El resultado de las elecciones en Venezuela ha suscitado reacciones en todo el mundo y puesto en jaque no sólo a la comunidad internacional, también a la latinoamericana, que teme un nuevo éxodo masivo de venezolanos hacia la región, ya afectada por la actual diáspora. Uno de los primeros en prepararse es Chile, un país donde los venezolanos también han supuesto un valioso aporte a la sociedad.
El presidente chileno, Gabriel Boric, fue el primer líder latinoamericano en rechazar como vencedor a Nicolás Maduro. Esto generó la expulsión del cuerpo diplomático chileno en el país y el cierre del consulado, una decisión calificada por Chile como “histórica” e “insólita”, que deja a más de 700.000 venezolanos desamparados sin acceso a regularizar o actualizar sus papeles en el país andino. Esta nación también es una de las primeras en prepararse ante una nueva ola migratoria.
Las autoridades chilenas se apresuraron en advertir que las cosas son distintas. “La situación actual en nuestra frontera es muy distinta a la que había años atrás”, señaló poco después de las elecciones el canciller chileno, Alberto Van Klaveren, afirmando que la capacidad de Chile “para seguir recibiendo inmigrantes “es muy reducida”.
De hecho, el gobierno de Boric ha sido uno de los primeros en prepararse ante la posible huida masiva si Maduro continúa en el poder. A principios de agosto, las autoridades se desplegaron en los puestos fronterizos donde se encuentran las Fuerzas Armadas. Y la ministra del Interior, Carolina Tohá, se reunió con su par de Defensa, Servicio de Migración y Policías, entre otros, para establecer un plan de acción.
La subsecretaria de Relaciones Exteriores, Gloria de la Fuente, mantuvo reuniones con sus pares de Colombia, Perú y Ecuador y otros funcionarios de Bolivia para prepararse ante posibles efectos.
Las peticiones se elevan hasta el cierre de fronteras
Aunque Chile es el quinto país de acogida en números de venezolanos, por detrás de Colombia, Perú, Brasil y Ecuador, los 700.000 reconocidos, se unen a otros 1,1 millones de migrantes de otras nacionalidades, lo que supone que casi un 10% de los 20 millones de chilenos son migrantes, uno de los porcentajes más altos de la región, con un crecimiento exponencial en los últimos años.
Algunos senadores socialistas – parte del oficialismo- como Juan Luis Castro han planteado la posibilidad de crear campamentos en la frontera para acoger a los venezolanos mientras se verifican sus papeles. Otros, más a la derecha, piden medidas más drásticas como zanjas o plantean, directamente, el cierre de fronteras.
La grave crisis de seguridad que atraviesa Chile en los últimos años ha hecho que, en los discursos mediáticos, se vincule a migrantes venezolanos con crímenes especialmente violentos. Aunque son un porcentaje mínimo de la población, y similar al porcentaje de chilenos que cometen delitos, se genera estigmatización.
Cambio en el trato hacia los venezolanos
“Sí hay un cambio en el trato”, explica a France 24 Ysabel García, una abogada que llegó a Chile en 2019, tras una devaluación que afectó a sus negocios en Venezuela. Tenía una empresa de tortas, otra de caramelos y era además administradora de edificios comerciales. Su esposo, Luis, tenía su empresa de proyectos de ingeniería.
Cuando llegó a Chile se sintió bienvenida. “A los venezolanos los recibían bien para esas fechas, con alegría. Mucha gente cuando nos oía hablar decía cosas tan bonitas sobre nosotros, que era súper emocionante, te saltaban las lágrimas”, explica en una tarde invernal desde Santiago.
Pero ese sentimiento poco a poco cambió, e incluso, en el edificio donde se desempeña como conserje ha sentido maltrato, tanto por inquilinos como por visitas, y asegura que los venezolanos que trabajan o viven ahí han recibido amenazas de muerte por parte de algunos vecinos. “Muchas veces cuando hay problemas, en el citófono, te dicen seguro que son los venezolanos del piso tal, cuando no lo son”, explica.
No se lo toma personal, “son personas xenófobas” que se aprovechan de la situación, añade, sin perder un ápice de la dignidad y humanidad que le ha ganado una buena reputación entre la mayoría de los vecinos.
Afirma que las elecciones son y han sido vitales en el pasado en la decisión de los venezolanos de abandonar su país. “Llegué a ver gente en Chile que entregó su departamento, vendieron sus cosas porque regresaban a Venezuela porque creían que iba a haber un cambio” en julio, relata.
Enero: la fecha límite
Pero es un camino de ida y vuelta: también en Venezuela hay muchas personas que tenían la maleta lista, si Maduro se iba se quedaban, si no, se iban. “Algunas ya se han ido, pero muchas aún apuestan por el cambio”, señala Ysabel, apuntando al 10 de enero cuando asume el nuevo mandatario como fecha límite.
“Si de aquí a enero no pasa nada, sí que se tiene que preparar la región, que no ha tomado el peso a esto. Si el cambio no se da, se va a producir una gran ola migratoria. Ahorita la gente aún está esperando y cree en María Corina”, afirma convencida.
