Arrestos arbitrarios, la tortura y ataques a familiares: El ‘manual de represión’ que comparten los tiranos modernos

Redaccion El Tequeno
-FOTODELDÍA- AME6075. CARACAS (VENEZUELA), 01/05/2023.- El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, participa durante la conmemoración por el Día Internacional del Trabajador hoy, en Caracas (Venezuela). El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, anunció este lunes el aumento de dos bonos, uno de alimentación que reciben trabajadores activos y otro de «guerra» para pensionados y otros sectores, e 40 y 20 dólares, respectivamente, como parte de un «plan de emergencia» para recuperar el salario. EFE/ Miguel Gutierrez

Los tiranos aprenden unos de otros, comparten información y observan las tácticas de represión que aplican dictadores y autócratas del mundo para reproducirlas en sus propios países. Los arrestos arbitrarios de disidentes, la tortura en las prisiones, los ataques a familiares de activistas o el uso de inteligencia artificial para controlar a la población se repiten casi de forma sistemática en la mayoría de regímenes autoritarios.

Por EL PAÍS DE ESPAÑA

“Desde Egipto e Irán a Rusia y Venezuela, los dictadores cooperan y se copian entre ellos”, advierte la periodista y disidente iraní Masih Alinejad. Su denuncia coincide con el relato de las decenas de defensores de los derechos humanos reunidos el pasado junio en el Oslo Freedom Forum, la convención de activistas que cada año organiza la Human Rights Foundation (HRF). Sus testimonios componen lo que podría considerarse una guía de actuación de los dictadores y autócratas modernos, un conjunto de formas de represión tradicionales reforzadas con las opciones que les ofrecen las nuevas tecnologías y la constante preocupación por la imagen pública.

Arrestos arbitrarios

Las detenciones arbitrarias de activistas, periodistas u opositores sin que existan razones legítimas o sin procedimientos legales previos son “un arma fundamental de los regímenes autocráticos”, afirma Félix Maradiaga, uno de los 200 presos políticos nicaragüenses a los que el régimen de Daniel Ortega desterró a Estados Unidos el pasado febrero tras privarlos de la nacionalidad. “Saben que apresando a los disidentes desvían la atención de los movimientos políticos, que se ven obligados a parar por un tiempo y dejar de hablar de reformas en educación y salud o de abordar temas como la corrupción”, continúa. Su propia experiencia es la prueba: después de anunciar en 2021 su precandidatura a la presidencia del país, fue detenido acusado de “traición” y pasó “611 agonizantes días en una de las prisiones de máxima seguridad más atroces de Latinoamérica”.

El objetivo de estos arrestos, según el periodista venezolano Víctor Navarro, es la expansión del terror. “Los regímenes autocráticos se alimentan del miedo y se fortalecen con el silencio”, resume. Él también fue detenido “de forma arbitraria”. “Yo trabajaba en reinserción social, pero en Venezuela ofrecer oportunidades puede ser considerado un crimen”, afirma el activista, que fue acusado de “traición a la patria” y “terrorismo”. “Unos 35 oficiales de la policía tumbaron la puerta de mi casa”, rememora. Estuvo encerrado cinco meses.

“Saben que apresando a los disidentes desvían la atención de los movimientos políticos, que se ven obligados a parar por un tiempo y dejar de hablar de reformas en educación y salud o de abordar temas como la corrupción”

Félix Maradiaga, preso político nicaragüense

La uigur Gulbahar Haitiwaji, en cambio, “nunca había estado envuelta” en actividades políticas o sociales. Pero el régimen de Xi Jinping la consideró culpable de “deslealtad al Gobierno chino” en el marco de una campaña de represión de Pekín contra los miembros de esta minoría musulmana —unos 11,6 millones de personas— en la región autónoma de Xinjiang. “Vivía en Francia con mi marido y mis hijas y, tras una llamada de mi antiguo empleador, planeé un viaje de regreso de dos semanas [a Xinjiang]… No tenía idea de lo que me esperaba allí”, recuerda la mujer, que pasó tres años en los denominados “centros de reeducación”, campos de confinamiento donde Pekín ejerce su represión contra los uigures.

Torturas

Las palizas, las violaciones y el trato inhumano y degradante son una constante en el testimonio de quienes han sido arrestados por motivos políticos. “Sufrí en prisión cosas de las que todavía no estoy preparado para hablar en público”, afirma el nicaragüense Maradiaga.

La tortura es ante, todo, un intento de “deshumanización”, denuncia por su parte Navarro. “Yo me veía como el número 25510806”, el código que le asignaron tras entrar en la cárcel venezolana del Helicoide. Las agresiones, revela, fueron continuas. “No me dejaban dormir; escuchaba cómo asfixiaban a otro preso, el sonido de las violaciones…”, rememora el activista, que asegura que pasó 129 días sin ver la luz del sol.

