En estos últimos días se ha venido agitando un tema que, por el momento, se mantiene en el campo de la especulación: la posible compra e instalación de misiles de largo alcance iraníes en suelo venezolano, los cuales tendrían la capacidad de llegar al menos a algunas partes de Estados Unidos. y, consecuentemente, al territorio de los países vecinos de Venezuela. Si no ahora, esas armas pudieran en un futuro alojar cargas nucleares, lo cual agrava exponencialmente el dilema.
La especulación toma cuerpo cuando el ocupante de Miraflores (inquilino con contrato vencido) confirma en reciente rueda de prensa que si su deseo fuera el de concretar esa operación lo haría sin ningún rubor en tanto y cuanto Venezuela es una nación soberana no sujeta a tutelaje extranjero. No le faltaría razón si el mundo actual no fuera una comunidad global en la que los distintos actores (estatales y no estatales) no estuviesen relacionados en forma interdependiente como en efecto lo están, guste ello o no.
Paralelamente, el Sr. Elliott Abrams, designado por el presidente Trump para ocuparse al mismo tiempo de las espinosas interacciones entre su país con Irán y Venezuela, ha ofrecido unas declaraciones ampliamente diseminadas y ciertamente preocupantes. Ha dicho que de ser cierto el rumor, Estados Unidos no permitiría ni la llegada ni la instalación de tales misiles en territorio venezolano y que –de instalarse- serían eliminados. Obviamente la palabra “eliminados” no deja duda acerca del método a utilizar que no sería otro que el de la fuerza apoyada seguramente en la tecnología que ya en otras ocasiones se ha empleado para resolver situaciones de similar complejidad.
Ante esos elementos de análisis lo primero que nos viene a la mente es el recuerdo de la crisis de los misiles desatada entre Estados Unidos y Rusia justamente en octubre de 1962 cuando en un momento álgido de la guerra fría que arropaba las relaciones entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, Moscú decidió instalar misiles con ojivas nucleares en Cuba con capacidad de amenazar el territorio norteamericano. Los elementos lucen muy similares a los actuales: dos naciones con ambición de dominio disputando la primacía política regional para lo cual utilizan a un tercero (entonces Cuba, hoy Venezuela).
Recordemos también que a la hora en que el enfrentamiento verbal y político amenazaba con convertirse en un show de fuerza, tanto el presidente John Kennedy como el primer ministro Nikita Khruschev negociaron una salida en la que a Fidel Castro ni siquiera tuvieron en cuenta para preguntarle nada. Fue así como la URSS abortó su operativo a cambio de la promesa norteamericana de no invadir la isla y también la de retirar las instalaciones misilísticas con base en Turquía, miembro entonces y ahora de la OTAN.
No podemos asegurar que se repita la historia, menos aun teniendo en cuenta que Irán está gobernado por una teocracia fanática distinta al pragmatismo –cruel pero pragmático- de la entonces URSS. Pero apartando esa consideración no sería muy extraño que este asunto culmine en una negociación entre grandes intereses en la que los pendejos queden por fuera, como la guayabera. Tampoco hay que perder de vista el distinto enfoque que pudiera inspirar la gestión de un Trump reelecto o la que pudiera abordar un Biden del que se piensa es menos partidario de las soluciones de fuerza. Lo que sí es seguro es que serán Venezuela y su pueblo quienes pagarán los platos rotos de cualquier desenlace que se negocie con poca o ninguna participación del “procerato revolucionario” que hasta aquí nos trajo. No importará lo que diga el Foro de Sao Paulo ni el Grupo de Puebla ni el señor que tiene un programa de “diálogo y persuasión política” que titula Con el mazo dando.
Lo interesante de este entuerto es que los verdaderos jugadores de grandes ligas –Rusia y China– si bien parecen apoyar la generación y fortalecimiento de este lío, no lucen muy interesadas en comprometerse con la Venezuela actual en descomposición. Moscú porque no dispone de los medios económicos como para echarse otro muerto encima y Pekín porque su interés pragmático es cobrar lo que se les adeuda y mantener el acceso a negocios y recursos por encima de las preferencias ideológicas, tal como lo hacen en otras partes del mundo.
A estas alturas del siglo XXI es lastimoso observar cómo nuestro hemisferio vuelve a ser el terreno donde se enfrentan son los intereses y aspiraciones de quienes no son parte del mismo.
Adolfo P. Salgueiro