La dirigencia de la revolución bolivariana corre a conversar con sus aliados internacionales. La precariedad de las finanzas venezolanas se suma a la falta de liquidez que ha dejado la salida Chevron del país, el descontrol de los precios y el endurecimiento de las sanciones impuestas por la Administración de Donald Trump a Caracas.
De visita en Moscú, invitado al desfile del Día de la Victoria contra el nazismo, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha firmado con su homólogo ruso, Vladímir Putin, -uno de los pocos en el mundo que ha reconocido su victoria electoral de julio pasado- una serie de acuerdos “de asociación estratégica” entre ambos países.
En la conversación que tuvo con su aliado venezolano, Putin comentó que la balanza comercial entre Moscú y Caracas ha aumentado un 64% en 2024 “y tiene perspectivas de seguir creciendo”.
La cadena estatal Venezolana de Televisión informó de que el acuerdo con Rusia “permanecerá efectivo durante los próximos 10 años”. El convenio abarca áreas como “hidrocarburos, finanzas, conexiones aéreas, tecnología, farmacia, cooperación militar y seguridad”
El canciller venezolano, Yván Gil, destacó las dimensiones del pacto, y comentó que “es la primera vez que un país latinoamericano firma un tratado de este calibre”. “Llega 80 años después del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Rusia y Venezuela”, agregó, hecho que el gobierno venezolano no se cansa de destacar. Dimitri Peskov, portavoz del Kremlin, comentó también que el acuerdo firmado “es un documento marco de peso, sustancial y muy importante”.
Venezuela ha podido tener avances en su cooperación con Rusia fortaleciendo sus equipos militares, produciendo armas de forma conjunta y dotando de una incuestionable eficacia los servicios de inteligencia del chavismo. Las inversiones petroleras rusas en Venezuela, sin embargo, no han sido tan abundantes como cabría esperar, al menos hasta el momento.
Hace unos días, la vicepresidenta de Venezuela y ministra de Hidrocarburos, Delcy Rodríguez, visitó Shangái para dar continuidad a varios acuerdos comerciales y productivos con el Gobierno y los empresarios chinos, con un énfasis especial en el tema petrolero.
El propio Maduro ha anunciado “nuevas inversiones de China”. Luego de un receso, Caracas y Pekín habían firmado, de nuevo, varios acuerdos productivos marco para darle soporte a otra “Asociación Estratégica” a todo evento, relanzada en 2023.
Esta vez Rodríguez se reunió con Dai Houliang, presidente del gigante estatal China Petroleum Corporation (CNPC), que había abandonado sus negocios en el país caribeño en 2020, para conversar posibilidades de inversiones y ventas conjuntas de crudo venezolano.
Durante años, China respaldó a la Venezuela chavista aportando cifras millonarias, en calidad de préstamos, para financiar algunos de sus fondos de desarrollo. Parte importante de este dinero fue malbaratado y mal ejecutado, desviado por la corrupción, dejando obras y acuerdos a medio terminar que terminaron por molestar a Pekín a finales de la década pasada.
Los chinos mantuvieron su respaldo diplomático a Venezuela, pero por un tiempo se abstuvieron de invertir en el país, esperando que Caracas comenzara a pagar sus millonarias deudas, cosa que ha venido haciendo.
Los retos comerciales del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el careo del Kremlin con Washington, todavía vigentes, abren espacio a Maduro para buscar amparo e inversiones en sus dos grandes aliados geopolíticos en un momento de aislamiento.
Mientras tanto, dentro del país, el panorama económico venezolano se oscurece de nuevo. La marcha de Chevron ha producido una caída en los ingresos nacionales que Asdrúbal Oliveros, director de la firma Ecoanalítica, calcula en el 50%, superior a lo inicialmente estimado.
El tipo de cambio se deprecia casi todos los días. El dólar oficial se vende hoy a 91 bolívares. El 31 de marzo, se tasaba en 69. Es extendida entre los expertos la impresión de que regresará una inflación anual cercana al 200%. En 2024 fue del 48%, siendo la primera vez en más de 10 años que se produce una inflación de dos dígitos.
Venezuela había surcado tres años de modesto crecimiento económico y baja en sus niveles de inflación luego del derrumbe total de su economía en los años anteriores. El crecimiento estaba respaldado, en parte, por el pulmón de algunas licencias especiales otorgadas a empresas petroleras estadounidenses y europeas para participar en la explotación del petróleo y el gas local por parte del Gobierno demócrata de Joe Biden.
Todo esto se producía en el marco de las negociaciones políticas que entonces Maduro estaba llevando a cabo con Washington antes de las denuncias de fraude de las pasadas elecciones presidenciales del 28 de julio. La estatal Petróleos de Venezuela ha mejorado un poco sus procesos internos luego de la debacle productiva de la década anterior, pero necesita mucho dinero y tecnología para encargarse por sí sola de los campos de petróleo extrapesado en los cuales estaba asociada con Chevron.
Venezuela depende como nunca antes de la inversión internacional para aumentar su producción de crudo y estabilizar sus cuentas. El Gobierno de Maduro se muestra animado, anunciando el aumento de rubros productivos no petroleros, pero en líneas generales la economía venezolana sigue siendo extremadamente vulnerable y débil en un escenario que tenga suprimida la posibilidad de un cambio político.
En sus buenos tiempos, especialmente antes de la llegada de Hugo Chávez al poder, la estatal PDVSA se encargaba por sí sola de toda la exploración, explotación, soporte técnico, investigación y venta del petróleo, el gas y todos los derivados energéticos y bituminosos que eran refinados y exportados a todos los confines del globo.
En una entrevista al periodista Román Lozinski en el Circuito Unión Radio, Oliveros planteó la llegada de una nueva contracción. “Los números que vemos para 2025 son de un deterioro significativo, y los principales perjudicados serán quienes dependen de un salario en bolívares; personas de la tercera edad y empleados públicos”, afirmó.