El 19 de mayo The New England Journal of Medicine publicó un video muy práctico y simple. En él podían enumerarse cuáles eran las herramientas básicas que se requerían para que los profesionales de la salud -médicos y enfermeros, independientemente del lugar del mundo donde se encontraran- pudieran combatir el coronavirus Sars-CoV-2 con el mayor de los recaudos. La revista, una de las más prestigiosas del ámbito académico, enumeró los insumos indispensables para evitar el contagio: guantes desechables, tapabocas, máscaras, trajes protectores, desinfectantes, alcohol, más alguna otra protección.
Por Laureano Pérez Izquierdo / infobae.com
Nada de ello puede cumplirse en la Venezuela de Nicolás Maduro. El país, ahogado en una crisis humanitaria terminal, atraviesa la peor pandemia de los últimos 100 años con sus soldados desguarnecidos. Abandonados. Los profesionales de la salud que a diario luchan contra la COVID-19 no poseen los productos más elementales para hacer frente al brote epidemiológico. Tampoco los pacientes. Este viernes, la ayuda llegó a bordo de un avión con 94 toneladas. Del operativo de distribución de ese material no participará la dictadura. La logística estará a cargo de organismos multinacionales. Nadie confía en las veloces manos del régimen.
Son las oficinas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las que dispondrá de los suministros. “Es porque en el acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS) se estableció que las ayudas vayan directo a las agencias de la ONU. Y los países donantes también pusieron esa condición”, explicó desde el exilio un venezolano que conoce de cerca las tentaciones del régimen. Otra vez: nadie confía en Maduro.
Como en ningún otro lugar de América Latina, la situación sanitaria en Venezuela está cerca de la ruptura definitiva. El colapso del sistema ya se experimenta desde hace años. En las demás naciones, el estrés producto del brote contagioso fue el que los derrumbó. No es así en el paraíso chavista, cuyo sistema es lo más parecido a un zombi sostenido apenas por la voluntad de sus médicos y enfermeros.
¿Qué les falta para enfrentar al coronavirus?, consulta Infobae. “Insumos básicos. Tenemos tres meses de pandemia y no hay ni desinfectantes, ni guantes, ni tapabocas”, relata Mauro Zambrano, representante del Sindicato de Trabajadores de Hospitales y Clínicas de Caracas. “Muchos de los médicos y enfermeros hacen sus mascarillas en sus casas. En quince hospitales de esta ciudad los reutilizan una y otra vez. Y en otros, apenas te dan uno por día, ni bien ingresas”, narra desde la capital venezolana. “Algunos alquilan sus barbijos, imagínate. No cuentan con nada para trabajar”, agrega la diputada Delsa Solorzano, presidente del Partido Encuentro Ciudadano.
Pero no sólo son tapabocas o guantes. El listado continúa y se agrava. En todo Venezuela la crisis del agua es cada vez más alarmante. Escasea tanto como la gasolina, pero con el agregado que es necesaria para sobrevivir. La coherencia, en infraestructura, es total: tampoco los hospitales tienen este suministro tan necesario. El 50% de los centros de salud lo sufren a diario o de manera intermitente. Un día los grifos son lo más parecido a un manantial; al siguiente ni una gota emerge de ellos. Puede pasar una semana y no tener nada de agua para limpiar los edificios, los baños, las dependencias, el instrumental, las sábanas. El problema se perpetúa a pesar de las semanas de cuarentena en la nación.
La escasez se multiplica en otros productos: cloro, jabón y desinfectantes. Sólo el 57% de los hospitales tienen acceso al primero de estos productos; el segundo de ellos representa un lujo reservado a la oligarquía chavista, apenas el 18,46 por ciento de los centros de salud tienen jabones en sus dependencias. Este hueco de suministros se traslada al resto de los sectores. Como los desinfectantes, cuya falta es casi total: el 97 por ciento de las clínicas públicas y privadas no pudo acceder a ellos en la última semana. Los datos fueron recopilados por Monitor Salud, una ONG hecha por médicos venezolanos que incomoda al régimen.
