Si en un concurso sobre realeza se pidiera que “sin repetir ni soplar” se nombraran a miembros de la familia real británica surgirían los nombres de Isabel, Carlos, Guillermo, Harry, Kate, Meghan, Andrés y Lady Di. Costaría más recordar a Eduardo y Ana, los otros hijos de la Reina, a Felipe su marido y a Beatriz y Eugenia de York, las hijas de Andrés y Sara Ferguson. Pero sin duda uno de los nombres menos conocido sería el de sir Timothy James Hamilton Laurence, casado hace tres décadas con la hermana de Carlos III, poco se conoce de este hombre de perfil bajo y discreción extrema.
Se sabe que si Andrés era el hijo preferido de la reina Isabel, Ana era la de su papá. Felipe admiraba la audacia de esa hija, amante de los caballos y que lejos de sentirse intimidada -como ocurría con el primogénito Carlos- lo retrucaba con sarcástico humor. La princesa demostró su temperamento aguerrido cuando en 1974, en un intento de secuestro que vivió, le dijo a su captor que su plan no tenía “ninguna posibilidad de funcionar”. Y no funcionó.
Sin la presión de heredar el trono, pero convencida de que sus privilegios también implicaban obligaciones, Ana participaba en actividades protocolares, organizaciones benéficas, eventos diplomáticos a un ritmo frenético. A fuerza de personalidad más que de carisma, en el ranking de los royals más queridos y hasta la llegada de Diana, empataba con su madre y le sacaba una notable ventaja al tímido Carlos.
Su popularidad se comprobó cuando el 14 de noviembre de 1973 se casó con Mark Phillips; 27 millones de personas en el Reino Unido encendieron sus televisores para ver la boda. La princesa conoció al capitán plebeyo en un evento para amantes de los caballos. “Si no come heno, a Ana no le interesa”, solía afirmar, el príncipe Felipe para explicar por qué no se le conocían novios hasta que llegó Phillips.
Si el amor ecuestre de la princesa era conocido lo que se desconocía es que escondía un gran amor. Según aseguraban falsos y anónimos rumores, la princesa se casaba con Phillips por despecho ya que estaba enamorada de Andrew Parker Bowles, y si al lector le parece conocido el nombre está en lo cierto, es el mismo que terminó casándose con Camila Shand, futura esposa del rey Carlos III. Según cuentan, la reina Isabel no permitió el romance de su hija no solo porque Parker Bowles tenía 31 años y Ana 20, sobre todo porque el exmarido de Camila era católico, mientras que la princesa era anglicana, por lo que su madre, como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, no podía permitir un matrimonio con una persona de otro credo.
Casada con quien parecía deber más que querer, en 1977 nació Peter y en 1981 llegó Zara. La beba nació dos meses y medio antes de la boda de su tío Carlos con Lady Di, sin embargo la tía faltó a su bautismo. Es que Ana había elegido de padrino a Parker Bowles, su ex gran amor y casado con la mujer odiada por Diana.
La llegada de los hijos no acabó con las turbulencias. La pareja apenas compartía eventos y se aseguraba que la fidelidad no era algo que practicaran. En 1979, Scotland Yard le asignó al sargento Peter Cross la custodia de Ana. Comenzó un romance entre esa princesa que contaba que soñaba con ser una ama de casa y vivir al margen de la realeza y ese hombre que la escuchaba atento y estaba casado. Los rumores se extendieron y Cross debió renunciar.
Phillips tampoco era fiel. Con su metro ochenta y cinco y porte elegante, la seducción no le era ajena, lo que sí le era ajeno fue la discreción. El gran escándalo estalló cuando se supo que en 1985 había tenido una hija, Felicity Tonkin, en una relación extramatrimonial y cuatro años menor que su hija Zara. Durante cinco años pagó 80 mil dólares para que la mamá de la niña no contara de su existencia. Al parecer solo fue una relación de una noche y al saber del embarazo, Mark intentó convencerla de que abortara. Jamás conoció a su hija y la paternidad se confirmó por medio de una prueba de ADN tras una demanda en 1991. Dos años antes, Ana había anunciado que dejaría de vivir con su marido bajo el mismo techo.
Con Laurence se conocieron cuando todavía estaba casada pero la felicidad no era parte de su vida cotidiana. Él entró a trabajar al servicio de la Reina y pronto se ganó su cariño. La princesa era cinco años mayor que Laurence pero la edad no fue un problema para sentirse atraídos. Todo estalló cuando una serie de cartas de amor aparecieron en la redacción del diario The Sun. Como este medio sensacionalista no podía publicarlas sin ser demandado las entregó a Scotland Yard. El Palacio de Buckingham reconoció la existencia de los textos, aceptó que habían sido escritas por Ana y Laurence, pero aclaró que habían sido robadas.
Lo increíble de un episodio ya de por sí increíble fue la reacción de Phillips que ante la pregunta de los periodistas sobre las cartas de amor que escribía su hasta entonces esposa, se limitó a decir “Sé que Tim Laurence es un empleado. Salí de casa el viernes y no volví a hablar con la princesa Ana desde entonces. Llamaré a casa esta noche desde el teléfono de mi auto para averiguar qué está pasando”.
