El pasado domingo, miles de personas se lanzaron a las calles en una veintena de pueblos y ciudades a lo largo y ancho de Cuba al grito de «libertad» y «abajo la dictadura». Fue la protesta más concurrida en La Habana desde 1994 —año del Maleconazo— e inédita en el resto de la isla, donde la oposición a la dictadura castrense está prohibida.
A la falta de libertad y a la crisis sanitaria causada por el covid-19 se han unido la emergencia de una creciente inflación, apagones, escasez de comida, medicamentos y productos básicos.
«No hay comida, no hay medicinas, no hay libertad. No nos dejan vivir. Ya nos cansamos», dijo por teléfono a BBC Mundo un joven que participó en Pinar del Río.
La magnitud de las protestas agarró por sorpresa al régimen cubano. Y ante esta situación, Miguel Díaz-Canel, presidente de la dictadura cubana y primer secretario del Partido Comunista de Cuba, convocó a los seguidores “revolucionarios” a salir a las calles a “enfrentar” a los manifestantes. “La orden está dada”, dijo el sucesor de Raúl Castro. En consecuencia, los que se atrevieron a alzar la voz han sido duramente reprimidos por las fuerzas de seguridad, como muestran numerosos videos y cuentas de redes sociales.
Tres horas después de haberse registrado estos hechos, Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela para más de 30 países democráticos, expresó su apoyo al pueblo cubano y las protestas opositoras en la tierra de Martí. Escribió en su cuenta de Twitter: “El deseo de cambio, libertad y la exigencia de derechos fundamentales son fuerzas incontenibles. Desde Venezuela, reiteramos nuestro respaldo al todo el movimiento pro-democracia en Cuba. Nos une la lucha por vernos libres y democráticos. ¡Patria y vida!”.
Fue la única figura con rango de presidente que ese día respaldó las protestas contra el régimen de Díaz-Canel. La administración de Biden señaló inicialmente estar preocupados por los «llamados al combate» del sucesor de los Castro, pero tres horas más tarde expresó su condena enérgica a “cualquier violencia o ataques contra manifestantes pacíficos que ejercen sus derechos universales”.
No fue sino hasta el día siguiente, después de que los representantes y senadores republicanos del estado de Florida se manifestaron contra el régimen castrista y a favor de las inusuales protestas por la falta de libertades y el deterioro de la economía, que Joe Biden, presidente de Estados Unidos, expresó su apoyo al pueblo de Cuba y pidió al régimen de Díaz-Canel que «escuche a su gente y atienda sus necesidades«.
Por su apoyo a las protestas que se desarrollaron al grito de «Patria y vida”, «Queremos vivir”, «Tenemos hambre”, pero también «Libertad, libertad” y «Abajo la dictadura”, Guaidó se convirtió en enemigo de la “revolución” en la lógica de la nomenklatura cubana. Así que como tal debe ser enfrentado por la dictadura y sus aliados, léase el régimen de Venezuela.
Hay que recordar cuando Hillary Clinton, secretaria de Estado de Estados Unidos, alentó y apoyó las protestas en Rusia en 2011. Vladimir Putin se la juró por la intromisión en asuntos internos. La acusó de incitar las manifestaciones. Y cuando fue candidata presidencial en 2016, el Kremlin interfirió en la elección con su apoyo a Donald Trump, según un informe elaborado por la CIA, el FBI y la NSA.
Por otro lado, en Venezuela, se ha hecho evidente que Nicolás Maduro no controla todo el territorio nacional, entregado a grupos irregulares y paramilitares que constituyen la empresa criminal. Su debilidad quedó expuesta con lo ocurrido en la frontera y más recientemente en el oeste de Caracas, en la Cota 905 y sus alrededores. Tres días vivieron los vecinos bajo un intenso tiroteo en la barriada hasta ahora dominada por la banda del Koki y que irónicamente en 2017 fue declarada “zona de paz”, adonde la policía literalmente no podía entrar. La situación volvió a la normalidad luego de un despliegue enorme de fuerzas especiales, que incluyó hasta tanques de guerra.
Hasta ese momento, los chavistas le habían permitido al Koki expandir sus actividades delictivas a cambio de proteger la revolución bolivariana y no meterse con los jerarcas del régimen.
Sin embargo, el fracaso de Maduro en el enfrentamiento con la disidencia de las FARC en Apure el pasado marzo y en el control de las barriadas de Caracas llevaron a los voceros oficialistas a afirmar que el armamento de las bandas de delincuentes que actúan en la capital es responsabilidad de “sectores de la derecha venezolana”.
El domingo, 11 de julio, el heredero de Hugo Chávez acusó a Leopoldo López de los hechos violentos ocurridos durante esta semana en la Cota 905. “Desde Madrid se coordina el manejo, recursos y delincuencia contra el humilde pueblo venezolano”. Asimismo, afirmó que el armamento de guerra incautado en la Cota 905 proviene de Colombia y pertenece a la Policía y las Fuerzas Armadas de ese país.
Ese día se acusó a los militantes de Voluntad Popular, en nombre de Leopoldo López, de golpistas. Por ende, el presidente interino Guaidó, quien pertenece al partido naranja, quedó comprometido con esta denuncia.
El lunes, 12 de julio, los hechos acaecidos contra Guaidó responden a la orden del régimen de Díaz-Canel de apresarlo por su exhortación y apoyo a las manifestaciones en Cuba. El pretexto que se iba a usar era su vinculación con el Koki.
Al no poder hacerlo por el apoyo expedito de los medios, los vecinos y la opinión internacional a través de las redes sociales, Freddy Guevara, el dirigente más próximo tanto a López como a Guaidó, fue secuestrado por funcionarios policiales encapuchados en una autopista de Caracas. Le imputó el fiscal de Maduro “los delitos de terrorismo, atentado contra el orden constitucional, concierto para delinquir y traición a la patria”.
En conclusión, los eventos de Cuba, Guaidó-Guevara y el Koki están conectados por la causalidad de los hechos.
Antonio de la Cruz