El dolor al respirar hacía llorar a Elkin, un carnicero contagiado en un mercado callejero de Maracaibo. Allí se generó el mayor foco de Covid-19 en Venezuela, que desborda a una otrora próspera región petrolera arruinada por apagones y una crónica escasez de combustible.
La proliferación de casos en el estado Zulia (oeste, fronterizo con Colombia) desató una situación “horrible” en el Hospital Universitario de Maracaibo, dice a la AFP Pilar, como pidió ser llamada para resguardar su identidad una enfermera con 15 años de experiencia que trabaja en ese centro de salud pública. “Estamos colapsados”, lamenta.
Varias alas del edificio se han convertido en “un infierno”, sin aire acondicionado, en una zona con temperaturas sobre los 40 grados centígrados y azotada por apagones que suelen prolongarse por horas, relata la mujer.
La falta de agua y la escasez de insumos completan el cuadro, con personal de salud moviéndose por los pasillos con batas empapadas de sudor.
“Si no lleváis agua de tu casa al hospital no te podéis bañar. Tenemos que carretear (cargar) botellones de cinco litros”, comenta Pilar. La precariedad, agrega, ha provocado una veintena de fugas de pacientes diagnosticados con el nuevo coronavirus.
Aun cuestionadas por organizaciones como Human Rights Watch, que las considera poco creíbles, las cifras oficiales en este país de 30 millones de habitantes han mostrado un salto desde poco más de 1.500 casos positivos el 1 de junio a más de 7.000 un mes después. El gobierno del presidente socialista Nicolás Maduro reconoce un “preocupante” incremento.
Transcurrieron 70 días entre el primer contagio registrado y el número 1.000. Y solo cuatro entre el caso 6.000 y el 7.000.
Zulia, la región más poblada de Venezuela, concentra casi un cuarto de los casos de la enfermedad que avanza en medio de una devastadora crisis económica.
– El origen del brote –
En su puesto del mercado Las Pulgas, Elkin trabajaba entre moscas que revoloteaban alrededor de trozos de carne apilados. Tras infectarse con el virus allí, contagió a su esposa, a cinco de sus ocho hijos, a su madre de 84 años y a un sobrino.
Hasta que fue cerrado temporalmente por las autoridades por un brote masivo, multitudes de compradores, muchos sin tapabocas, se aglomeraban en esta área comercial de 37.000 metros cuadrados con cientos de puestos de alimentos, algunos con productos contrabandeados desde Colombia.
“Ver a toda mi familia en el hospital me deprimió”, cuenta este hombre de 45 años, tras pasar 40 días en el Hospital Universitario.
Fue internado el 23 de mayo, un día antes del cierre, que provocó protestas de comerciantes que acabaron con gases lacrimógenos.
Ahora, aún sin fecha para reabrir, militares y policías coordinan el ingreso de camioneros que hacen fila para retirar mercancías. Trabajadores de la oficialista gobernación de Zulia rocían con agua clorada las instalaciones vacías, recogen basura y escombros, y corrigen fugas de aguas negras.
– Pruebas lentas y falta de insumos –
Pilar ha visto irse a 14 compañeros del hospital “por miedo a contagiarse”.
Ella misma espera resultados de test, pero la prueba de PCR, la más confiable, demora semanas.
Un único laboratorio, en Caracas, procesa los test PCR de todo el país. Las pruebas rápidas muchas veces arrojan diagnósticos errados: Elkin se hizo cinco que dieron negativo pese a presentar síntomas. Finalmente, confirmó su contagio por PCR.
“Creo que no voy más al hospital”, dice Enrique, de 65 años y asmático, que trabaja en el mantenimiento del centro de salud Universitario de Maracaibo.
Como Pilar, Enrique denuncia fallas en el suministro de implementos de bioseguridad en ese hospital. La ONG Médicos Unidos de Venezuela reporta una decena de muertes entre el personal de salud del país, siete en Zulia.
“Corresponden tres cambios mínimos por turno, pero solo nos dan un mono quirúrgico, una bata de cirujano, dos tapabocas de los normales de tiras, no mascarillas N95 de las que deberíamos usar, y un par de guantes”, sostiene la enfermera.
El hospital fue intervenido y Pilar reconoce que la nueva dirección comenzó a “hacerle cariñitos” a la instalación, aún insuficientes.
La precariedad se repite en otros sitios habilitados durante la emergencia. Pilar sigue de cerca los padecimientos de una compañera contagiada que lleva más de 30 días aislada en un hotel convertido en centro de cuarentena. “Un día me llamó a las cinco de la tarde. Todo el día sin comer”, dice.
Con hospitales y hoteles repletos, las autoridades zulianas empezaron a usar estadios, universidades y bibliotecas para aislar a pacientes asintomáticos. AFP
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