“Es el futuro del mundo civilizado el que está en juego”, con esas palabras, pronunciadas en el acto de instalación formal de la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU; febrero de 1946), Trygve Lie, primer Secretario General, cerraba su discurso inaugural resumiendo así la aspiración de paz permanente para todos los pueblos de la Tierra, luego de una cruenta guerra.
Traigo esas palabras a colación porque siento que ellas aplican perfectamente al presente y al futuro del planeta Tierra, liado en estos tiempos en una lucha sin cuartel por la preservación de los ecosistemas que garantice la sobrevivencia de las especies, incluida el Homo sapiens –nosotros –.
Es la ONU, con sus programas al respecto, la que ha asumido el liderazgo internacional sobre el cambio climático y el papel que los humanos tenemos en la alteración del equilibrio ecológico.
¿Cambio climático?, ¿qué es eso? En busca de respuesta consulto a Alicia Villamizar, una autoridad en la materia. Entre otros méritos, Alicia es profesora titular de la Universidad Simón Bolívar e Individuo de Número (electa) de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales donde coordina, desde 2014, la muy activa Secretaría Académica de Cambio Climático. Por 20 años se ha desempeñado como miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), autoridad global en ciencias naturales y sociales sobre el clima.
“Existen dos conceptos complementarios de cambio climático, el de la ciencia y el de la política”, me dice Alicia. El científico nos remite a variaciones estadísticas del clima en períodos prolongados por procesos naturales o inducidos. El político está dado por la Convención Marco de Cambio Climático de las Naciones Unidas (1992) que, en su artículo 1, lo define como “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables”.
La Tierra ha estado sujeta a ciclos naturales globales de enfriamiento (glaciación) o calentamiento (períodos interglaciares) a lo largo de millones de años, producto de múltiples factores. Sin embargo, la velocidad de calentamiento que observamos ahora no tiene parangón en la historia geológica del planeta. Ese aumento desmesurado en la temperatura promedio del planeta, no correspondiente al ciclo natural, es causado por acumulación de los llamados “gases de efecto invernadero”.
¿Qué son esos gases? Las evidencias científicas alrededor del tema son abrumadoras en señalar como responsables del aumento en la temperatura atmosférica a la emisión y acumulación de “gases de efecto invernadero”; es decir, dióxido de carbono (CO2), metano y óxido nitroso, generados por la actividad humana a partir de la revolución industrial iniciada a mediados del siglo XVIII.
Las mediciones de concentración de CO2 atmosférico en los últimos 800 mil años hasta inicios del siglo XX indican que ésta se mantuvo constante en el rango de 170 a 300 partes por millón, al tiempo que la temperatura promedio también fue estable. A partir de entonces, los humanos hemos aportado a la atmósfera alrededor de 50 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero provenientes sobre todo del uso de combustibles fósiles (petróleo y carbón), que han contribuido a un nivel actual mayor a 400 partes por millón.
Las temperaturas promedio durante la década 2011-2020 exceden las de cualquier otra década en 6.500 años ubicándose ahora en un peligroso aumento de 1,1℃, todo esto acompañado por sequías, inundaciones, tormentas frecuentes, que están afectando de forma dramática la vida en el planeta.
¿Qué propone el IPCC para detener este rumbo destructivo? Entre otros, estabilización del aumento de temperatura por debajo de 2ᴼC, para lo cual es imprescindible reducir drásticamente las emisiones globales de gases de efecto invernadero hasta alcanzar la emisión cero. De no lograrlo, el límite de 1,5ᴼC, establecido por el IPCC como la frontera entre lo peligroso y lo catastrófico, será irremediablemente rebasado en 2030 a más tardar, y el de los 2ᴼC hacia 2050.
Han sido muchos los convenios internacionales suscritos desde 1972, año en el que se celebró la primera Conferencia sobre el Medio Ambiente Humano en Estocolmo, bajo el patrocinio de la ONU. A esta siguió la «Cumbre de la Tierra» en 1992, en Río de Janeiro, donde se acordó la Convención de Cambio Climático, ya mencionada.
