Cómo es volver a Caracas después de 6 años en el exilio y la verdad detrás del “Venezuela se arregló”

Redaccion El Tequeno

Volver a Venezuela es un viaje que empieza antes, mucho antes. Comienza con los ahorros para un pasaje sumamente caro, logística para un traslado que requiere escalas porque no hay vuelos directos y un trabajo mental de preparación para afrontar la realidad e incertidumbre del país.

Por CARLOS EDUARDO MARTÍNEZ – INFOBAE

“Volver a casa” suena lindo, pero rápido caigo a tierra cuando vienen los recuerdos de la represión en contra de las manifestaciones de la oposición, la escasez de alimentos, los cortes de luz y agua, las colas por todas partes para comprar cualquier cosa y la falta de cultura ciudadana, algo que podrías no distinguir hasta que lo observas en otros países.

En el proceso me asaltan dudas de todo tipo: “¿podré pasar migraciones? ¿mi equipaje llegará completo? ¿podré salir del aeropuerto?” y no importa si no hay un motivo lógico o evidente, también me pregunté si por alguna razón me podrían meter preso.

Estos cuestionamientos parecen irracionales, pero no tanto si te detienes a pensar que Venezuela se encuentra bajo un régimen autoritario que actualmente cuenta con al menos 280 presos políticos y que el dictador Nicolás Maduro está siendo investigado en la Corte Penal Internacional por abusos, persecuciones y torturas.

Desolación y primer susto

Las conexiones y lo largo del trayecto no son problema porque sé que me espera el calor del hogar. Cuando el avión aterriza vuelve la angustia. Es un momento alegre porque volví a casa, pero también hay miedo. Es raro.

La ventanilla del avión me muestra una imagen muy distinta a la que recuerdo de la pista del aeropuerto de Maiquetía, que sirve a Caracas. No hay aviones, no hay gente, no hay autobuses llevando a pasajeros de un lado a otro, no hay operadores con balizas y chalecos naranja, no hay carritos llevando valijas. Es todo desolación, sólo el concreto de la pista y el horizonte árido que bordea toda la terminal que se delinea con el azul del cielo y el mar.

En el pasillo de desembarque me reciben las banderas colgando del techo y de un lado las fotos de los paisajes soñados que tiene Venezuela. En contraste, del otro lado del camino está el escenario desolador de la pista de aterrizaje.

Se hace largo, parece que no se termina nunca. Pero, es un momento soñado para quienes salimos con la incertidumbre de no saber cuándo podríamos volver o si de hecho podríamos regresar alguna vez.

En las filas de migración sólo están los pasajeros del mismo vuelo, son muy pocos los que llegan y rara vez se solapa un arribo con otro. Ya es el momento para el primer susto: migraciones.

Algunos dicen que se trata de suerte, otros que depende del ánimo de quien te recibe.

El GPS muestra el último tramo de un viaje desde Buenos Aires a Caracas con dos escalas.
El GPS muestra el último tramo de un viaje desde Buenos Aires a Caracas con dos escalas.

“Bienvenido”, me dice la señorita desde su taquilla de recepción de pasajeros. Mientras, yo entrego el pasaporte tembloroso con un “gracias”.

“¿Viaje de turismo?”

“Sí”.

“Siga adelante”, añade con una sonrisa que percibí en su mirada porque usa tapabocas.

Ya estoy adentro, pero eso no significa nada porque la seguridad total vendrá cuando salga del aeropuerto con mi equipaje completo, o tal vez cuando llegue a mi casa, o quizá sólo cuando regrese a mi nuevo hogar en Buenos Aires dentro de tres semanas. Eso lo veremos.

Vista parcial del barrio El Cementerio.
Vista parcial del barrio El Cementerio.

El equipaje sale completo, tampoco escucho quejas. Todos esperan con esa mueca de angustia que recuerda las temporadas en las que te abrían las maletas en el aeropuerto y te sacaban todo lo que se podía. Cuanto más tarda en llegar la valija, más larga es la agonía.

Los rastros de la crisis que ha vivido Venezuela durante los últimos años ya se ven en las correas distribuidoras de equipaje que no funcionan, la luz tenue que medio brilla en el espacio cerrado y el dutty free que no ofrece nada atractivo como para lanzarse irresistiblemente a comprar.

Todo parece viejo, es como si esa zona del aeropuerto se hubiese quedado en el tiempo y sin mantenimiento.

Falta sólo un paso para la salida: el chequeo del equipaje.

El desvalijado

La máquina de escáner de rayos X se activa, la correa transportadora da vueltas mientras el equipaje pasa a través de ella y otra vez ese miedo a ser revisado o mejor dicho “desvalijado”. No hay nada ilegal, nada raro, sólo regalos: ropa, comida y algunas golosinas. Lo que sí hay es miedo, porque las experiencias del pasado condicionan nuestro comportamiento en el presente.

“Bienvenido”, escucho nuevamente -esta vez con menos entusiasmo- y mientras avanzo se abren las puertas blancas que dejan al descubierto un tumulto de gente con los celulares arriba. Todos esperan a alguien. Hay risas, llantos, gritos, murmullos y sollozos. Es confuso ver a tanta gente que corre hacia los brazos abiertos que esperan y se funden pecho a pecho en un apretón que tiene un nivel de emotividad desbordante

También me toca a mí disfrutar de los abrazos.

Bolívares, dólares y transferencias

Pese al “Venezuela se arregló”, que se repetía alimentado por las usinas oficiales al momento de este viaje (noviembre 2022), yo no esperaba nada nuevo. Me mantengo al tanto de todo lo que ocurre en el país, como cualquier venezolano que aún tiene a familiares y amigos en su terruño.

No me sorprenden los baldes de agua en la mayoría de las casa y lugares que visito “porque no se sabe cuándo va a llegar”. Tampoco me sorprende encontrar un parque automotor similar al que dejé cuando emigré seis años atrás -ya entonces estaba bastante deteriorado-. Ni los bodegones, las góndolas de supermercados repletas de comida importada o la gran cantidad de nuevos locales de gastronomía y entretenimiento.

Lo que sí me sorprende es el costo de los productos, mucho más cuando lo comparo con el salario mínimo del país que es menor a 10 dólares. Todo es caro para quien no tiene suficientes ingresos en divisas.

Durante las tres semanas que dura el viaje no me canso de preguntar: “¿Cómo hacen?”

Casi siempre obtengo la misma respuesta: “No sabemos, sobrevivimos”.

Escarbando en las conversaciones descubro que los venezolanos deben tener dos y tres trabajos; emprendimientos o desarrollar cualquier tipo de actividad adicional a un empleo formal para poder cubrir sus necesidades. También algunas empresas ofrecen a sus empleados bonificaciones adicionales para compensar los bajos sueldos.

El dólar es de facto la moneda corriente. La mayoría de las transacciones se realizan en puntos de débito o por transferencia en aplicaciones locales o internacionales.

Los consumidores y comerciantes ya están acostumbrados a los pagos que pueden ser en divisas, bolívares o mixtos: pagas con dólares y te dan parte del vuelto en la misma moneda y otra parte en bolívares o viceversa. Igual, todos prefieren los dólares y la referencia de los precios, en la mayoría de los casos, están en moneda americana.

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