A Hilda le tocó aprender a utilizar a la perfección su teléfono inteligente por necesidad. Con 81 años, jamás imaginó que su ánimo dependería de lo que recibe o envía a través de su móvil. “Mis dos hijos y cuatro nietos se fueron del país, estoy absolutamente sola y solo me comunico con ellos a través de las video llamadas”, sentencia.
La octogenaria forma parte de los miles de vecinos de la tercera edad de San Antonio de los Altos que, producto de la crítica situación económica y política que atraviesa el país, quedaron absolutamente solos. “Se fueron a Estados Unidos el año pasado, quieren que me vaya con ellos, pero que va, me da miedo irme, ya no tengo edad para comenzar de nuevo, yo termino mis días acá en mi país, aunque me muera de ganas de verlos”, reseña la mujer.
Se aferra las 24 horas del día a un Huawei P10 que su hija, quien en Venezuela ejercía la profesión de periodista y en EEUU cuida niños, le envió hace algunos meses para poder mantener el contacto. “Al menos una vez al día hacemos video llamadas”, agrega con los ojos brillosos. Su vida ahora solo tiene sentido para ver y escuchar a sus nietos a través de la pequeña pantalla del celular.
La historia de Lidia Cisneros es similar, reside en la urbanización La Arboleda desde hace más de 30. Pertenece al Club de los Abuelos del Municipio Los Salias, practica teatro en el Complejo Recreativo y Cultura y al igual que Hilda, cree que a su edad no se debe emigrar.
Tiene tres hijos, todos fuera del país. Con una mezcla de tristeza y orgullo enumera las profesiones: “uno es médico, el otro abogado y el tercero ingeniero, pero ninguno está ejerciendo”, sentencia. Ha tenido la oportunidad de ir a visitar a su hija a la ciudad de Miami, pero que va, dice como que el clima y la gente de San Antonio no hay.
Está completamente sola, aunque en Venezuela le quedan dos hermanas, una en La Colonia Tovar y otra en Caracas, a quienes poco ve por la distancia. “Tengo una perrita, afortunadamente estoy en el Club de los Abuelos donde tengo muchas amigas con quienes hablo por teléfono”.
Lidia tiene prótesis en las dos rodillas y una cardiopatía, “a mis vecinos le preocupa porque vivo sola, pero yo no me quiero ir del país, yo creo que a mi edad es complicado, tengo aquí mis amigos, mi vivienda y no creo que a mi edad se deba emigrar”, sentencia.
La cruda crisis no solo le ha arrebatado a sus hijos y seis nietos, “he perdido muchas amigas que sí han tomado la decisión de irse, sin embargo los martes nos reunimos y hacemos teatro, interpreto a Toña la Negra (risas), mientras que los lunes, miércoles y viernes nos reunimos en el club”.
Según datos aportados por el alcalde de la jurisdicción mirandina, José Fernández “Josy”, al menos el 60 % de la población emigró en los últimos años, siendo los más perjudicados las personas de la tercera edad que decidieron quedarse. El burgomaestre ha tenido que crear redes de apoyo para los abuelos y estar pendiente de ellos las 24 horas del día e incluso inauguró el primer plan vacacional para abuelos en el que se inscribieron más de 150.
Yolanda Pernia es uno de los “acampantes” del novedoso plan; tiene 2 hijas, 4 nietos, es divorciada y al igual que la mayoría de sus amigas está sola. “Tengo familia en Canadá, México, San Francisco (EEUU) y España”, enumera.
Para combatir la soledad busca mantenerse el mayor tiempo posible distraída, hace yoga, pertenece a un grupo de oración, practica natación, revisa constantemente las redes sociales y prepara a diario almuerzos para desconocidos. “Vivo sola y hay tanta gente necesita, al medio día llegan muchos profesionales al centro comercial Los Altos que no han comido, una vez un señor me pidió un almuerzo y desde entonces siempre preparo comida y les llevo a varios”, reseña.
“Es maravillo, es la primera vez que hacen algo así, hacia muchísima falta”, indica al referirse al plan vacacional en el que además de hacer nuevos amigos tuvo la oportunidad de viajar a la playa y realizar múltiples actividades culturales y deportivas.
Además de las inmensas ganas de abrazar a sus familias, a estas tres abuelas las une otro sentimiento: la esperanza de ver nuevamente libre su país antes de morir. “Tengo mucha fe de que podré ver el cambio”, indica Yolanda, mientras que Lidia tiene la certeza de que todo mejorará, “estoy segura de eso, no me queda la menor duda, es camino es lento pero seguro”.
Daniel Murolo