Una pulsera roja en el tobillo de Haitiwaji le hace recordar que sobrevivió a la tortura en los centros de detención de Xinjiang. Los agentes le apretaban los grilletes con tanta fuerza que le hacían sangrar. Y en mitad del dolor, dice que susurró: “Mi pobre tobillo, tú has sufrido tanto por mí, si alguna vez consigo dejar este lugar prometo que te adornaré con una hermosa cadena”. Fue una de las muchas veces en las que la mujer fue interrogada en una de las denonimadas sillas tigre: “Nos ponían una capucha negra, nos esposaban las manos y los tobillos”. Pero no fueron esos los únicos momentos de terror: “Me encadenaron 20 días a una cama y la humillación que sentí fue insoportable. Luché durante 10 días por no hacer mis necesidades delante de ellos; al final, con un dolor fortísimo de estómago, hice mis necesidades entre lágrimas”.

Quien no puede relatar la tortura que sufrió es Alaa Abdelfatá. Este bloguero e intelectual símbolo de la oposición egipcia lleva preso casi cuatro años tras haber sido condenado en un juicio exprés por supuestamente difundir información falsa en redes sociales. Pero habla en su nombre una de sus hermanas, Sanaa Seif, que cuenta que la situación fue tan terrible que su hermano llegó a pensar en el suicidio: “Decía que su vida era insoportable, porque lo peor no fue la tortura, sino que le privaran de todo aquello que daba sentido a su vida, como la luz del sol, la música o los libros… Decía que vivía como un animal”.

Ataques a familiares

En su estrategia de la expansión del terror, los dictadores y autócratas se esfuerzan en demostrar que el activismo de un disidente pone en riesgo a su familia. Es lo que le ocurrió a Haitiwaji. “Me interrogaron sobre mi vida en Francia, me mostraron una fotografía de mi hija cubriéndose con una bandera del Turquestán Oriental [símbolo del movimiento de independencia uigur] durante una protesta”, recuerda la mujer, que acabó firmando una confesión en la que declaraba que había “reunido a gente para perturbar el orden social”.

Sanaa Seif sí terminó en prisión hasta en tres ocasiones por reclamar la libertad de su hermano. Consciente del dolor que inflige a las familias la detención de un ser querido, narra cómo se peinaba y maquillaba para intentar tener el mejor aspecto en la visita de 20 minutos con su madre o su hermana que una vez al mes le permitían las autoridades.

Sana Seif, el pasado 14 de junio en Oslo. A su espalda, una imagen de una manifestación en la que reclamó la libertad de su hermano Alaa.
Sana Seif, el pasado 14 de junio en Oslo. A su espalda, una imagen de una manifestación en la que reclamó la libertad de su hermano Alaa.

Porque más allá del propio arresto, el daño psicológico que causa a las familias la detención de un familiar es muy profundo. “Cuando me apresaron, a mi mamá le dijeron que me buscara en la morgue”, lamenta Navarro. Comparte una angustia similar Evgenia Kara-Murza, esposa del periodista y opositor ruso Vladímir Kara-Murza, condenado a 25 años de prisión por alta traición porque “su voz era un peligro para el régimen de Putin”. “Es inmenso el dolor de tener a alguien a quien amas preso”, se aflige.

Prácticas cleptócratas

“Ocurre en Sudán, en Yemen, en Rusia, en China, en Irán… Son regímenes cleptócratas”, afirma Casey Michel, director del programa de la HRF contra los sistemas de gobierno en los que prima el enriquecimiento de la élite a costa del interés público. La cleptocracia es, según Casey, una de las señas de identidad de los sistemas autoritarios, pero advierte que es “un fenómeno transnacional”. “Las autocracias y las dictaduras se sirven del secreto financiero de lugares como Delaware [Estados Unidos] para sacar dinero de su país, ya sea de Guinea Ecuatorial o de Angola, y disfrutar de él donde quieran”, critica.

Lo sabe bien la activista Ketakandriana Rafitoson, la única juez de Madagascar que ha dimitido por interferencias en la justicia, que lleva toda su vida dedicada a la lucha contra la corrupción. “En ella está el origen de la extrema pobreza de mi país”, subraya, un Estado en el que el 75% de la población vive con menos de dos dólares al día. “Los sucesivos dirigentes escogieron la corrupción como forma para gobernar el país”, lamenta. Y da una cifra, a modo de ejemplo, que considera inasumible: “En 2013, uno de los candidatos a las elecciones presidenciales gastó 43 millones de dólares (38,3 millones de euros) en una sola campaña, en un país en el que la gente pasa hambre”. Si en los comicios de 2018 concurrieron 36 candidatos, ¿cuánto dinero se malgastó?”, se pregunta.

“Es un error creer que hay dictaduras distintas, de derechas y de izquierdas, socialistas y capitalistas, cuando la realidad es que es una cuestión del bien y del mal”

Thor Halvorssen, fundador de la Human Rights Foundation

El gran error, según Thor Halvorssen, fundador de la HRF, es “creer que hay dictaduras distintas, de derechas y de izquierdas, socialistas y capitalistas, cuando la realidad es que es una cuestión del bien y del mal”, analiza. Esta clasificación, “cuyo objetivo es dividir a la gente”, lleva a pensar, según Halvorssen, que el régimen de Venezuela es, por ejemplo, socialista. “Pero no lo es, porque todos los que están en el poder son multimillonarios y billonarios”, clama.

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