Por si fuera poco, además de estos laberintos internos, está la presión política. El Palacio de Miraflores no quiere que se conozcan las debilidades -cristalinas ante los ojos de cualquiera- que ofrece el Socialismo del Siglo XXI, el mismo que terminó privatizando el petróleo a cambio de monedas iraníes y rusas. ”A los médicos no les permiten diagnosticar coronavirus. Los pueden acusar de, escucha bien, ‘terrorismo biológico’”, subraya Solorzano. También deja sobre el aire una sentencia preocupante: “Los médicos, desespeados, están abandonando sus puestos de trabajo”.
Actualmente, sólo el 30 por ciento de la plantilla médica está operativa. Para peor, por los pésimos salarios, los médicos y enfermeros sufren desnutrición. Sus 4 dólares mensuales no les alcanza para alimentar a sus familias, a ellos mismos y trasladarse de un lado a otro para poder cumplir sus funciones. “La falta de alimentación es cada vez mayor. Sólo asiste el 30 por ciento de los trabajadores. No tienen ni cómo darle de comer a los suyos”, dice Zambrano.
Sin protección por parte del estado y sin forma de llegar a sus lugares de atención, sus tareas se ven cada vez más reducidas. “Trasladarse es casi imposible para los trabajadores de la salud. Algunos caminan varios kilómetros; otros piden a los choferes de los ómnibus que los dejen viajar gratis. Son varios factores que llevan a ello, pero sobre todo dos: ganan apenas 4 dólares por mes, y encima no consiguen efectivo para movilizarse de sus casas”, agrega Zambrano, quien cuenta que algunos venden pequeñas cosas para poder subsistir día a día. Ni agua, ni comida, ni gasolina… ni cash.
La asistencia internacional que llega hasta el país latinoamericano es controlada sólo por las agencias de ONU. Pero hay otras que dicen que arribaron pero de las cuales no se tienen noticias. Son fantasmales. Treinta toneladas de material del régimen chino habría llegado a Caracas para ser distribuidos por la dictadura de Maduro. A médicos y enfermeros esos insumos no les llegó. “La ayuda china no se ve por ningún lado. No se sabe qué pasa”, advierte Solorzano. El sindicalista, en tanto, añade un dato de uno de los ¿siete? vuelos que unieron Beijing con la capital venezolana: sólo sabe de un tomógrafo que llegó hace algunas semanas al Hospital Universitario de Caracas. “Está instalado… pero no funciona”, dice. “Si lo encienden, se prende fuego”. No posee algo tan elemental como un estabilizador de tensión, más que necesario en un lugar donde los cortes son tan usuales. Actualmente Caracas, una ciudad de más de dos millones de habitantes, sólo tiene un tomógrafo funcionando.
Pero la persecución política dentro de los pabellones constituye también una pesadilla. Las actas de defunción son firmadas por las autoridades hospitalarias, algo que está prohibido por ley. Pocas llevan el rótulo de “muerte por COVID-19?; muchas se completan con un eufemismo médicamente irreprochable: “paro cardiorrespiratorio”. Lo explicó a Infobae un alto dirigente opositor que prefirió no hacer público su nombre. Teme por su familia y sus colaboradores. “Hay centros de salud donde el médico que trató al paciente no firma nada. Lo hace el director del hospital. La mayoría de ellos milita en el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Esto no es por mérito. Los requisitos de la OMS para dirigir un hospital aquí no se cumplen”, remarca Zambrano. Su relato es bastante verosímil con la denuncia de adulteración de estadísticas.
Los deudos de muchos de esos muertos, sin embargo, no pueden despedirlos como indicarían los protocolos actuales. Sus cuerpos son cremados de inmediato y nadie participa en las exequias. El manejo de los restos de los difuntos también es controversial. La mayoría de las morgues en los centros hospitalarios no funcionan correctamente. Los refrigeradores donde se almacenan los cadáveres no andan, el material de bioseguridad no existe. “Las morgues no refrigeran, no están en condiciones. El 61 por ciento de ellas están dañadas”, concluye Zambrano.
Los médicos venezolanos enfrentan dilemas que quizás no se repitan en otros lugares. Sus debates internos deambulan entre la responsabilidad que dicta sus consciencias, el hambre que padecen por sus paupérrimos salarios y la falta de instrumentos para combatir. Son los soldados abandonados de Maduro en una guerra en la que sus trincheras fueron saqueadas. En otras partes del planeta los consideran héroes. Pero en el riquísimo país chavista están sin municiones y sienten que el enemigo está en casa.
Twitter: @TotiPI
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