Eldric Sella, el joven boxeador nacido en Venezuela, que compitió como atleta refugiado en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, cuela una acotación apenas iniciada la entrevista: viva, entrene o viaje a donde le corresponda en el presente o el futuro, jamás olvidará sus orígenes.
VOA | Gustavo Ocando
“Soy un muchacho de un barrio de Caracas, el 23 de Enero, que tuvo sueños, como muchos venezolanos”, dice el deportista, de 26 años, sentado ante un ventanal de su vivienda en Montevideo, Uruguay, la mañana fría del segundo sábado de junio.
Esa patria del sur de América lo acogió tras su competición en Tokio, donde su caso se hizo notorio en el mundo a pesar de ser noqueado en el primer round.
Sella se convirtió en un hombre, ya no en un deportista, sin lugar de residencia por aquellos días de julio de 2021 -los Olímpicos se postergaron un año por la pandemia-. Trinidad y Tobago, donde se refugió en 2018, le comunicó que no le renovaría su visado porque su pasaporte venezolano estaba vencido.
“Fui bajo la bandera olímpica que representa al Equipo Olímpico de Refugiados, pero represento a Venezuela. Soy venezolano y mi esencia es Venezuela, y donde me pare, sea con o sin la bandera, con o sin el himno, represento a Venezuela”, remarca en una videollamada con la Voz de América que se cocinó a fuego lento, con una promesa que mantuvo durante casi 2 años, desde Tokio.
La conmemoración del Día Mundial de los Refugiados fue ocasión idónea para que Sella hiciera una pausa en su rutina personal y de entrenamiento, aún en marcha, para reflexionar sobre esa figura proteccionista y su propia experiencia con ella.
El Comité Olímpico Internacional ha dicho que su ejemplo y determinación “siguen inspirando a los refugiados en cualquier lugar”. El venezolano prefiere repasar su expediente personal y deportivo tratando de quitar quilates a su trascendencia.
Su infancia fue “relativamente normal, llena de mucho amor” de familia, dice. Con 9 años, se apasionó por el boxeo en una barriada donde sobran los estadios de béisbol. Alfonso Blanco, un pegador profesional que peleó por Venezuela en los Olímpicos de Beijing, en 2008, también oriundo del 23 de Enero, fue su “faro”.
Un refugio no planeado
Sella cuenta que su emigración “se fue dando” a medida que viajó varias veces a Trinidad y Tobago para trabajar, “hacer algo de dinero” para su familia y regresar a su país, en 2017.
“Nunca fui totalmente valiente como para decir: ‘me voy, no regreso más’. Conocí gente allá que me abrió las puertas y me dijeron que entendían cuál era la situación” en Venezuela, donde la crisis económica, política y de inseguridad “siguió empeorando” progresivamente en la última década, describe.
En una de esas migraciones temporales, sus padres le pidieron no regresar. “Así pasó el tiempo y, bueno, decidí quedarme en Trinidad y Tobago, pero nunca fue una decisión que tomé, ‘me voy y me fui’. Nunca me hubiese gustado salir de mi país, pero, como a mí y millones de venezolanos, nos tocó hacerlo”, asevera.
En el Caribe, escuchó casos como el suyo antes de apostar por solicitar refugio con la ayuda de ACNUR, la agencia de las Naciones Unidas que vela por los derechos de quienes se ven obligados a abandonar sus hogares por conflictos y persecuciones.
No quería que lo deportaran. Sentía que su vida “podía estar en riesgo de cierta forma”, porque las condiciones de vida no hacían sino empeorar, expresa a la VOA.
Su sueño “más grande”, de boxear en unos Olímpicos, permaneció intacto aquellos años, entrenando y compitiendo entre Venezuela y Trinidad y Tobago, precisa.
“Nunca perdí el enfoque en lo que quería, que era ir a los Juegos Olímpicos, obviamente representando a mi país. Yo ni sabía sobre la existencia de un equipo olímpico de refugiados, me enteré después, siendo solicitante de refugio”, acota.
El giro de su vida
Ser parte de los 29 atletas del Equipo Olímpico de Refugiados de Tokio 2020 “le dio un giro a mi vida”, admite, agradecido. No se refiere solo a la competencia en sí, sino a la trascendencia de seguir adelante con embajador empírico, quizás inesperado, de una nación en aprietos ante millones de personas en el mundo.
“Este sueño de ir a los Juegos Olímpicos representando a mi país, ya dejó de ser algo meramente mío, un sueño personal, y empezó a ser algo que podría ser muy significativo para muchos”, indistintamente de sus nacionalidades, señala.
Mientras conocía de los testimonios de quienes vivían una situación similar a la suya, entendió su rol como parte de “un significado aún más grande”.