prontuario con varias denuncias de violaciones de derechos humanos, incluyendo muertes extrajudiciales, torturas y violencia sexual. La ONU ha evidenciado que el Estado venezolano utiliza tanto al Sebin como a la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim) para reprimir a la disidencia y ha documentado testimonios de palizas, descargas eléctricas en genitales, asfixia con agua y sustancias tóxicas, cortes y mutilaciones, violación con objetos y alimentación forzada con heces y vómito, entre otros delitos y tratos inhumanos.
Agentes de tortura
Cuando desaparece algún líder de oposición, suele reaparecer, más tarde que temprano, en el Helicoide, una de las sedes del Sebin y que es conocida como el mayor centro de torturas del país. La otra ubicación habitual es en el edificio de Plaza Venezuela, cuyos calabozos reciben el lúgubre apodo de ‘La Tumba’. En esas celdas han padecido numerosos presos políticos, y algunos otros han perdido la vida, como el concejal Fernando Albán.
Después de un viaje a EE.UU. el viernes 5 de octubre de 2018, Albán aterrizó en el aeropuerto internacional de Maiquetía, cerca de Caracas, donde desapareció y no se supo nada más de él hasta dos días después; «el Sebin lo había interceptado», comenta a ABC Ramón Aguilar, su abogado. «Le dictaron orden de captura por el caso del atentado con drones explosivos contra Maduro, pero en realidad es porque durante su viaje había estado con Julio Borges, un dirigente de Primero Justicia, el partido al que pertenecía. Habían sido fotografiados juntos en Nueva York por sujetos que la policía neoyorquina detuvo y que luego mostraron credenciales diplomáticas de Maduro, según relata el abogado.
El lunes, antes de que Albán lograra ser presentado en tribunales, el fiscal Tarek William Saab anunció que se había suicidado, que había pedido permiso para ir al baño y se había lanzado por la ventana. «Pero en el baño no hay ventanas», señala Aguilar. «Luego dijo que se había tirado desde el décimo piso en una sala llena de policías, algo completamente incongruente». Pero el caso nunca se investigó, a pesar de las más de treinta solicitudes que hizo Aguilar. No hay pruebas de que Albán estuviese implicado en ningún atentado y tampoco hay constancia de que, a raíz de su muerte, se haya producido siquiera la destitución de uno de sus custodios. El Sebin sigue causando terror impunemente y al chavismo le conviene.