Esa mañana, como de costumbre, Craig Coopersmith estaba despierto desde temprano, y tecleó su saludo diario en el teléfono: “Buenos días, equipo COVID”. Les solicitó actualizaciones a los jefes de equipo de varias Unidades de Cuidado Intensivo (UCI) en 10 hospitales del sistema médico de la Universidad Emory, en Atlanta.
Por Ariana Eunjung Cha – Washington Post
Un médico contestó que uno de sus pacientes tenía un extraño problema sanguíneo. A pesar de recibir anticoagulantes, el paciente seguía desarrollando coágulos. Otra médico dijo que había visto algo similar. Luego, un tercero. Pronto, todas las personas en el grupo habían reportado lo mismo.
“Fue ahí cuando supimos que teníamos un grave problema”, dijo Coopersmith, un cirujano de cuidados intensivos. A medida que verificó la situación con sus homólogos en otros centros médicos, empezó a alarmarse cada vez más: “Estaba sucediendo en hasta 20, 30 o 40% de sus pacientes”.
Los coágulos de sangre, donde el líquido se vuelve más gelatinoso, parece ser lo opuesto a lo que sucede con el ébola, el dengue, la fiebre de Lassa y otras fiebres hemorrágicas que generan sangrado incontrolable. Sin embargo, esas enfermedades forman parte del mismo fenómeno, y pueden provocar consecuencias devastadoras similares.
Las autopsias han revelado pulmones de algunas personas llenos de cientos de microcoágulos. Los coágulos de sangre errantes de mayor tamaño pueden desprenderse y llegar hasta el cerebro o el corazón, causando embolias o infartos. El 18 de abril, el actor de Broadway Nick Cordero, de 41 años, tuvo que someterse a la amputación de su pierna derecha luego de haber sido infectado con el nuevo coronavirus y haber sufrido de coágulos que bloquearon el flujo sanguíneo hacia los dedos de su pie.
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