La esperanza sobre el cambio de gobierno en Venezuela toca la puerta otra vez. De algún modo, este sentimiento también lo vivimos en 2015 y en 2019.
Los más pesimistas dirán que esto es un déjà vu y, por lo tanto, todos conocemos el final, mientras que otros son más optimistas y solo piden que nos alejemos de las consignas vacías de “la salida”, una “intervención militar por medio del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca)” o declaraciones revanchistas como que “solo negociaremos con Maduro qué va a comer en el avión”.
Después de la gran victoria de María Corina Machado el pasado domingo 22 de octubre, el desafío que queda por delante es hacerlo diferente a los intentos fallidos que conocemos.
Para lo anterior, en primer lugar, todos deberíamos entender (especialmente la candidata ganadora) que, generalmente, las transiciones a la democracia se producen mediante un quiebre de la coalición dominante (luchas internas de los que gobiernan) y/o negociaciones políticas.
En segundo lugar, la oposición debería articularse y, al mismo tiempo, movilizarse para defender la habilitación de Machado, elevar el costo de todas las decisiones arbitrarias de Maduro y compañía y, finalmente, agotar todos los recursos para lograr las mejores condiciones electorales para las presidenciales del 2024.
Sin embargo, en caso de no conseguir la habilitación de Machado se debe definir su reemplazo de inmediato porque, sobra decirlo, la abstención es la sentencia automática de seis años más con el gobierno actual.
En tercer lugar, promover que la candidata ganadora tenga su representante en las rondas de acuerdos políticos parciales (el último firmado en Barbados), dado que las transiciones a la democracia requieren de negociación (de lo contrario, las transiciones duran muy poco) y, además, sabiendo que en estos acuerdos se juega su habilitación.
Aquí es clave reconocer que, si en esos acuerdos no hay garantías para Maduro y compañía desgraciadamente podrían ocurrir dos cosas: a) definitivamente no firmarán nada y nos unimos al club de Nicaragua y Cuba ; b) en caso de una victoria de la oposición, es altamente probable que resistan poco en el gobierno y regresamos nuevamente al autoritarismo, en este caso, al madurismo.
En cuarto lugar, debemos saber que los secuestradores prefieren liberar a su rehén cuando el costo de hacerlo se reduce. En otras palabras, Maduro solo cederá si hay incentivos atractivos que reduzcan sus costos de salida (no persecución, garantías de protección por un buen tiempo para él y su familia, anulación de la recompensa de 15 millones de dólares por su captura, la posibilidad de seguir en la actividad política, etc.).
En quinto lugar, convencerse de que lo peor que le puede ocurrir a la oposición es que Machado señale que: “Si no soy yo, entonces no es nadie”, y lo mejor que podría decir es: “Yo no puedo, pero apoyemos a X que sí puede”. Es decir, se debería instalar una épica detrás de un movimiento social en lugar de arraigar toda esperanza detrás de una candidatura.
Hasta mediados de 2024, lamentablemente no tendremos mayor claridad de los hechos políticos que figuran los siempre inexactos ejercicios hipotéticos o simulaciones de escenarios.
En resumen, estimo que para todos ha existido una ruta de aprendizaje que debe —ojalá—respetarse. Especialmente, en aquello relacionado a la importancia de la recuperación del camino electoral y, en paralelo, en mostrarse de acuerdo con que una eventual habilitación tiene mayor probabilidad de que se logre por medio de arreglos políticos que de que ocurran operaciones de fuerza. Definitivamente, por ahí no es.
En fin, si queremos que este impulso renovado no se convierta en déjà vu, al menos debemos tomar en cuenta la serie de fracasos vividos en la última década y no empujar de nuevo al vacío a la mayoría que desea el cambio político.
Oscar Morales Rodríguez
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