Imaginarse otra ola migratoria es complejo para todos. “Esto entra en crisis y colapsa todo el mundo, desde Chile, Colombia hasta Centroamérica. La infraestructura ya no da más”, explica en referencia, por ejemplo, a las colas en los colegios chilenos, ya desbordados, donde la educación de los niños es obligatoria.
El aporte económico de los migrantes en Chile es notable
Ysabel es una de las venezolanas que han contribuido al crecimiento de la economía chilena. Según un informe reciente del Banco Mundial, la migración venezolana aporta un 0,2% anual al crecimiento del PIB chileno y en los últimos años ha sumado un 0,8%. Su participación en el mercado laboral es mucho más activa y representa el 80,8% frente al casi 60% de los chilenos. Tienen menores costos de protección social porque pagan más impuestos de los beneficios que reciben y sus niveles educativos son superiores al promedio chileno, con más de la mitad, 400.000, con título de educación superior.
“Creo que ha sido más lo positivo, pero noticiosamente no es lo que más se ve. Hay mucha gente buena, trabajadora, que arriesgó su vida, aquí nadie está por gusto”, afirma Ysabel, mientras inicia los pasos para crear su propio emprendimiento inmobiliario.
En la publicación de otro estudio reciente sobre el aporte de los venezolanos se señalaba que un 12,5% de las empresas generadas en 2021 en Chile fueron creadas por migrantes.
La Fundación Tepuy es una de las que ha ayudado a lograr estas cifras. Nacida en 2015 para dar respuesta a los venezolanos que empezaban a llegar en el país en temas de necesidades, ha ido evolucionando en la formación de altas capacidades de migrantes de acuerdo con las demandas del mercado laboral chileno, impulsado por su directora, Mary Montesinos y con la ayuda de Romer Rubio, el director académico de la ONG que logró que los cursos sean avalados por universidades venezolanas y chilenas.
A raíz de las formaciones se “transfiere conocimiento, pero eso es sólo una de las cosas que ocurren, también se crean nexos personales, profesionales, nacen organizaciones sociales a partir de personas que se conocieron en un curso de liderazgo”, explica Rubio y corroboran varios de los alumnos.
“Fue genial para mí porque yo sentí que estaba rescatando la profesionalidad que estaba perdiendo. He adquirido mucho conocimiento, tengo 14 diplomas, sobre migración, derecho internacional migratorio, etc. Me encanta porque puedo ayudar a mis amigos y asesorar”, afirma Yesenia Santabella, una de sus alumnas venezolanas que comenzó cuidando niños.
Yesenia también afirma haber sufrido discriminación. “En los distintos grupos del edificio donde vivo hay personas que atacan a nuestra nacionalidad, a mí me da pena hasta bajar en el ascensor y hablar. Mis hijos están hasta tratando de cambiar cómo hablan para no ser señalados en la escuela”, afirma con un deje de dolor. Aunque no tanto como al narrar cómo desistió de ser voluntaria en un programa para enseñar a niños chilenos a leer online cuando al ponerse de acuerdo con la mamá y llamarla, ésta se dio cuenta de que era venezolana y dejó de responderle al teléfono.
Yesenia cuenta su experiencia en Tepuy junto a varios compañeros, como Larry Coello, un ingeniero civil que lleva ocho años viviendo en Chile donde pudo mantener su profesión. La formación en líderes sociales “me ayudó a abrir la mente a los que estaban dedicados a trabajar 14 horas llegar a su casa y no veían más allá. Me ha ayudado a cambiarle su vida migratoria, a insertarlos en la sociedad chilena”, señala orgulloso de “tener una familia más en Chile”.
Para Edgar Márquez, 29 años, que llegó con 23 años a Chile y recién graduado de derecho, las herramientas de Tepuy fueron claves para moverse de nivel laboral. “Llegué siendo copero, limpiando platos, lo que había en ese momento. Fui evolucionando, hasta integrarme en la ONG ‘Movimiento Inmigrante para el Desarrollo’, llegando a la directiva”, señala.
En el último de los casos de éxito es el de Marcos Garzón, al que Tepuy le ayudó a revalidar su título en Chile, un proceso tedioso y nada fácil que le permitió pasar de conserje en un edificio a ejercer su profesión como sociólogo en el sector educativo en Chile.
“Al llegar acá era imposible poder estudiar, avanzar y prepararnos y Tepuy nos ha permitido fortalecer liderazgos, preparar profesionales y hacer de nosotros una gran familia en medio de todo lo que hemos vivido”, señala, orgulloso.
“Los tepuyes son las formaciones rocosas más antiguas del planeta que han aguantado todo tipo de adversidad y siguen ahí majestuosas. En Tepuy buscamos formar tepuyes, personas migrantes que a pesar de la adversidad van a estar airosas conservando no solamente su fuerza y su poder, sino que van a permanecer con los años y ser cada día más fuertes”, concluye convencida Montesinos, una defensora de las bondades de la migración.