Espías rusos liberados durante un canje de prisioneros entre Rusia y las potencias occidentales contaron cómo fue su vida bajo una identidad falsa, en la que escondieron todo a sus hijos y olvidaron hasta su propia lengua materna.
Por Infobae
Artiom Dultsev y Anna Dultseva, de 40 años, fueron detenidos en diciembre de 2022 en Eslovenia. Llegaron al pequeño país europeo en 2017 con pasaportes argentinos. Vivían en Liubliana con sus hijos, bajo los nombres de Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Muños y utilizando una galería de arte y un negocio de informática como tapaderas.
La justicia eslovena condenó el pasado miércoles a la pareja eslovena a más de un año y medio de cárcel por “espionaje y falsificación de documentos”, una pena equivalente al tiempo que ya pasaron en detención.
Al día siguiente, el presidente ruso Vladimir Putin les dio personalmente la bienvenida en Moscú, después de que fueran canjeados en el marco de un gran intercambio de prisioneros entre Rusia y los países occidentales, el mayor desde la Guerra Fría.
El Kremlin reconoció que ambos eran agentes “ilegales” de los servicios de inteligencia rusos, es decir espías que no son informados por las embajadas y operan sin vínculos visibles para Moscú. Son entrenados durante años para hacerse pasar por extranjeros y luego son enviados a otros países para penetrar en diferentes estructuras. Ni sus propios hijos, usualmente, saben que sus padres son rusos.
En una entrevista en la televisión pública rusa, difundida el lunes por la noche, Anna Dultseva recordó el momento en que anunció a sus hijos que eran rusos y no argentinos, en el avión hacia Moscú.
“Le dijimos a los niños que somos rusos, que son rusos y que somos los Dultsev”, contó.
La pareja explicó que nunca habló ruso con sus hijos, sino solo español.
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