Todavía se llamaba Archivo Secreto Vaticano cuando el 15 de febrero de 2003, por orden del papa Karol Wojtyla, se permitió por primera vez el acceso de historiadores y académicos a los documentos fechados entre 1922 y 1939, hasta entonces guardados celosamente en los en los 85 kilómetros de estanterías que se despliegan debajo del Patio de la Piña de los Museos Vaticanos.
La noticia generó grandes expectativas, porque se esperaban grandes revelaciones sobre el papel jugado por la Iglesia Católica, y fundamentalmente por Eugenio Pacelli, luego consagrado papa como Pío XII, en el período previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando se desempeñó primero como nuncio apostólico en Berlín y más tarde como secretario de Estado de la Santa Sede.
Se trataba, además, de un hecho excepcional: hasta entonces era una regla inflexible que la documentación guardada en el Archivo debía esperar 70 años para salir relativamente a la luz, ya que aún cuando se la “abría”, solo tenían acceso a ella los estudiosos aprobados por las autoridades vaticanas, y eso después de largos y engorrosos trámites.
Para la ocasión, Juan Pablo II adelantó la fecha en seis años, fundamentalmente a pedido del Congreso Mundial Judío, cuyo presidente Israel Singer se había reunido con el pontífice para que lo hiciera. Había mucho en juego, porque se esperaba que esa documentación revelara las relaciones de Pacelli con el régimen nazi hasta el inicio mismo de la guerra.
Al conocerse el anuncio, el encargado del Archivo, Sergio Pagano, trató de morigerar las expectativas. “Los académicos encontrarán poco de nuevo, porque de una u otra manera, muchos documentos ya son conocidos. Más interesante es el material que estará a la disposición de los historiadores en tres años”, le dijo al diario italiano Corriere della Sera.
La cuestión de la cantidad y la calidad del material que se podría conocer era delicada. Dos años antes, académicos católicos y judíos que estudiaban las relaciones del Vaticano con la Alemania nazi suspendieron la investigación en protesta por la gran cantidad de material que se mantenía en secreto.
Por eso, Pagano también se atajó. “Si hubo demoras, se debieron a una falta de personal, no al deseo de ocultar nada”, explicó y, por las dudas, repitió algo que las autoridades vaticanas ya habían anunciado: quelas carpetas correspondientes al período 1931-1934 fueron “completamente destruidas o dispersadas”durante el bombardeo de Berlín y por un incendio. Es decir, que nunca habían llegado desde Alemania al archivo de la Santa Sede.
La pregunta todos se hacían en febrero de 2003 era: ¿Los documentos revelarán si Pacelli fue cómplice o no del nazismo?
No era un interrogante ocioso: por esa duda se había pedido que se demorara la beatificación de Pío XII.
La cuestión había provocada una fuerte reacción de Juan Pablo II, que contestó que con ese pedido estaban al límite de sugerir que Pío XII había estado directamente involucrado con el Holocausto, lo que era inadmisible para la Iglesia.
Un tesoro documental
El Archivo Secreto Vaticano, como se lo llamó hasta que en 2019 el papa Francisco le cambió el nombre por el de Archivo Apostólico Vaticano, siempre fue objeto de especulaciones políticas, religiosas, esotéricas e incluso delirantes.
Tal vez porque se lo llamaba “secreto” aunque esa denominación (“secretum”) no señalara que ocultara cuestiones inconfesables sino que se aplicaba desde el Siglo XV, en el ámbito de las cortes, a las personas o instituciones cercanas al Príncipe —en el caso de la Santa Sede, al Papa— y a su familia. Es decir, secreto significaba en ese caso simplemente “privado”.
La historia oficial del Archivo Secreto Vaticano comienza en 1612, año de su fundación por parte del papa Paulo V, pero la necesidad de la Iglesia de proteger sus documentos data de mucho antes.
Los documentos más antiguos conservados en el Archivo Secreto datan de los siglos VIII y IX. El Liber diurnus Romanorum Pontificum es el formulario eclesiástico más antiguo, seguido de un pergamino del año 809 que sanciona una donación a la iglesia de San Pietro in Castello en la ciudad de Verona.
Como en todos los archivos de Estado, los documentos no se pueden consultar hasta que ha transcurrido el período de rigor desde que se producen los hechos. En el Vaticano ese periodo es de 70 años, aunque en ocasiones se ha hecho por papado.
Sin embargo, algunos de sus papeles o carpetas, útiles por ejemplo para localizar personas dispersas o refugiadas en el seno de la Iglesia, se desclasifican antes. O de inmediato, como cuando Pablo VI quiso que todas las actas del Concilio Vaticano II (1962-1965) se hicieran públicas apenas concluido.
Pero se trató siempre de casos puntuales y de documentos específicos, no de los registros de todo un período, como en el caso de la apertura de los archivos en 2003.
Un punto de partida
Como el archivista, Pagano había anticipado que los archivos del período 1922-1939 que fueron puestos a disposición de los historiadores no contenían grandes revelaciones sobre la relación entre la Santa Sede y el régimen nazi.
Tampoco aportaron pruebas a la hipótesis de la complicidad de Pacelli con Hitler mientras el futuro papa Pío XII estuvo asignado como nuncio apostólico en Berlín o después, como secretario de Estado del Vaticano, una suerte de primer ministro del papa.
