Jhoan Bastidas fue deportado de Estados Unidos y pasó 16 días en la base naval de Estados Unidos en Guantánamo, Cuba, vigilado por cámaras y comiendo pequeñas porciones que lo dejaban con hambre.
“Todo el día encerrado en un cuartito – yo conté los pies: de ancho siete y así de largo eran 13 – sin poder hacer nada, sin un libro, mirando las paredes”, dijo Bastidas, de 25 años, en la casa de clase media de su padre en la ciudad occidental de Maracaibo, Venezuela.
Tres semanas después de que fue devuelto a Venezuela bajo la represión migratoria del presidente Donald Trump, Bastidas apenas comienza a entender todo — cómo ha regresado a la ciudad natal que una vez fue próspera y que dejó siendo un adolescente; cómo los tatuajes en su pecho le ganaron una reputación de criminal; y cómo se convirtió en uno de los pocos migrantes en pisar la base naval más conocida por albergar a sospechosos de terrorismo.
Recomponiendo vidas
Bastidas y aproximadamente otros 350 venezolanos que migraron a Estados Unidos están tratando de reconstruir sus vidas después de ser deportados a su país en crisis en las últimas semanas. Alrededor de 180 de ellos pasaron hasta 16 días en la base en Guantánamo antes de ser trasladados a Honduras por las autoridades estadounidenses y, desde allí, a Venezuela por el gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Esto forma parte de los esfuerzos de la Casa Blanca para deportar un número récord de inmigrantes que se encuentran en Estados Unidos de manera ilegal. El gobierno de Trump ha alegado que los venezolanos enviados a la base naval son miembros de la pandilla Tren de Aragua, que se originó en el país sudamericano, pero ha ofrecido pocas pruebas para respaldar esa afirmación.
“Fue muy duro todo, todas esas experiencias fue muy duro”, dijo Bastidas. “Hay que ser fuerte frente a todos esos problemas, ¿me entiendes? pero vi tanto odio”.
Más de 7,7 millones de venezolanos han dejado su patria desde 2013, cuando su economía dependiente del petróleo se desmoronó y Maduro se convirtió en presidente. La mayoría se estableció en América Latina y el Caribe, pero después de la pandemia de COVID-19, comenzaron a fijar su mirada en Estados Unidos.
Durante años, Venezuela se ha negado a recibir de vuelta a sus propios ciudadanos desde Estados Unidos, con breves y limitadas excepciones como los recientes vuelos.
Durante el fin de semana, el gobierno de Estados Unidos transfirió a cientos de inmigrantes a una prisión de máxima seguridad en El Salvador después de que Trump invocara una ley de guerra del siglo XVIII para acelerar las deportaciones de presuntos miembros del Tren de Aragua. Sin embargo, el gobierno de Trump no ha proporcionado ninguna evidencia que respalde la afirmación de pertenencia a una pandilla.
Los inmigrantes fueron trasladados a pesar de que un juez federal emitió una orden que prohibía temporalmente las deportaciones bajo la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, que permite al presidente mayor libertad en la política y acción ejecutiva para acelerar las deportaciones masivas.
Dejando Venezuela
Bastidas, su madre y sus hermanos dejaron Maracaibo en 2018, uno de los años más difíciles de la prolongada crisis del país. Mientras probaban suerte en Perú y luego se establecían en Colombia, las personas que vivían en Venezuela perdían empleos, formaban largas filas fuera de supermercados casi vacíos y pasaban hambre.
Su ciudad natal vio cómo los negocios cerraban y familias enteras vendían sus pertenencias y se mudaban. Los cortes de energía que se convirtieron en ocurrencias diarias a partir de 2019 empujaron a aún más personas a abandonar Maracaibo.
Partió hacia Texas en noviembre de 2023, financiado por un hermano cuya promesa de un automóvil y un trabajo de entrega de comida en Utah lo convenció de migrar.
Bastidas se entregó a las autoridades estadounidenses después de llegar a la frontera con México y fue llevado a un centro de detención en El Paso, Texas. Permaneció allí hasta principios de febrero, cuando una mañana fue esposado, llevado a un aeropuerto y subido a un avión sin que le dijeran a dónde se dirigía.
Después de que el avión aterrizó, los compañeros de viaje pensaron que estaban en Venezuela, pero cuando llegó a la puerta y solo vio “gringos”, dijo Bastidas, concluyó que estaban equivocados. Cuando vio “Guantánamo” escrito en el suelo, no significó nada para él. Nunca había escuchado esa palabra antes.
Guantánamo
Cuando estaba dentro de la celda, Bastidas dijo que nunca pudo saber la hora del día porque su única ventana era un pequeño panel de vidrio en la parte superior de la puerta que daba al edificio. Dijo que solo veía la luz del sol cada tres días durante una hora, que era el tiempo de recreo que se le permitía pasar en lo que describió como una “jaula”.
Bastidas dijo que llevaba manos y pies encadenados cada vez que salía de su celda, incluso cuando iba a ducharse cada tres días. En un momento, a él y a otros detenidos les dieron pequeños ejemplares de la Biblia y comenzaron a orar juntos, leyendo las escrituras en voz alta y colocando sus oídos contra la puerta para oírse.
“Nosotros decíamos que el que nos va a sacar es Diosito porque no veíamos otras soluciones, no teníamos con quien apoyarnos”, agregó Bastidas.
El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos no respondió a las solicitudes de comentarios.
Trump ha dicho que planeaba enviar “a los peores” a la base en Cuba, incluidos miembros del Tren de Aragua. Bastidas dijo que no es parte de la pandilla y cree que las autoridades estadounidenses utilizaron sus tatuajes para catalogarlo erróneamente como miembro de la organización criminal.
Cuando se le preguntó qué tatuajes cree que las autoridades malinterpretaron, su padre bajó el cuello de la camiseta blanca de Bastidas y señaló dos estrellas negras de ocho puntas, cada una tatuada a un lado del pecho, debajo de las clavículas.
La Unión Americana de Libertades Civiles ha presentado una demanda intentando bloquear más transferencias a Guantánamo alegando crueldad por parte de los guardias e intentos de suicidio por parte de al menos tres personas detenidas allí.
Bastidas y otros venezolanos regresaron a Venezuela desde Guantánamo el 20 de febrero. Agentes armados del servicio de inteligencia del estado los dejaron en sus hogares.
Bastidas pasó las siguientes dos semanas descansando. Luego comenzó a trabajar en un puesto de hot dogs.
De vuelta a casa
Las tiendas y casas abandonadas están por todas partes en Maracaibo, que alguna vez fue un imán para inmigrantes en busca de buenos empleos en los campos petroleros cercanos. Pero la corrupción, la mala gestión y las eventuales sanciones económicas de Estados Unidos hicieron que la producción — y la población — disminuyeran constantemente.
Pocas personas podrían conocer a Bastidas por su nombre en su calurosa ciudad natal, pero prácticamente todos en Maracaibo conocen a alguien que ha migrado. Así que la noticia del traslado de los venezolanos a Guantánamo se compartió aparentemente sin fin en las redes sociales y WhatsApp, desatando debates sobre sus condiciones de vida y supuestas afiliaciones a pandillas, así como sobre la compleja crisis que los llevó a migrar en primer lugar.
Bastidas está apoyándose en la fe para ignorar el ruido y seguir adelante. “Yo veo como medio una prueba que me puso el Señor”, dijo. “Él me tiene otro propósito. No era para mí estar allá y me tuvo guardado ahí por algo”.