La guerra en Ucrania, provocada por la invasión rusa, entra en su segundo año con mayor incertidumbre de la que se tenía, incluso, cuando todo esto comenzó el 24 de febrero de 2022. Todo indica que se extenderá en el tiempo, algo que le da una ventaja a Vladimir Putin que sigue apostando al desgaste ucraniano y de sus aliados occidentales. Kiev está a merced, más que nunca, de la ayuda de los aliados de Europa y Estados Unidos. Esto hace que el resultado dependa más de la OTAN que de los dos países en conflicto. La decisión de la alianza occidental sobre qué armamento entregar a Kiev y con qué celeridad, va a determinar el curso de la guerra. Moscú sigue dependiendo, básicamente, de su arsenal nuclear, más allá de que aún no lo usó ni se sepa si tiene planes de hacerlo. Allí reside su fortaleza y la saca a relucir cada vez que puede como una de esas cartas mentirosas de los juegos de azar.
Un aniversario que estuvo marcado por dos discursos. La guerra de las palabras duró apenas unas horas mientras la otra, la de las balas, seguía su curso. La primera movida la hizo el presidente estadounidense Joe Biden. Tuvo un gesto extraordinario en el contexto de la diplomacia del siglo XXI. Viajó en secreto –incluso pasó diez horas en un tren bastante antiguo y sin mayor protección- para estar en Kiev junto al presidente Volodimir Zelensky. Disipó cualquier duda. Estados Unidos va a apoyar a Ucrania hasta las últimas consecuencias. Lo repitió explícitamente en su discurso del día siguiente en Varsovia.
La respuesta de Vladimir Putin desde el Kremlin no tuvo sorpresas. Jugó, una vez más, su mejor carta, la nuclear. Anunció que no va a permitir más inspecciones a su arsenal atómico como las que están contempladas en el tratado New Start. De todos modos, aclaró que no abandonará por completo el único acuerdo que existe hoy para evitar la proliferación de armas nucleares, pero que queda con las manos libres para armar y mover su arsenal más letal. No es una amenaza nueva, pero sigue siendo la espada de Damocles que cuelga sobre la cabeza de los europeos.
El elemento más novedoso que trajo este comienzo del segundo año de guerra es la entrada en escena de China. Lo había advertido una semana antes el Secretario de Estado, Antony Blinken, cuando dijo que “China está considerando seriamente la posibilidad de prestar ayuda militar a Rusia”. El miércoles se escenificó con la visita de Wang Yi, máximo responsable de política exterior del Partido Comunista Chino, a Moscú y una cálida recepción por parte de Vladimir Putin en el Kremlin. Incluso, se anunció una pronta llegada a esa ciudad del presidente Xi Jinping. “En este contexto, la cooperación entre la República Popular China y la Federación Rusa en la escena mundial es especialmente importante para estabilizar la situación internacional”, lanzó Putin en el tramo de la charla grabado para los medios.
Beijing ya se había colocado en el campo ruso cuando compartió la visión de Putin afirmando que los responsables de la guerra habían sido Estados Unidos y la OTAN por provocar a Rusia. Aunque se abstuvo de entregar armas estratégicas a las fuerzas del Kremlin. Hasta donde se sabe, sólo hubo algunas ventas de municiones de la que Rusia tiene una escasez tan grande como las fuerzas ucranianas. Si decide dar una ayuda más importante, como drones kamikazes y lanzamisiles múltiples, según se especula, la ecuación de la guerra podría cambiar. Arrastraría a la OTAN a una intervención directa y hasta podría convertir al este europeo en un escenario de la confrontación sino-americana.
En el escenario bélico, la tan mentada ofensiva que iba a lanzar el ejército ruso antes de entrar al segundo año del conflicto, nunca se terminó de materializar. Fueron apenas algunas ofensivas en los alrededores de Bahkmut, donde se registran los combates más duros, y en Lugansk, donde lograron romper la línea de defensa en la localidad de Kreminna. No se registró ningún avance significativo de ambas fuerzas en las últimas semanas. La dinámica viene siendo la misma desde hace unos 10 meses, el ejército ucraniano, con un importante apoyo estadounidense, fue superando a un ejército ruso incompetente hasta recuperar miles de kilómetros cuadrados y la única capital regional que Rusia había capturado, Kherson.
A pesar de los incesantes ataques rusos contra la infraestructura energética y los esporádicos bombardeos contra la población civil, Ucrania mantiene el pulso en el frente desde septiembre. Aunque los analistas militares creen que es probable que la dinámica de la guerra cambie en los próximos meses, a medida que Rusia mejore sus defensas y envíe más soldados al frente. Esto dificultará que Ucrania retome las enormes franjas de territorio que todavía están en manos de los invasores. El Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) cree que “todos estos factores hacen que el escenario más probable al entrar en el segundo año de la guerra sea un punto muerto en el que ninguno de los ejércitos pueda tomar mucho terreno a pesar de los intensos combates”.
En los últimos seis meses, las fuerzas ucranianas frenaron el avance ruso en la rica región del Donbas oriental, recuperaron una gran franja de terreno en el noreste y se hicieron con el control de Kherson, la ciudad clave del sur. Pero las victorias tuvieron un alto costo con miles de soldados ucranianos (unos 100.000) y rusos (el doble, unos 200.000) y la utilización de una cantidad inusual de municiones de artillería. Las fuerzas de defensa dispararon más balas (6.000 por día) de las que pueden producir los aliados europeos y estadounidenses y esto va a ralentizar cualquier ofensiva ucraniana.
Es posible que los enfrentamientos más duros se concentren en los próximos meses en el sur del país. Las fuerzas ucranianas se están preparando para un asalto en los alrededores de la estratégica central nuclear de Zaporizhzhia, que se encuentra en manos rusas. Desde allí se abastece, en gran parte, de energía el sur ucraniano, incluida la ocupada península de Crimea. El objetivo es romper la línea de suministros que pasa por allí y abastece a las tropas ocupantes en el este. Dos estrategas, ex altos militares estadounidenses, consultados por CNN indicaron que es probable que Ucrania recurra a operaciones encubiertas -similares al ataque contra el puente del estrecho de Kerch que dejó fuera de operaciones una línea de suministro rusa clave- y a ataques aéreos para debilitar las posiciones militares rusas en el sur y en la península de Crimea.