El inventario de políticos y politiqueros en extinción, está en proceso y es abundante. Fenómeno común, muy frecuente en la naturaleza, en la cual, avaricias, intereses, celadas, egos, merecen -al menos- curiosidad clínica. Se han observado huellas en el registro fósil que revela la geodesia. En épocas, hubo eventos cataclísmicos que, al cambiar, empujaron la desaparición de un porcentaje de quienes desvirtúan el arte y la ciencia de la política. Lo notamos ocurrir, a escala más pequeña, en nuestros días, cuando géneros desaparecen por efecto del ambiente corrupto, cinismo, burla e impudor. Se reconoce la insensatez, desde lo importante hasta lo frívolo, contagiado por la insalubre ignorancia, malsana menudencia y nociva insignificancia.
Asfixian representaciones insulsas de simpleza majadera, prevaleciendo bobadas noveleras. Hay montones de casos que referir. Sin embargo, la preocupación sobre el impacto de la codicia en la población, surgió, cuando se evidenció la infiltración de socios cohabitantes, cómplices y ladrones en las filas que promueven la libertad y democracia, y casi logran, la desaparición de los principios éticos, valores morales y buenas costumbres ciudadanas. Llegaron las inhabilitaciones arbitrarias, prohibiciones sin derecho a la defensa, destierros injustos y exigencias, cuando se detectaron, los endógenos dignos y honrados, sobrepoblaban; por lo que, había que depurar, de allí, traiciones e infidencias, emergieron y se comenzaron a conocer.
Desde entonces, la extinción se acelera, porque a los daños generales se le suman los de la decadencia, contaminación y ruina. El ritmo actual es enorme, superior en los últimos años, que el de cualquier otro período pasado. No rinden cuenta ni honran la palabra empeñada, provocando empobrecimiento cruel e inhumano, y si nada cambia pronto, familias extintas se contarán en millones.
¿Qué hacer al respecto? ¿Cómo pensar este dilema? ¿Proteger o asumirlo como parte oscura de la evolución? En el devenir de la vida, hubo y hay eventos terribles, la primera y segunda guerra mundial, la vergüenza del nazismo, el homicidio a mansalva de millones de judíos; el comunismo asesino y su costo terrible, la extinción sin miramiento de -al menos- 100 millones de inocentes; y por increíble, muchos se aferran a un socialismo hambreador, corrupto y sinvergüenza. Pero sin ello, el mundo tal y como lo conocemos no podría existir. Por lo tanto, ¿debemos estar agradecidos? Jamás podremos agradecer episodios contrarios a la vida. Lamentablemente, hoy, no hemos aprendido la lección. Y todavía se niegan a morir, dinosaurios y sus parientes.
El ocaso, es un suceso, que ocurre, y trae consecuencias. En especial, cuando se trata de un cambio radical en el árbol de la vida. Es decir, la extinción es la fuerza que elimina a los menos aptos y abre espacio para los mejor adaptados que vendrán, ya que la vida, de un modo u otro, parece siempre abrirse camino.
El tema del exterminio de principios y valores podría entenderse, pero no para encogernos de hombros y mirar hacia otra parte, sino para entender los riesgos que supone obligar a la vida escoger rumbos distintos. ¿Podemos predecir los que lograrán adaptarse al mundo contaminado de corrupción, putrefacto, que la revolución y el castrismo imponen? ¿Estamos en capacidad de renunciar a la democracia y libertad?
Delincuente se convierte en sinónimo de político. La extinción de la politiquería inculta, burda, grosera, no es un dilema únicamente destinado a esfumarse de la faz de la Tierra, sino para nuestras generaciones venideras, sometidas a una presión adaptativa que no se puede predecir. ¿A qué pandemias deberán enfrentarse? ¿A qué nuevas especies peligrosas? ¿Podrán adaptarse al mundo que estamos creando? No hay respuesta para esas preguntas, pero sí suficiente conocimiento para pensarlas, y la contestación debe ser, por lo tanto, el núcleo ético de nuestro comportamiento ciudadano.
Pero, empeñados en la absurda frivolidad, un dictador ignorante, se consolida y borra la huella de su antecesor, causando pugna, celos y resquemores. Ridículos, psicópatas y expresidiarios, disponen con pueblos esclavizados por décadas. Capacitados e idóneos no gobiernan, lo hacen ineptos y bandidos. La decadencia debe tomarse como un síntoma de un mundo que desaparece y otro, desconocido, que viene, y en el cual puede que no tengamos un lugar asegurado. A fin de cuentas, ¿Quién garantiza seremos los más aptos? ¿Y hasta cuándo podremos ignorar esta pregunta?
¡Vamos rumbo a la involución!
@ArmandoMartini