La llegada de Hugo Chávez a Miraflores en 1999 marcó el fin de los 40 años de democracia representativa en Venezuela. Lo hizo a través de la narrativa del pueblo como actor principal. “Me consumo y me consumiré de por vida al servicio pleno del pueblo venezolano. Lo haré gustosamente. Me consumiré todo lo que me quede de vida, así lo juro y lo prometo delante de mis hijos y mis nietos” (parafraseando a San Pablo en carta a los romanos) expresó en 2009.
Además, el llamado comandante eterno de la revolución socialista del siglo XXI controló el poder a través de la distorsión deliberada de la realidad en la que manejó las emociones y las creencias personales del pueblo frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en sus actitudes sociales. Tras la derrota en 2007, dijo: “Sepan administrar su victoria, pero ya la están llenando de mierda. Es una victoria de mierda y la nuestra, llámenla derrota, pero es de coraje, es de valor, es de dignidad”. Era la manera de reflejar el miedo, reforzando el temor en las fuerzas democráticas.
Entonces, aplicó una hegemonía comunicacional para imponer su propia versión de los hechos. Consistió en el desarrollo de un desmesurado aparato comunicacional del Estado y en el aplastamiento de los medios de comunicación independientes, a través de los cuales se expresaban las voces disidentes u opositoras a su régimen.
También, el teniente coronel hizo suya la lucha de Fidel Castro contra Estados Unidos, el imperialismo gringo. En consecuencia, asumió el rol de la desaparecida Unión Soviética, manteniendo el financiamiento del régimen de Cuba y el Foro de Sao Paulo. Costeó campañas electorales en otros países, partidos y movimientos antiestadounidenses, lo que desangró la economía venezolana.
No tenía chequera para satisfacer a Fidel Castro —el Estado cubano, las misiones—, las FARC —compra de la droga—, los Kirchner —pago de la deuda externa—, Daniel Ortega —financiamiento a las alcaldías—, los países caribeños —financiamiento de la factura petrolera—, Podemos —fundación del partido—, el cura Fernando Lugo, Manuel Zelaya, los del Bronx —entrega de fuel oil—, entre otros, y la corrupción endógena. Tampoco para la mejoría en los ingresos laborales y una mayor distribución de las rentas en Venezuela.
El tamaño de la economía no lo permitía ni el espejismo creado por los ingresos extraordinarios debido al incremento del precio del barril de petróleo, que llegó a los 120 dólares en 2008.
Los 14 años de Chávez en Miraflores crearon las condiciones para que, 10 años después, la razón de ser de su llegada al poder siga vigente, pero con mayor ahínco.
El colapso económico producto de su revolución socialista del siglo XXI ha provocado un aumento sin precedentes de la pobreza, que afectó a 95% de la población en 2021, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi). La pobreza extrema también presenta una tendencia al alza; aunque se redujo brevemente en 2020 debido a los programas de transferencia de efectivo introducidos por el gobierno durante la pandemia de covid-19, volvió a aumentar a principios de 2021, una vez que se retiraron estos programas. En consecuencia, el descenso de la calidad de vida provocó un deterioro de la seguridad alimentaria y otros indicadores de salud, así como un aumento de la mortalidad infantil y materna.
Al mismo tiempo, la desigualdad de ingresos se ha acentuado. Según la encuesta Encovi, la puntuación del índice de Gini de Venezuela —una medida de la desigualdad de ingresos que oscila entre 0 (igualdad perfecta) y 100 (desigualdad total)— aumentó de 49,5 en 2020 a 56,7 en 2021, lo que ubica a la nación como la más desigual de América Latina.
A una década de su partida y 24 años de su llegada al poder, su legado no es otro que hambre, éxodo, impunidad y crímenes de lesa humanidad.
Ante esta realidad, Nicolás Maduro, su heredero, se ha convertido en uno de los patrones de la organización criminal con lazos de sangre con los regímenes y estructuras que combaten la civilización occidental: libertad, democracia, separación de poderes y Estado de derecho.
Por lo tanto, el sueño de liberar el pueblo de los 40 años de democracia representativa se convirtió 10 años después de su partida en el secuestro de una nación.