Una mujer anciana se abrazó a un poste de energía y así se mantuvo durante cinco horas, para no ser arrastrada por la torrente. A ella se sumaron después dos hombres, hasta que los tres pudieron ser socorridos.
Esa tenacidad de sus vecinos por sobrevivir ante la furia de las aguas es la imagen que Luciano Moresco recuerda como medida de la violencia con que el caudal del río Taquari creció e inundó algunos barrios de su ciudad, Encantado, de 23 000 habitantes, en el sur de Brasil, el 5 de septiembre y los días siguientes.
“Sin los héroes anónimos que arriesgaron sus vidas, socorriendo gente refugiada en los árboles o techos, con sus canoas y otros medios, habría muchos más muertos”, evaluó el abogado y presidente del Consejo de Desarrollo del Valle del Taquari, en entrevista telefónica con IPS desde Encantado.
“Es alarmante la frecuencia con que pasaron a alternarse sequías e inundaciones en la Amazonia en este siglo”: Manoel Cunha.
Las lluvias torrenciales que azotaron el estado de Rio Grande do Sul, en el extremo sur del país, en septiembre, dejaron 50 muertos y ocho desaparecidos, según datos del sistema de defensa civil. De ese total, 43 perecieron en la cuenca del río Taquari.
Fue la peor inundación provocada por ese río en la historia, aseguró Moresco, de 50 años, con base en la buena memoria de su madre, de 84 años. Hubo una gran crecida en 1941 y otras desde entonces, pero “nunca alcanzó el techo de la casa de mi madre, como ahora”, avaló.
En la Amazonia, sequía
Mientras, en el otro extremo de Brasil, la Amazonia vive una sequía dramática, que provoca mortandad de peces y delfines, falta de agua potable en muchos poblaciones y el paro forzado de grandes embarcaciones.
“Acá en la cuenca del río Juruá no está tan grave hasta ahora, las embarcaciones de hasta 50 toneladas logran navegar sin atascarse, pero tememos un agravamiento en octubre”, apuntó Manoel Cunha, un líder comunitario de 55 años y actualmente funcionario del estatal Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio).
La sequía está peor en el río Solimões, que es como los brasileños llaman al río Amazonas desde la frontera con Perú, en el noroeste, hasta su confluencia con el río Negro, cuando entonces toma oficialmente el nombre de Amazonas.
La brusca reducción del caudal del Solimões dejó muchos pueblos aislados, casas flotantes en el suelo y masiva mortandad de la fauna fluvial.
“Es alarmante la frecuencia con que pasaron a alternarse sequías e inundaciones en la Amazonia en este siglo”, señaló Cunha, que vive en Carauari, una ciudad de 29 000 habitantes en la orilla del río Juruá, uno de los grandes afluentes del Solimões que nace en los Andes peruanos.
“El punto de partida para la secuencia más a menudo de esos eventos extremos es la sequía de 2005”, que desde entonces se repite aproximadamente cada cinco años, reconoció Cunha a IPS por teléfono desde Carauari.
Esa rápida repetición afecta gravemente la biodiversidad y se constata especialmente en la pesca, fuente de la alimentación y los ingresos de la población local. “El sistema ambiental y las personas no logran adaptarse a esa escalada de alteraciones climáticas”, sostuvo.
La sequía de 2020 impidió que los ríos pudieran llenar las lagunas donde se reproducen los peces. Eso provocó una caída de la pesca y por ende una “crisis alimentaria” en Carauarí, donde el pescado duplicó su precio.
Más grave es que, antes de recuperarse la fauna acuática empezó este año otra sequía que volverá a diezmar la cantidad de peces, con pérdidas que se prolongarán y podrán recrudecer en los próximos años, lamentó Cunha, un extractor de caucho natural (“seringueiro”), que se autocalifica como “prestado” al ICMBio para hacer la gestión de la Reserva Extractivista del Medio Juruá, área protegida que ayudó a crear en 1997.
Daños también por las inundaciones
Las lluvias excesivas también afectan las economías locales de la norteña región de la Amazonia, En 2021 las inundaciones duraron siete meses, un exceso en relación al usual de cuatro, máximo cinco meses. En consecuencia “mi hermano perdió 70 “seringueiras” o árboles de caucho, lamentó Cunha.
Seringueira es el árbol que produce el látex del caucho natural nativo de la Amazonia. Tiene el nombre científico de Hevea Brasiliensis y muere o deja de producir el látex si se llena de agua por demasiado tiempo, explicó.
El agua confirma así, en Brasil y el mundo, su rol de avanzada del cambio climático, un factor de movilización al golpear toda la sociedad de los territorios afectados.
Las sequías en la Amazonia es un contrasentido en el más grande bioma forestal húmedo del planeta, científicamente reconocido como una bomba biológica que produce y transporta las lluvias que abastecen buena parte de Sudamérica, especialmente su agricultura más productiva.
El fenómeno de El Niño, que recalienta las aguas del Pacífico, es el factor que está detrás de la nueva sequía amazónica y el diluvio en el sur de Brasil. Acelera así el círculo vicioso de la crisis climática que contribuye a la deforestación amazónica y ayuda a deteriorar el clima planetario.
Se prevén nuevas lluvias torrenciales en Rio Grande do Sul en los próximos meses. El Consejo de Desarrollo del Valle del Taquari ya aprobó medidas a fin de dar prioridad a la defensa civil para prevenir nuevos desastres humanitarios, según su presidente, Moresco.
El estado meridional creó 28 de esos consejos territoriales, compuestos de representantes de la sociedad y de los gobiernos locales, que deciden colectivamente donde invertir un pequeño presupuesto puesto a su disposición.
Riesgo topográfico
Las inundaciones en el valle del Taquari fueron brutales porque se trata de un río que nace en las montañas cercanas a más de 1200 metros de altitud. Las ciudades más afectada por los torrentes tienen altitudes de entre 58 y 77 metros sobre el nivel del mar, es decir el cauce fluvial presenta un declive de más de 1000 metros en una extensión de cerca de 300 kilómetros, lo que impulsa las aguas a una velocidad letal.
Pese a esa peligrosa topografía, no hubo avisos adecuados para que la población se preparara por la especie de tsunami que golpeó las ciudades del valle, pese a que los servicios meteorológicos habían anunciado lluvias intensas y un extraordinario ciclón, según Moresco.
El desastre desnudó la necesidad de fortalecer la defensa civil y el sistema de alerta, medidas ya evidentes por tragedias ocurridas en los últimos años en muchas partes de Brasil y del mundo.
Las lluvias llegaron con un ciclón extratropical que azotó el este del estado de Rio Grande do Sul con fuertes vientos el 4 y 5 de septiembre. Las aguas siguieron cayendo en casi todo el estado, a punto de inundar también parte de su capital, Porto Alegre, una ciudad con 1,3 millones de habitantes, tres semanas después.
Las inundaciones en todo el estado afectaron a 402 000 personas y más de 22 000 tuvieron que ser evacuadas.
El Niño Oscilación del Sur suele provocar lluvias intensas en el sur y sequías en el norte y nordeste de Brasil. Un calentamiento de las aguas del océano Atlántico, el único con que el país tiene costa, aumentó sus efectos climáticos.
Rio Grande do Sul, así como los dos otros estados brasileños de la región del Sur, acaban de sufrir tres años de sequías, lo que intensifica la impresión de que los eventos climáticos extremos aceleraron su ritmo en el país más poblado y con más territorio de América Latina, con 203 millones de habitantes y más de 8,5 millones de kilómetros cuadrados.
ED: EG