Qué sencilla se hizo la muerte. Cuán cerca la sentimos, temimos de ella como nunca, nos sopló el cuello con su aliento venenoso.
Por ahí anduvo desatada, en todas las esquinas. Se ensañó con nuestros abuelos, aunque también rozó la guadaña a mucha juventud. No vino solo en la minúscula forma de virus, también a través de métodos más comunes. Con llaneza, todos perdimos a alguien cercano o, cuando menos, conocido. Esto sin contar a aquellos famosos, ligados a la cultura y las artes.
En definitiva, 2020 fue un año en que notamos más a una compañera que siempre está presente y no podemos evitar.
Hubo también otras cosas. Por ejemplo, vimos actuar con su poca utilidad y eficiencia a las organizaciones internacionales; los gobiernos se vieron sobrepasados por la complejidad de algo que no se puede sobornar; los seres humanos nos volvimos a descubrir en la transitoriedad inevitable. Somos prescindibles para el universo.
Esto debe convocarnos positivamente. La vida es corta y tan complicada como nos permitamos hacerla más sencilla. A todos, pobres y ricos, los considero capaces de ser felices, con poco o con mucho. Hay poco tiempo, quién sabe cuánto, así que apurate a sonreír.
Se viene un 2021 en el que no puedo más que augurar mejores cosas, porque no hay imaginación posible para las maneras en que la realidad puede sorprendernos. Ojalá sea para bien. Yo, particularmente, trataré de vivir tan pleno como pueda, con pasión por lo que me gusta, amor a quienes quiero y batalla por lo que considero justo.
Pa’ Lante y con bendiciones.
Carlos Javier Arencibia
