La universidad constituye un imponente espacio académico en cuyo ámbito de intelectualidad confluyen ideas que apuestan al cambio social, político y económico local, regional y nacional. Es decir, es un escenario cuyos límites están configurados por las necesidades de acuciar y conciliar propuestas de diversas voluntades.
La institución exalta no sólo la condición espiritual del hombre, sino también la vitalidad de su capacidad cognitiva. Ello, en conjunción con la ética y la moralidad, valores estos sobre los cuales basa su participación en tan edificante mundo de ideas, proyectos y consideraciones.
“La enseñanza universitaria se inspirará en un definido espíritu de democracia, de justicia social y de solidaridad humana, y estará abierta a todas las corrientes del pensamiento universal, las cuales se expondrán y analizarán de manera rigurosamente científica”, establece la Ley de Universidades (1958), luego reformada (1970).
En consecuencia, la dinámica universitaria debe estar orientada a la encomiable búsqueda de la verdad y entrañar las bondades que solamente pueden forjarse cuando el pensamiento adquiere connotación mediante el debate de su contenido. Para esto resulta imprescindible la autonomía y las libertades académicas que refuerzan tan magnánimo estado de atención ante propuestas y respuestas.
¿Actuar con sentido académico?
La universidad constituye la puerta al entramado en donde la concordancia, la fraternidad y la inteligencia establecen una particular alianza que garantiza cualquier posibilidad de allanar terrenos anegados por la intolerancia y la mediocridad.
Por eso, la academia acude a infranqueables oportunidades donde la vivacidad del conocimiento y los esfuerzos por moldear la universidad y ajustarla como sujeto de una historia de prosperidad nacional sabe sobreponerse a los avatares y desmanes que, de manera apesadumbrada, constituyen factores de atraso y descomposición en todos los órdenes del funcionamiento estructural-republicano.
Sólo el derecho y el deber de conjugar los principios sobre los cuales descansa la autonomía asegurarían el logro de objetivos y esperanzas institucionales en consonancia con los anhelos de transformación democrática nacional.
La universidad autónoma es crítica, democrática y decidida. El hacer universidad requiere estimular el cuerpo, el alma y el corazón, tal como lo suscribe la Ley de Universidades.