A los pocos días la Reina mostró su apoyo a Phillips al ubicarlo a su lado en una aparición pública. Pero el príncipe Felipe habría mostrado su furia al saber que su hija intercambiaba palabras de amor con un empleado. También mostró su desaprobación la reina Madre que opinaba que el matrimonio -feliz o infeliz- era para toda la vida y el divorcio era inconcebible. A Ana poco le importó, celebró su cumpleaños 39 con la presencia de Laurence y la ausencia de su marido.
La desaprobación familiar no impidió la boda. El 23 de abril de 1992, la princesa y Phillips se divorciaron, ocho meses después Ana se volvía a casar y el elegido era el hombre de las cartas. La boda fue en Escocia ya que la Iglesia de Inglaterra no la permitía a divorciados mientras el excónyuge estuviera vivo.
La ceremonia fue discreta, apenas 30 invitados. Asistieron la reina Isabel, el príncipe Felipe, la reina Madre, la princesa Margarita y el príncipe Eduardo, y los dos hijos de su matrimonio con Phillips, Peter y Zara. Al dar un segundo sí, Ana volvió a demostrar que era una mujer empoderada. Fue la primera divorciada real en reincidir en el matrimonio desde que Enrique VIII se casó con Ana Bolena en 1533.
Para su segunda boda, Ana no eligió un fastuoso vestido sino uno de dos piezas color marfil que ya había usado y unos zapatos viejos. Llegó conduciendo su auto y no arriba de una carroza dorada. El evento cerró el llamado “annus horribilis” de la Reina que incluyó el divorcio de dos de sus hijos, Ana y Andrés, el incendio del castillo de Windsor y un libro escandaloso de Diana.
Los recién casados no se instalaron en ninguna de las 30 propiedades, entre palacios, castillos y fincas, repartidas por Inglaterra Escocia e Irlanda que tienen los Windsor sino que alquilaron un departamento en el Dolphin Square de Londres. El lugar era acogedor pero pequeño, tanto que apenas contaba con una habitación extra para el custodio asignado por turno. Al tiempo se mudaron a Gatcombe Park y desde hace algunos años se afincaron en un apartamento del palacio real de St James. Laurence no recibió ningún título de nobleza por su matrimonio, pero el 15 de junio de 2011 fue nombrado caballero por la reina Isabel. Dejó su cargo en la Marina y asumió un puesto de escritorio en el ministerio de Defensa a donde llegaba caminando y no en autos oficiales.
Sin ser miembro de la realeza y despreciado por algunos por eso, Laurence poco a poco fue incorporando el porte aristocrático. Logró el acento para hablar y el modo de vestir de aquellos que “nacieron con coronita”. Mientras estaba en la Marina cada vez que regresaba al Reino Unido acompañaba a su esposa con sus compromisos. Siempre en un segundo plano y al parecer, contento con su rol. En 2010, ya retirado de la Armada y sin cargo oficial la siguió acompañando, a pesar de que oficialmente no debía “trabajar” por no pertenecer a la realeza.
En 2020, antes del cumpleaños 70 de su esposa, abandonó su habitual discreción para hablar en un documental. Según una reseña del Daily Mail reveló que, cuando se casó quedó “sorprendido” al descubrir que la familia real estaba “llena de risas”. Agregó que si bien las similitudes entre Ana y su padre eran conocidas “de lo que se habla menos son las similitudes con su madre, la Reina… El tema común es el humor, la diversión”.
Abandonando la habitual discreción contó lo que compartía con su esposa. “Somos tanto gente de mapas como de cartografía. Nos gusta saber dónde estamos y ver hacia dónde vamos. Ambos seguimos, con gran entusiasmo, al equipo de rugby escocés… que, no siempre gana”. Ante la pregunta acerca de qué lo separaba no habló de diferencias de clases, ni de cuentas bancarias, tampoco de carácter sino algo un poco más terrenal: “Ella creció con caballos, han sido parte de su vida y no es algo que yo comparta. Lamentablemente, nunca me ha dado la fiebre por la equitación”.
El momento más divertido y qué mostró un poco la razón por la cual la princesa se enamoró del plebeyo fue, cuando al hablar sobre el primer matrimonio de Ana con el capitán Phillips, lejos de descartar el tema respondió con humor: “Es bastante divertido que se haya casado primero con un oficial del Ejército y luego con un oficial de la Marina. Así que debe haber algo de ese mundo que le atrae”.
En los últimos años, ese hombre al que algunos miraban de soslayo y lo consideraban un arribista se ganó el respeto de la familia real. Cuando comenzaron las celebraciones formales del Jubileo de Platino de la Reina con el Trooping the Colour, por protocolo solo los miembros de la realeza que trabajaban tenían permitido aparecer en el balcón, pero hubo algunas excepciones. “Se espera que aparezcan los niños de Cambridge y Wessex, al igual que sir Tim Laurence, a quien la Reina estuvo encantada de contarlo como asistente frecuente y apoya a la Princesa Real en los compromisos oficiales”, anunció el Palacio.
Más allá de los anuncios ciertos y de los rumores inciertos que siempre rondan a la pareja -que no viven juntos, que no se hablan, que apenas se cruzan en compromisos oficiales- superaron las tres décadas juntos. Quizá no son un matrimonio apasionado, pero al menos son un matrimonio respetuoso, quizá no hayan sido fieles pero son leales. Nada mal para una princesa que soñaba con ser ama de casa y vivir alejada de la realeza.