Desde 1995 se hacen reuniones anuales con la participación de líderes políticos, diplomáticos, científicos, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales (ONG) de los más de 190 países participantes, allí discuten las alternativas para reducir el impacto de las actividades humanas en el clima. De casi todas emerge un nuevo compromiso, un nuevo protocolo, así como mayores preocupaciones al constatar que las cosas no se mueven con la urgencia que exige la emergencia climática que nos amenaza a todos.
Es mucho el dinero involucrado en implementar los acuerdos sobre el clima y poca la voluntad de lograrlos, mientras el tiempo avanza sin acercarnos a esa reducción a cero que pudiera frenar el aumento de 2ᴼC antes de 2050.
Impacto del cambio climático en Venezuela
De seguir así las cosas, un aumento de temperatura entre 2ᴼC y 2,5ᴼC convertirá en inhabitable a la mayor parte de la franja tropical de América Latina. El efecto será más severo en las regiones más cercanas al ecuador y en altitudes más cercanas al nivel del mar, justamente donde se ubica Venezuela.
Venezuela posee sobre el tema ambiental un amplio conjunto de regulaciones constitucionales (artículos 127 y siguientes), 28 leyes, 55 decretos presidenciales, 6 resoluciones ministeriales y 47 instrumentos internacionales. Esa extensa normativa podría dar la impresión de que la materia ambiental se encuentra debidamente normada.
Sin embargo, según advierte la ONG Acceso a la Justicia, Venezuela se encuentra en mora respecto a los diversos tratados y acuerdos desarrollados en el ámbito internacional y, en concreto, en el entorno continental americano, sin que la creación de una Comisión Presidencial para el Cambio Climático en 2021 haya traído iniciativas al campo.
Alicia Villamizar me dirige hacia los diversos documentos publicados por la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman) a través de la Secretaría Académica de Cambio Climático que ella coordina. Muy bien documentados los reportes, escritos por unos 60 investigadores venezolanos, que me atrevo a calificar como únicos en el país.
Destaco los Reportes Académicos en Cambio Climático (Primer Reporte 2018 y el Segundo Reporte en ejecución); Aportes para la Actualización de la Contribución Nacionalmente Determinada (NDC) de Venezuela para el período 2020-2030 (2023); Lineamientos para la actualización del Inventario de Gases de Efecto Invernadero del País (en proceso de publicación); Compromisos de Venezuela con el Acuerdo de París, Parte 1 y Parte 2 (2022).
En estos rigurosos documentos se recogen temas referidos a la ciencia, las amenazas, la vulnerabilidad, la adaptación y la mitigación del cambio climático en Venezuela que deberían servir a los entes del Estado, a la empresa privada y la sociedad como guía para implementar acciones que respondan a los desafíos para Venezuela.
En la presentación del primer borrador del Segundo Reporte Académico de Cambio Climático en Venezuela, la Acfiman recordó que actualmente Venezuela ocupa el puesto 118 de 166 en el Reporte Global de Desarrollo Sostenible 2022, posición que refleja la carencia de un marco nacional de políticas y estrategias frente al cambio climático, e incumplimiento de los acuerdos internacionales suscritos.
La reducción en la emisión de gases de efecto invernadero, documentada en la última década en el país, no es resultado de una política orientada a lograrlo sino de la crisis económica que provocó la disminución de generación eléctrica, la reducción de la producción de petróleo y su refinación, y la caída en la producción de acero, aluminio y cemento.
El Observatorio de Ecología Política de Venezuela sostiene que “como productor de hidrocarburos, Venezuela debe iniciar y acelerar el gran viraje hacia un nuevo modelo de desarrollo que no se encuentre anclado únicamente a las industrias extractivas, que sea menos contaminante y más compatible con el efectivo ejercicio de los derechos humanos de las presentes y futuras generaciones”.
Insistente, Alicia Villamizar comenta: “En Venezuela estamos más vulnerables y más expuestos a los impactos del cambio climático, a lo cual se añade la crisis compleja humanitaria que conforma un marco de precariedad en todos los ámbitos del país”.
*Gioconda Cunto de San Blas es Ph.D. Bioquímica, Universidad Heriot-Watt, Edimburgo, UK y Lic. Química, UCV. Investigadora Emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) e Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman).