Un muro de hormigón separa la sala; igual que separa fronteras. Un muro como el que tienen que saltar o esquivar cada día centenares de personas que buscan un futuro mejor y que es el centro de la exposición fotográfica «Del otro lado» en Bogotá, con la que Médicos Sin Fronteras (MSF) busca mostrar la experiencia de migrar.
Irene Escudero / EFE
«Un muro en el centro de la sala es un paso impedido, es tener que buscar un nuevo camino para seguir», reza en el texto sobre el muro de hormigón de la sala. Sobre él, un centenar de fotografías que se han seleccionado de una convocatoria pública sobre lo que significa para la gente «el otro lado».
«Nuestra intención es tener un punto de conexión con esa problemática de la migración, desde la cotidianidad, desde la parte humana, desde el día a día de cómo nos conectamos con la migración», explica a EFE la responsable de la oficina institucional de MSF en Colombia, Nancy Guerrero.
UNA MIRADA A LA MIGRACIÓN
Un gato aferrado a una reja de una terraza, mirando la ciudad y tratando de salir a ella, personas lanzándose a un río o niños saltando muros, pero sobre todo muchas ventanas cerradas pero también abiertas son las miradas que la convocatoria trae sobre cómo ver la migración, el otro lado.
Miradas que hablan de «las políticas que hay en temas de migración», de la «contención que hay de las personas que migran» y tratan de alcanzar el otro lado, explica la vocera de MSF, pero también hay «visiones esperanzadoras»: campos verdes, flores…
Como una forma de escenificar que a pesar de que 108 millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a dejar sus hogares para huir de la violencia o la pobreza, «en medio de tanto sufrimiento, a veces se ve también la luz al final del túnel».
La exposición, que acoge el Espacio El Dorado de Bogotá hasta el 16 de julio, une fotografías profesionales tomadas en la ruta migratoria latinoamericana, en las zonas donde atiende la organización médico-humanitaria y dibujos realizados por los niños que cruzan la selva del Darién.
EL PASO DEL DARIÉN
«Nuestro trabajo en el Darién da cuenta del sufrimiento, de las consecuencias que tienen a veces las políticas migratorias restrictivas en la gente, en la población a la que atendemos», relata Guerrero.
Las fotografías juntan lo visual con testimonios; «El Darién sigue siendo un viaje despiadado. Y es por eso que estamos pidiendo rutas seguras para estas personas… La migración no es un delito», recoge uno de los carteles que da voz al coordinador médico de MSF en Panamá, Guillermo Girones.
El número de personas que atravesaron el Darién, una de las fronteras más peligrosas del mundo, ya ha superado este año las 200.000 personas, de las cuales más de la mitad son venezolanas.
Son cuatro veces más que el año anterior; una nueva cifra récord, después del récord de las casi 250.000 registrado en 2022 y el récord de 133.000 registrado el anterior. Un triste récord tras otro.
Los migrantes que se adentran a la montañosa e inhóspita selva que separa Colombia y Panamá se enfrentan a varios días de una ruta con peligros naturales como las súbitas crecidas de los ríos, precipicios fanganosos o verticales subidas de barro, pero también a los traficantes de personas, robos, violencia sexual, ataques… Hay número de los que salen de la selva, que cuenta las autoridades panameñas, pero no de quienes se quedan.
La ruta también la realizan centenares de niños, incluso bebés en brazos de sus familiares. Los niños que han hecho el recorrido hablan sobre la añoranza de sus lugares de origen, de cómo las mamás les protegen en el camino «de todo lo malo», de cómo les gustaría volar, ir en avión.
Y de eso da cuenta el documental proyectado en la exposición fotográfica, que con una viva animación de colores, recoge los testimonios de estos menores: «Yo deseo ir a Estados Unidos, ahí hay trabajo y no hay gente mala. Puedo estudiar», dicen uno con un inocente tono dando voz al sueño de todo aquel el que emprende la ruta al norte.