Convenios para el suicidio democrático

Redaccion El Tequeno

Si en México 2021 estuviera Juan Guaidó, presidente interino constitucional del país que fue Venezuela en nombre de la Asamblea Nacional destruida por el régimen militarista, pilar que sostiene al infierno “bolivariano”, cara a cara con un cínico gestor y representante del régimen castrochavomadurista, impuesto por Cuba, habría un amén de consenso casi total, sin necesidad de Noruega y afines.

En Guaidó recayó por azar jurídico el único cargo político legítimo representativo de la ex-Venezuela, hoy colcha de retazos del G2, el ELN, las FARC, Hamás, Hezbolá y otros grupos instalados, ya propietarios de parcelas y con diversas facciones al estilo de Afganistán y su suerte será muy parecida por los motivos ya suficientemente estudiados y advertidos por especialistas en esa materia, locales y mundiales.

Con la buena voluntad y capacidad que simboliza la dura, penosa y noble gestión personal del abogado Gerardo Blyde, fracasará su esfuerzo pues Cubazuela no es nación, menos país soberano, ni siquiera un territorio patrio de nadie. Es un simulacro, país fantasmal, consulado, sucursal, protectorado, colonia, como quieran definirlo, de varios dueños terroristas traficantes emanados del corrupto narcopoder transnacional que requieren de un centro  geográfico-estratégico bien dotado de riquezas naturales para activar y proyectar su propia carta magna redactada por el Foro de Sao Paulo que promueve votaciones fraudulentas para consagrar su Estado comunal.

Pero sí es Casa tomada, título de un relato magistral  primero publicado en una revista el año 1951 y luego forma parte du libro Bestiario. Narración clásica, única en la literatura latinoamericana por su fondo conceptual, su forma de trama lineal bien narrada, su anuncio de males sociales presentidos pero desatendidos.

Su autor, el argentino Julio Cortázar, confesó al detalle, en el exilio muchos años después de su publicación, que se inspiró en una pesadilla obsesiva. Literatura de esencia deja constancia de cómo este proceso físico de largo deterioro invasivo físico destruye de manera sistemática indetenible, vidas y testimonios individuales y grupales de varias generaciones, absortas en su pasado, seguras de que su legado es indestructible, personas cercanas de cuerpo presente en su propiedad que consideran fantasmas y alucinaciones invisibles a sus enemigos del entorno, se encuentran tan ausentes como quieran seguir de la realidad que los entrega al vacío junto a sus vecinos.

Por obvia lógica no se acostumbra contar el final de narraciones, filmes, obras de teatro. En este caso resulta inevitable, necesario hacerlo mediante la luz que otorga esta pieza modelo para intentar que a través del arte, acaso, quizás, políticos y sus asesores centrados en sus oficios que incluyen diálogos y negociaciones tramposos, todavía puedan sentir, apreciar el drama que vivieron los personajes de este cuento que no es cuento. Y que sus personajes de buenas, regulares o malas intenciones los lleven a mirarse, sufran, sientan, capten, comprendan que de ellos, de su conducta y firmas, depende el destino de millones y el de ellos mismos en culpable carne propia. Futuro de común pesadilla. Fina y profunda advertencia sobre lo que importa el factor humano en toda relación de cualquier índole. Su día, mundo, noche y sueños y fracasos, los de cada quien. Señala cómo el individuo común y corriente pesa mucho más en soledad que cuando es un anónimo manipulado por cualquier masa.

Paradoja. El talentoso escritor, izquierdista neto, aquí se refería a los despistados pueblos dominados por regímenes populistas o elitescos de la derecha que dominaban el escenario latinoamericano  y nunca imaginó que su anécdota se mordería la cola, pues los militantes radicales de su misma ideología son quienes ahora invaden, destruyen, arruinan a Centro y Suramérica sembrando caos, desmemoria y finalmente su rojo talibanismo.

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Alicia Freilich

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