Abstenernos no es un acto de irresponsabilidad, tampoco significa quedarnos de brazos cruzados, es poner en evidencia que Nicolás Maduro cerró, al menos por ahora, la vía electoral como camino para una transición democrática en Venezuela. Alguna vez hubo un espacio, que permitía ganar elecciones, pero desde la derrota del régimen en el referéndum constitucional de 2007, el régimen decidió que aunque perdiera elecciones, podía utilizar el poder para desconocer la voluntad de la gente, y que podía crear instituciones paralelas o simplemente desaparecer las existentes. Los gobernadores tuvieron protectores, la Asamblea Nacional una Asamblea Nacional Constituyente y a la Alcaldía Metropolitana sencillamente la desaparecieron, a otros como Andrés Velásquez los robaron con actas en mano.
Maduro expropió las tarjetas y colores de los partidos políticos, inhabilitó a algunos de los principales liderazgos, persiguió a la oposición obligándolos a ir al exilio, a una embajada o a la cárcel. Los rectores fueron nombrados ilegalmente, incluso una Magistrada se designó rectora a sí misma.
Cambió las leyes electorales, los circuitos, el número de diputados, les quitó el voto a los pueblos indígenas y por si fuera poco, creó una oposición a su medida, poniendo la camisa de partidos de oposición a sus compinches. Esto sin mencionar, lo que podría hacer el día de las elecciones a través del chantaje, la violencia y las vocerías del CNE.
Al analizar a Maduro, hay que entender que su régimen, no sólo es un autoritarismo hegemónico, sino que tiene rasgos del totalitarismo comunista, hay que ver a la Unión Soviética y no a Pinochet para entenderlo. Busca controlar cada espacio de la vida pública, hay una red criminal, pero también hay ideología. Además confluyen los intereses de Rusia, Irán y sobre todo de Cuba.
Cada dictadura tiene sus rasgos únicos, no hay una salida que sea aplicable a todas. La salida en Venezuela tiene que venir acompañada de reorganizar a los partidos, no en función electoral, sino de resistencia ante las pretensiones totalitarias. Hay que movilizar a la ciudadanía y mantener toda la presión internacional que se pueda, hay que decidir cada acción pensando en si nos acerca o nos aleja de derrotar a la dictadura. Pero sobretodo hay que resistir, no hay salida fácil, no hay invasión, sólo lucha y sacrificio. Nadie puede dar una fecha de salida con precisión, hay que decir la verdad, no hay brujería que pueda predecir cuándo y cómo.
Para lograr el quiebre de quienes tienen el poder, hay que seguir luchando. Los políticos tenemos la responsabilidad de apoyar a la gente en medio de esta crisis, de seguir denunciando los abusos y de mantener viva la esperanza. Al leer a Havel o escuchar a Wałęsa, sobre las luchas de los checos y los polacos contra el comunismo, nos damos cuenta que mantener la esperanza viva fue su arma más importante, el principal daño que hacen estos regímenes es al alma de las personas, desmotivan, doblegan su moral. Por tanto, la esperanza es la mejor forma de resistencia y resguardarla es el rol del político en un sistema totalitario.
Por Jesús Armas