Ahora que todo el mundo…

Redaccion El Tequeno

I

Las noticias de la semana pasada fueron muy duras. La verdad es que este país tiene muchos años recibiendo golpes noticiosos día tras día. Pero con más de 30 años en esta profesión, desempleada como estoy y en pleno proceso de sacar todas las células cancerígenas de mis pulmones, he aprendido que, para sobrevivir en esta carrera de largo aliento, hay que buscar refugio en lo que nos da felicidad.

Más de 30 años de carrera se dice fácil, y hasta yo creo que es poco tiempo, pero me gradué a los 21 años de edad y comencé a trabajar meses antes de recibir el título. Estoy en una posición bastante interesante, creo yo, pues conocí el viejo periodismo y he tenido la oportunidad de experimentar lo que en aquel entonces se enunciaba como el futuro de la profesión.

Estudié en la Universidad Católica Andrés Bello y comencé a trabajar en relaciones públicas de la antigua Policía Técnica Judicial. Mi padre me dijo que yo no tenía necesidad de eso, de trabajar, pero yo le contesté que para algo había estudiado.

II

Aunque en los pasillos de la UCAB sí se sabía lo que era la “operación colchón”, puedo decir que no conocí ningún testimonio de primera mano. Después me corrige mi familia: “Es que nunca raspaste ninguna materia”, y es verdad, pero será que al inocente lo protege Dios, porque creo que nadie a mi alrededor sufrió o se tuvo que someter a ese terrible abuso. Espero no equivocarme. Y si me equivoco, aquí me tienen si quieren desahogarse, las escucharé y las consolaré.

Imagínense una carajita de 21 años en un ambiente policial tan terrible. Después de unos meses de trabajar en relaciones públicas, Rafael Poleo me dio mi primer trabajo como reportera. Cubría sucesos, claro, pero ni para conseguir una noticia los agentes se propasaron conmigo. Tuve grandes guías, como la excelente Sandra Guerrero, pero también muchos comisarios generales me entrenaron en la fuente. El propio Rafael se sentaba conmigo para enseñarme lo que era un lead y un título. Tengo solo buenos recuerdos de todo lo que aprendí en esa época.

Después fui al Diario de Caracas y allí el poder era femenino, aunque siempre tuve compañeros entre los periodistas y los reporteros gráficos. Esa era la época de mi enamoramiento con la profesión. Cubría Cancillería y me metía en la oficina de Hilarión Cardozo o del mismo ministro a escuchar cuentos off the record. Jamás me hicieron pasar malos momentos y di tubazos a montones.

Luego conocí a Pedro Llorens de la mano de Alirio Bolívar, dos grandes. Llegué a El Universal cuando estaba a punto de transformarse de dinosaurio a elefante. Me di el gusto de apagar las maquinitas que imprimían los reportes de las agencias internacionales guiada por Ramón Hernández. Fui una de las primeras en montar mis propias notas en la computadora y con eso le dije adiós a las máquinas de escribir que me echaban a perder mi siempre impecable manicure.

Una sola vez fui objeto del lenguaje agresivo de alguien que había venido de otro país a “enseñarnos” el nuevo periodismo, pero todos, absolutamente todos mis compañeros me respaldaron y yo, por supuesto, no me dejé apabullar. Por allí anda ese colega a quien volví a ver tiempo después en El Nacional y me saludó con respeto.

Luego llegué a mi casa. Me tocó una redacción llena de estrellas, de buenos reporteros, de excelentes fotógrafos, de grandes jefes. De El Nacional uno no se va nunca, y es por eso que es inmortal.

III

Lamento tanto que haya mujeres que la hayan pasado mal, que hayan sido víctima de abusos. Me duele mucho que les hayan marcado la vida de una manera tan infame, porque ninguna se merece algo tan terrible. Imagino que contarlo les dolió cientos de veces más, pero espero fervientemente que este desahogo les traiga mucha paz y puedan comenzar a sanar.

Aunque doy gracias a Dios porque solo tengo buenos recuerdos de cada uno de los compañeros de trabajo, profesores, amigos y colegas, entiendo ese dolor profundo que se les ha instalado en el alma.

Pero mi preocupación va más allá. Las agresiones y la violencia de género son apenas una espina de las muchas que tiene la violencia social que vivimos los venezolanos. Aquí nadie se salva de una agresión y los derechos de todos son vulnerados diariamente. Es urgente que entendamos y asumamos la tarea de comenzar la curación para que no suframos más.

El primer agresor es el régimen. Si no salimos de eso, no se podrá luchar contra las injusticias ni se podrá poner punto final a la violencia. Y la vacuna es la educación. Solo así aprenderemos a elegir mejor a nuestros gobernantes.

Ana María Matute

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