“Hoy nuestro mensaje a Brasil es de esperanza y reconstrucción. Si estamos hoy aquí es gracias a la conciencia democrática de la sociedad brasileña. Bajo los vientos de la redemocratización, solíamos decir: dictadura nunca más. Hoy, después del terrible desafío que hemos superado, debemos decir: democracia para siempre”.
Con estas palabras Luiz Inácio Lula da Silva, 77 años, asumió el cargo de 39º presidente de Brasil. Este es su tercer mandato tras dos legislaturas continuas de 2003 a 2010. En la historia de Brasil, Lula es el primer presidente, después de Getúlio Vargas, con más tiempo en el poder. Para su Partido de los Trabajadores (PT), este es el quinto mandato, incluido el segundo de Dilma Rousseff, que terminó con un impeachment en 2016. Lula fue elegido el 30 de octubre con el 50,9 % de los votos válidos frente al 49,1 % del presidente Jair Messias Bolsonaro, una diferencia de apenas 2,1 millones de votos, menos del 2% de los votos válidos. Esta diferencia es la más baja para un presidente electo desde 1989, lo que demuestra el clima de polarización política del país.
Lula atacó su predecesor en su discurso ante el Congreso. “Nunca se han distorsionado tanto los recursos del Estado para un proyecto autoritario de poder”. Y repitió el mantra de su gobierno de transición, es decir que la situación del país que deja Bolsonaro es “desoladora”, a pesar de que los datos económicos son muy positivos, inflación bajo el 6%, desempleo a los mínimos desde 2015 y un superavit primário de 34.140 millones de reales en 2022 (6.460 millones de dólares), por primera vez desde 2013. “Frente a esta terrible violencia me comprometo con el pueblo a reconstruir el país y hacer de nuevo un Brasil de todos y para todos. La rueda de la economía volverá a girar””, afirmó. Lula también declaró que no quería venganza, refiriéndose a Bolsonaro, agregando pero que “los que han errado responderán de sus errores”. Hablando varias veces del manejo de la pandemia, calificó a Bolsonaro de “genocida” . Pero se equivocó al decir que Brasil es el país con mayor número de víctimas en proporción al número de habitantes. En realidad, según Worldometers, Brasil sólo ocupa el puesto 20 por detrás de Perú, Chile y Estados Unidos, entre otros.
Según la última encuesta de Datafolha, el 51% de los brasileños cree que en su nuevo mandato Lula será mejor que Bolsonaro, una cifra que, sin embargo, no supera a la de los electores que le votaron en la segunda vuelta, lo que indica que las expectativas de la población brasileña son bajas en comparación con la media histórica. Al inicio de su primer mandato, en 2003, el porcentaje de los que esperaban que Lula gobernara bien era del 76%.
A pesar de estos datos en el segundo discurso frente al palacio presidencial de Planalto, Lula criticó a la “minoría violenta y antidemocrática” bolsonarista, pero defendió “gobernar para todos.” “Basta de odio, de noticias falsas, de bombas, de armas. Nuestro pueblo pide paz. La disputa electoral ha terminado. No hay dos Brasil, somos un solo pueblo, somos todos brasileños. Juntos somos fuertes, divididos siempre seremos el país del futuro que nunca llega”. Sin embargo, calificó de golpe de Estado la destitución de Dilma Rousseff en 2016, ocultando que el impeachment siguió el proceso democrático de las instituciones brasileñas y vino a bloquear a un gobierno que provocó la mayor recesión de la historia de Brasil. La paradoja, además, es que algunos de sus ministros en el nuevo gobierno votaron a favor del impeachment de Dilma.
El escepticismo de casi la mitad de la población en la encuesta Datafolha depende también de los recientes escándalos de corrupción del PT y de Lula, detenido en 2018 en el ámbito de la operación Lava Jato que destapó la caja negra de la corrupción brasileña. También está la incertidumbre sobre la estrategia económica del nuevo gobierno, dividida entre ministros vinculados a la Teoría Monetaria Moderna que apuestan por la expansión fiscal sin preocuparse por la inflación y vagas promesas de responsabilidad fiscal.
En su primer discurso en el Congreso, Lula hizo un recorrido por todos los temas que su gobierno quiere abordar: la lucha contra el hambre, los derechos humanos, el retorno de una Amazonia sostenible, el derecho a la sanidad pública, la derogación del techo de los gastos y de los decretos de Bolsonaro que facilitan el acceso a las armas y, además, prometió la aplicación eficaz de mecanismos de transparencia. El nuevo presidente afirmó también que Brasil debe figurar “entre las primeras economías del mundo”. “Corresponderá al estado articular la transición digital y llevar la industria brasileña al siglo XXI, con una política que apoye la innovación, fomente la cooperación público-privada y fortalezca la ciencia.”
Hasta las últimas horas fue un misterio quién entregaría la banda presidencial, ya que el presidente saliente Bolsonaro partió a Orlando, Florida, el 30 de diciembre, por tiempo indefinido, posiblemente por miedo a ser arrestado, como informó la prensa brasileña. Su vice Hamilton Mourão, presidente en ejercicio, también había hecho saber que no asistiría a la ceremonia. Desde la nueva Constitución de 1988, sólo dos mandatarios han recibido la banda y la han transmitido a sus sucesores, aunque no es un acto obligatorio: Lula y Fernando Henrique Cardoso. Al final, un grupo de gente común le entregó la banda, una mujer y un niño negro, un descapacitado y el jefe indígena Raoni “en nombre del pueblo brasileño”.
