La mañana del 27 de octubre de 1961, Fidel Castro le envió un mensaje al presidente de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, donde le pedía que lanzara un ataque nuclear «preventivo» contra Estados Unidos si los estadounidenses se atrevían a invadir Cuba. Lo hizo en plena crisis de los misiles, cuando ya Estados Unidos conocía la existencia de las armas nucleares instaladas por los soviéticos en territorio cubano y el mundo estaba al borde una guerra nuclear.
El Cooperante | Elizabeth Fuentes
Así lo revelan los documentos desclasificados en Rusia sobre lo que ocurrió en aquellos días, incluyendo lo que pensó Krushov sobre la petición de Castro: «¿Qué es esto, una locura temporal o la ausencia de cerebro?» se enfureció Kruschov según demuestra un dictado que fue tomado por su secretaria. Al día siguiente, el 28 de octubre desmanteló los misiles sin siquiera informar su decisión al regimen cubano.
Y aunque Fidel Castro hizo lo imposible por desmentir ese rumor, los documentos revelados lo vuelven a dejar como un mentiroso gracias a esos documentos también se descubrió que la operación militar estaba condenada al fracaso y estuvo plagada de errores desde el principio. Errores que Vladimir Putin ha repetido en su invasión a Ucrania, como han detectado algunos expertos.
La llamada «Operación Anadyr», como se llamó el envío de misiles nucleares a Cuba, empezó mal desde que un general ruso sobrevoló la isla y advirtió que allí no había suficientes palmeras para esconder los misiles de los aviones espías de Estados Unidos, como en efecto ocurrió.
De hecho, cuando el comandante de las Fuerzas de Misiles Estratégicos Soviéticos, Sergei Biryukov, llegó a Cuba haciéndose pasar por ingeniero agrónomo y revisó la zona, llegó a la conclusión de que las palmeras sí podían camuflar los misiles. Asunto que trató de desmentir un asesor militar soviético ante el presidente Krushov, pero recibió una patada bajo la mesa de Biryukov para que se callara ya que la operación era indetenible. Encubierta como un «ejercicio militar cubano-soviético» , un entrenamiento de rutina, la excusa fue la misma que utilizó Vladimir Putin para invadir Ucrania al calificar la operación como un “ejercicio”, en el que los comandantes de tropa solo supieron la verdad a último momento.
La segunda gran falla en la instalación de los misiles en Cuba fue el desconocimiento del terreno y la electricidad: los refugios subterráneos que se debían cavar no se hicieron porque el suelo era demasiado rocoso y los equipos eléctricos soviéticos eran incompatibles con el cubano, de 120 voltios. Tampoco tomaron en cuenta el clima, la temporada de huracanes, ni que los motores soviéticos, diseñados para los climas de Europa, iban a ser corroídos por la humedad.
Y para culminar lo que parece una tragicomedia, todos estos percances obligaron a que el almacenamiento de las ojivas nucleares R-12 estuvieran ubicados muy lejos de los sitios de lanzamiento, de modo que los comandantes soviéticos en Cuba necesitarían entre 14 y 24 horas para transportar las ojivas una vez que recibieran la orden de disparar los misiles contra objetivos estadounidenses. Porque, valga el dato, solo los rusos y el gobierno de Moscú tenían el derecho del manejo de esas armas y los dirigentes cubanos eran invitados de piedra a una guerra que perderían en un santiamén.
Ahora, 61 años después de semejante fracaso, solo cabe esperar que Vladimir Putin se equivoque con la misma certeza que lo hizo otro que se creia invencible.