Tenía 22 años, estudiaba Mercadeo y trabajaba vendiendo planes vacacionales, pero decidió pausarlo todo con tal de aprovechar una oportunidad que la vida le estaba poniendo enfrente.
Por BBC MUNDO
Su amiga Milena le había conseguido un trabajo en Cancún, a más de 2.000 kilómetros de su casa en Bogotá.
Pero lo que vivió desde que se bajó de ese avión fueron los meses más oscuros de su vida y una experiencia que hoy, 8 años después, no deja de dolerle.
Alison fue víctima de una red de trata de personas con fines de explotación sexual, un fenómeno que, según estimaciones de Naciones Unidas y la fundación Walk Free, afecta a más de 6 millones de personas en el mundo.
Tras años de permanecer en silencio, Alison decidió contar su historia en el podcast Vos Podés. Posteriormente, habló con BBC Mundo sobre lo que vivió al caer en manos de una sofisticada red criminal internacional que la explotó sexualmente durante meses.
Lo que sigue es su testimonio en primera persona.
Desde que tengo recuerdos, mi casa estuvo en guerra.
Mi mamá era empleada doméstica. Trabajaba muchísimo, porque siempre era la que suplía absolutamente todas las necesidades de la casa.
Mi papá estaba presente, pero me habría encantado que no lo estuviera. Era maltratador y vago. Jamás trabajó. Lo único que hacía era beber y golpearnos.
Llegar a mi casa era casi siempre recibir un golpe o una mala palabra. Si me encerraba en mi habitación, empezaba a escuchar cómo las peleas afuera empezaban a escalar hasta el punto en que tenía que salir a intervenir para defender a mi mamá.
Entonces, crecí con una gran frustración por vivir en ese hogar sin recursos y lleno de recuerdos traumáticos.
Lo único que quería era correr, salir de ahí. Quería un futuro distinto, un camino que me permitiera irme y llevarme a mi mamá.
Cuando entré a la universidad, hice una amiga llamada Luisa y ella me presentó a Milena. Las tres nos volvimos muy unidas.
Yo iba a comer a la casa de ellas, ellas venían a la mía, estudiábamos juntas y salíamos ocasionalmente a tomar una cerveza.
Hasta que un día Milena nos dijo que se iba para México. Una persona que había conocido en su trabajo le había ofrecido un trabajo en Cancún.
Milena se fue, pero seguimos en contacto permanente. Nos contaba que su trabajo era fácil y bien pagado, e incluso nos mostró el restaurante por videollamada.
Yo anhelaba una oportunidad así. Con lo que ganaba en mi trabajo, tenía que escoger entre pagar el semestre de universidad y comer.
Entonces, como éramos tan buenas amigas, Milena dijo que iba a hablar con su jefe para ver si existía la posibilidad de que fuéramos nosotras, Luisa y yo, a trabajar allá también.
Así fue como llegó la oportunidad que me cambió la vida.
El viaje
A los pocos días, yo ya estaba en contacto con el jefe de Milena y su secretaria planeando mi viaje.
Mi plan era ahorrar lo suficiente para pagar el siguiente semestre de universidad y volver a Colombia.
Ellos se ofrecieron a prestarme dinero para sacar el pasaporte y comprar el tiquete de avión.
Asumí que tanta generosidad se debía a que yo era amiga de Milena y ella se llevaba muy bien con su jefe. Así funciona en Colombia: si eres amigo de la persona correcta, tienes privilegios.
Me explicaron detalladamente lo que tenía que hacer al llegar a Cancún. Tenía que pasar por el filtro número 1 y decir que iba de vacaciones por una semana.
Decidí irme sin decírselo a nadie. Mi mamá siempre fue extremadamente sobreprotectora, así que sabía que no lo iba a entender.
Pasé sin problema por el aeropuerto y me recogió un tipo gordo y no muy amable. Le decían Foca.
Foca me llevó a la casa donde me iba a quedar. También se habían ofrecido a darme el hospedaje.
La casa quedaba en una calle cerrada a la que solo podían acceder los residentes. Estaba lejos y aislada de las demás.
Ahí me recibió otra mujer colombiana, que fue muy cálida conmigo. Se llamaba Angélica y era la encargada de cuidar la casa y a las personas que vivíamos ahí.
Todo parecía estar marchando bien, tanto que llamé a mi mamá. Le conté que estaba en México y que iba a pasar un tiempo ahí trabajando.
Al día siguiente, llegó un hombre que yo no conocía a hablar conmigo, y me entregó el contrato que tenía que firmar.
El contrato establecía que yo adquiría una deuda con la empresa para la que iba a trabajar de 170.000 pesos mexicanos (unos US$8.300) por concepto del trámite del pasaporte y de los vuelos.
Ellos se quedarían con mi pasaporte hasta que yo saldara el total de la deuda.
No voy a mentir. No me senté a leer ese papel palabra por palabra. Tampoco analicé en ningún momento que me habían prestado toda esa plata.
Lo que pensaba era que me estaban dando una casa, comida, trabajo y me habían llevado hasta México. No quería ser malagradecida.
Según los cálculos que tenía en mi cabeza y lo que había hablado con Milena, en menos de 6 meses habría terminado de pagar la deuda y todo el sueldo iba a ser para mí.
El restaurante
Me dijeron que el lugar en el que yo iba a trabajar aún no había abierto.
Entonces, me llevaron a donde estaba trabajando mi amiga Milena, que era el mismo restaurante que había visto por videollamada. Quedaba en la plaza de toros.
Nunca me hubiera imaginado que en un lugar tan concurrido por familias y turistas algo raro estuviera pasando, y menos teniendo en cuenta que había sido gracias a mi amiga estaba ahí.
Al llegar ahí, me entregaron un vestido blanco y ajustado que me tenía que poner.
Era horrible, pero pensé que era el típico restaurante con un uniforme llamativo, o que quizás era por el calor.
Todo eso me decía a mí misma para no sentirme angustiada, pero desde que me quitaron el pasaporte se había empezado a acumular en mí una incomodidad, una sensación de que algo no estaba del todo bien.
En el restaurante nadie me dijo qué tenía que hacer.
Estuve un rato confundida, pero las horas empezaron a pasar y me di cuenta de que mis compañeras se sentaban en la mesa con los clientes y, después de un rato, se iban con ellos del restaurante. Ahí me di cuenta de qué se trataba el trabajo.
Empecé a indagar más y me explicaron: «Aquí lo que nosotras tenemos que hacer es sentarnos con un cliente. Tú te encargas de que esa persona te saque del restaurante a un servicio de compañía o un servicio sexual».
«Entonces, el cliente va y paga en la caja por el tiempo que quiere contigo. Un chofer del restaurante los lleva hasta otro lugar, que es de los mismos dueños. Ahí haces tu servicio, cumples tu tiempo, y el chofer te devuelve al restaurante».
El alcohol que consumiera el cliente en el restaurante y lo que pagara por los «servicios» era la única manera que tenía de ir disminuyendo la deuda.
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