Pero no eran todos. en realidad, los que vieron la luz en 2003 por orden de Juan Pablo II, fueron “archivos escogidos”, como los llamó el propio Vaticano. Por ejemplo, de las cartas de Pacelli desde Berlín para informar a la Santa Sede y al Papa Pío XI sobre la situación en Alemania se dieron a conocer algunas pocas cartas.
Esa “selección” provocó nuevas protestas y el Vaticano respondió que era necesario organizar más los archivos antes de abrir el resto de los documentos.
Hubo que esperar otros tres años hasta que, en septiembre de 2006, el papa Benedicto XVI decidió abrir todos los archivos del Vaticano desde 1922 a 1939, dando nuevos elementos sobre lo que la Iglesia Católica sabía e hizo mientras Europa presenciaba el auge del nazismo en Alemania y también la guerra civil española.
Ahora sí, el anuncio especificaba que “haría disponibles para investigación histórica (…) todas las fuentes documentales hasta febrero de 1939, guardadas en distintas series de los Archivos de la Santa Sede”.
El límite de febrero de 1939 no era caprichoso. El 2 de marzo de ese año, Eugenio Pacelli se convirtió en el papa Pío XII, iniciando un pontificado de casi veinte años.
El único documento posterior a esa fecha y relativo ya a la guerra que fue puesto al alcance de los historiadores en ese momento fue la “Inter Arma Caritas, la oficina de información vaticana para los prisioneros de guerra instituida por Pio XII (1939-1947)”, un libro que recoge las fichas de 2.100.000 prisioneros de la II Guerra Mundial sobre los que se pidió información.
Francisco y Pío XII
Fue necesario esperar más de una década para que hubiera otro avance sobre los archivos vaticanos relativos al papado de Pío XII.
Benedicto XVI abdicó en 2013 y en su lugar fue elegido el argentino Jorge Bergoglio, que decidió llamarse Francisco.
En 2019, el actual papa ordenó finalmente que se diera acceso a los archivos posteriores a febrero de 1939, que permitirían comprobar por primera vez qué papel habían jugado la Santa Sede y el papa Pacelli durante la guerra.
Uno de los estudiosos que accedió a ellos fue el antropólogo y periodista norteamericano ganador del Pulitzer David Kertzer. Luego de analizar miles de documentos, publicó “El Papa en guerra”.
El libro de 484 páginas retrata a Pío XII como un pontífice tímido que no estaba motivado por el antisemitismo, sino por la convicción de que la neutralidad del Vaticano era la mejor y única forma de proteger los intereses de la Iglesia Católica, y a los católicos de los territorios ocupados por los nazis, mientras durara la guerra.
Según Ketzer, Pacelli tenía dos temores que, de alguna manera, lo paralizaban: uno de ellos era que ganara el Eje y el nazismo reinara en toda Europa; el otro, que si los nazis eran derrotados, el comunismo ateo se extendiera por el continente.
Para calmar el primer miedo, Pío XII trazó un curso de cautela paralizante para evitar a toda costa el conflicto con los nazis.
Varios documentos del Archivo contienen órdenes directas de Pacelli al periódico del Vaticano L’Osservatore Romano de no escribir sobre las atrocidades alemanas y de garantizar una cooperación sin fisuras con la dictadura fascista de Benito Mussolini en el patio trasero del Vaticano.
Eso implicaba, entre otras cosas, no denunciar las masacres de las SS, incluso cuando los judíos estaban siendo detenidos justo fuera de los muros del Vaticano, como sucedió el 16 de octubre de 1943, y subidos a trenes con destino a Auschwitz.
Otros documentos, en cambio, prueban la existencia de decenas de miles de registros bautismales otorgados a judíos para salvarles la vida.
También hay correspondencia secreta con Berlín del secretario de Estado vaticano durante el papado de Pío XII, donde se pide específicamente por la libertad o la vida de detenidos italianos que están en poder de los nazis.
Muchos de los académicos e investigadores que trabajaron el material coinciden en que con el acceso a los archivos habilitado por Bergoglio se puede armar un cuadro completo y complejo del papel que jugó Pío XII durante la Segunda Guerra.
Uno de esos investigadores, Marla Stone, profesora de la Academia Estadounidense en Roma, lo sintetizó así: “Anteriormente, las opciones eran que Pío XII era el ‘Papa de Hitler’, profundamente simpatizante de los nazis, ansioso por una victoria nazi-fascista, obsesionado con la derrota de los soviéticos a toda costa y un antisemita dedicado. La otra posición historiográfica sostenía que Pío XII hizo todo lo que estuvo a su alcance para ayudar a quienes sufrían bajo la opresión nazi y fascista y que simplemente estaba limitado por las circunstancias. Hoy podemos tener un cuadro mucho más claro que supera esas simplificaciones”, explicó en una conferencia el año pasado.
El primer paso para que ese cuadro pudiera construirse fue aquel del 15 de febrero de 2003, cuando el primer papa polaco de la historia de la Iglesia ordenó abrir, aunque de manera restringida, los documentos del Archivo Secreto Vaticano del período 1922-1939.