A un lado de la carretera Panamericana, en el tramo que comunica Los Teques con Las Tejerias, hay un sector denominado La Invasión. Fue fundado hace una década por un grupo de familias que, al no contar con techo propio, decidió tomar un pedazo de esa ladera y construir.
«El gobierno estimulaba en esa época la toma de terrenos vacíos», justifica Inés Rodríguez, madre soltera con tres hijos. Ellos habitan en una vivienda de menos de 50 metros cuadrados, junto a dos personas más, en la entrada del popular sector.
Un alto porcentaje de la población del Municipio Guaicaipuro que reside en barrios o en las llamadas parroquias foráneas vive bajo estas condiciones, en casas precarias que no superan los 60 metros cuadrados.
Se considera hacinamiento, cuando una familia de más de tres personas habita en una vivienda con un solo dormitorio. “A veces encontramos casos de hasta tres familias, con nueve integrantes, en casas sin patio ni ventilación“, añade Dayana Vargas, trabajadora social.
En espacios reducidos y viviendas precarias, dice Vargas, es muy complicado que una persona cumpla una cuarentena. “Se reproducen patrones de violencia, aburrimiento y estrés”, señala.
Inés Rodríguez, por ejemplo, dice que desde que se aplicaron las restricciones de movilidad le ha costado quedarse en casa. “Solo tenemos una cama y un mueble, así es difícil. Antes veníamos solo a dormir, ahora pasamos 24 horas aquí metidos”.
La convivencia empeora cuando se le suma las altas temperaturas – propias de la sequía – y la falta de agua. «No tenemos ventilador, no podemos echarnos una baño para refrescarnos porque no hay agua, es desesperante», narra la mujer.
Esa – asegura tajante- es la razón por la que sus tres hijos pasan el día jugando entre el patio y la calle que atraviesa la comunidad. «Si nos quedamos encerrados en este espacio nos encuentras muertos asfixiados», remata.
La situación de repite prácticamente en todos los sectores populares de los Altos Mirandinos. El viernes un grupo de familias habitantes del km 18 de la Panamericana cerraron la vía por falta de agua.
«Es desesperante estar encerrados sin agua», reseñaba una de las manifestantes, quien habita un casa junto a su esposo, cuatro hijos y suegros en la zona.
En ambos casos, las viviendas son hechas de bloques de cemento, lo que impide la entrada y salida de aire. También abundan los techos de zinc, un material económico pero más caluroso.
Para Vargas, las condiciones de vida son precarias en las zonas populares de toda la sub región altomirandina. “Es complejo pedirles que cumplan el toque de queda si viven en una casa calurosa, sin agua y poco alimento”.
Redacción El Tequeño
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