La cuarentena, la falta de agua en su hogar y su estricto horario laboral, le ha complicado la vida a Rocman José Rodríguez, quien se desempeña como vigilante en la urbanización Rosalito de San Antonio de los Altos.
Las restricciones impuestas por el gobierno, convierten en una auténtica travesía diaria cumplir con sus compromisos. Vive en Los Teques, específicamente en el barrio Palo Alto, de donde salir, cada madrugada, siempre ha sido difícil.
«Ya casi no hay transporte desde que decretaron la cuarentena», reseña el hombre, quien debe literalmente cazar uno de los dos autobús que queda trabajando para poder llegar a tiempo.
Asegura que algunos transportistas se aprovechan de la situación para aumentar el costo del pasaje hasta en 10 mil bolívares, por lo que muchos prefieren caminar y ahorrar ese dinero para comprar alimentos.
Carga encima, además de su bolso con ropa y comida para la guardia, una pimpina -a veces dos- que llena de agua en su lugar de trabajo para llevarla a casa. «Allá donde vivo tenemos meses sin una gota», detalla.
No se explica cómo es que cada vez que escucha por la radio a alguna autoridad, la misma recomienda lavarse las manos para evitar el coronavirus, «es una burla, en mi casa lo que sale por la tubería desde el año pasado es aire».
Vigila la entrada de una de las urbanizaciones más grandes de San Antonio de los Altos. Como cualquier otro venezolano, el sueldo le alcanza para poco pero agradece el bondad de muchos de los residentes de Rosalito que le dan comida.
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