Fue la esposa de Lula, Rosângela da Silva, conocida como Janja, quien decidió cada detalle de este día de fiesta. Un papel que, aunque oficialmente se le atribuyó durante el gobierno de transición, según la prensa brasileña ha creado cierta polémica por su forma de actuar, considerada demasiado centralizadora. Ella misma declaró que quería dar un nuevo significado al papel de la primera dama. “”No voy a ser la mujer que se queda en casa mientras su marido sale a trabajar. Voy a ir con él”, dijo. En la organización de la investidura de su marido, fue ella quien eligió a los artistas del “Festival del Futuro”, quien quiso que el perro de la pareja, Resistencia, desfilara por la rampa presidencial y que durante el segundo discurso sacaba las páginas a medida que Lula las leía.
Hasta unas horas antes del comienzo de la ceremonia la posible presencia del dictador venezolano Nicolás Maduro llenó los titulares de la prensa brasileña. Al final, pese a la luz verde administrativa dada por el gobierno saliente, Maduro, en la lista negra del Tesoro estadounidense de los narcotraficantes más peligrosos, no asistió a la fiesta de Brasilia. En su lugar envió al Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Jorge Rodríguez. Rodríguez, además de ser el jefe de la delegación negociadora en México con la oposición, es el alter ego de Maduro para el control de la población a través del reconocimiento biométrico, un servicio que ofrece Ex-Clé, una empresa argentina sancionada con bloqueos por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) porque proporcionó “bienes y servicios que el régimen de Maduro utilizó para llevar a cabo las elecciones parlamentarias fraudulentas del 6 de diciembre de 2020?. En 2009 fue el propio Rodríguez quien eligió a los servicios del Ex-Clé para el gobierno chavista. Itamaraty no explicó si la ausencia de Maduro se debió al problema de las sanciones que corrían el riesgo de ser impuestas a quienes tendrían que proveer el abastecimiento para su avión en Brasil, o por una imagen inoportuna para el nuevo gobierno de Lula.
Por otro lado, estuvieron presentes los principales exponentes de ese mundo multipolar representado por la alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China, y Sudáfrica), que también fue protagonista de la política exterior de Lula en sus dos mandatos anteriores. Putin envió de Moscú una delegación encabezada por la Presidenta del Senado, Valentina Matviyenko mientras China su vicepresidente, Wang Qishan, junto con los ministros de Comercio, Asuntos Exteriores y Desarrollo. En vísperas de su investidura, Lula se reunió separadamente con las delegaciones rusa y ucraniana para expresar “el deseo de Brasil de alcanzar la paz, de modo que las partes encuentren pronto un terreno común para poner fin al conflicto”.
También participó en la investidura de Lula el ex presidente de Bolivia Evo Morales y la delegación iraní, a pesar de la durísima represión que Teherán ejerce desde hace meses contra la población civil. La delegación estaba encabezada por Mohammad Bagher Ghalibaf presidente del parlamento iraní y ex comandante de la Fuerza Aérea de la Guardia Revolucionaria (IRGC), sancionada por el Tesoro estadounidense en 2013 por su apoyo al terrorismo.
Presenciaran a la ceremonia todos los presidentes del Cono Sur, desde Alberto Fernández por Argentina hasta Gustavo Petro por Colombia y el ex presidente de Uruguay Pepe Mujica. “Amanece un nuevo día en la América del Sur. Fuerza Lula! Fuerza Brasil!” escribió en Twitter Cristina Kirchner, la vicepresidenta de Argentina. Además de numerosas delegaciones de África, continente con el que Lula quiere reanudar intensos intercambios políticos y comerciales, estuvieron presentes el Rey de España Felipe VI y, desde Europa, el Presidente de Portugal Marcelo Rebelo de Sousa y el Presidente de Alemania Frank-Walter Steinmeier. “Orden y progreso: Brasil hace honor a su lema”, escribió el presidente francés Emmanuel Macron en Twitter. En representación del Presidente Joe Biden participó una delegación encabezada por la Secretaria del Departamento del Interior Deb Haaland acompañada por el Director de Asuntos del Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional, Juan González, y el Encargado de Negocios de la Embajada de Estados Unidos en Brasilia, Douglas Koneff.
Más que una investidura ante sus 37 ministros y el mundo entero, fue un acontecimiento mediático completado con un concierto nocturno al estilo rave, llamado por los propios organizadores “del futuro” o “Lulapalooza”. Unos 60 artistas famosos, como Pablo Vittar y Valesca Popozuda, se turnaron en los dos escenarios para entretener a las cerca de 300.000 personas que acudieron a Brasilia para celebrar la toma de posesión del nuevo Presidente.
La investidura de Lula ha sido blindada desde los preparativos, tras el fallido atentado explosivo en el aeropuerto de la capital hace unos días y los graves actos de vandalismo de bolsonaristas que intentaron invadir la sede de la Policía Federal. Más de 8.000 policías y todas las fuerzas armadas del estado de Brasilia velaron por la seguridad de la ceremonia, junto con 350 francotiradores, helicópteros y drones. El acceso a la Plaza dos los Tres Poderes por temor a atentados se limitó a 40.000 personas que fueron todas controladas por detectores de metales.
Pasada la euforia de la gran fiesta de la investidura, ahora el nuevo gobierno de Lula tiene que enfrentarse a la realidad, con grandes retos como un nuevo anclaje fiscal, la reforma tributaria, los precios de la gasolina, el control de la inflación y un mundo exterior que ya no es el del gran boom de las materias primas que tanto lo favoreció en su primer mandato. Un cheque en blanco que Brasil le ha firmado y que ahora exige cobrar, para lo que las actuales alianzas con 14 partidos y las tranquilizadoras declaraciones genéricas de sus aliados políticos pueden no ser suficientes. Empezando por la de la presidenta del PT, Gleisi Hofmann, que declaró al diario Estado de São Paulo que “Lula conoce Brasil, sabe quién es quién y sobre todo lo que hay que hacer”.