Desde hace varias semanas se viven escenas extraordinarias en Bolivia. Como informamos, el mes pasado el banco central empezó a vender dólares directamente al público después de que pareciera que las casas de cambio se habían quedado sin billetes verdes. Las colas para comprarlos se extendían por las calles de La Paz, la capital. El Banco Central ha dejado de publicar datos sobre sus reservas de divisas, lo que sugiere que le queda muy poco efectivo. El precio de los bonos del Estado se ha desplomado ante la huida de los inversores: un bono con vencimiento en 2028 cotiza ahora a sólo 48 centavos de dólar.
La pesadilla de Bolivia refleja varios problemas a corto plazo, como el aumento de los tipos de interés en todo el mundo y la subida de los precios del combustible a causa de la guerra en Ucrania. Todo ello ha encarecido el endeudamiento y el coste de las importaciones. Pero la verdadera causa de su difícil situación es un modelo económico imprudente que ha estado en vigor desde que los populistas de izquierda tomaron el control hace casi dos décadas. Cuando Evo Morales, antiguo cultivador de coca, fue investido presidente en 2006, declaró el fin de “la era colonial y neoliberal” y colgó detrás de su escritorio un retrato del Che Guevara, un violento revolucionario marxista, hecho con hojas de coca. Hoy se hace evidente todo el coste del populismo económico, así como tres lecciones para los muchos otros países latinoamericanos tentados por él.
La primera lección es antigua: no hay que contar con el auge de las materias primas. A Morales le tocó la lotería cuando llegó al poder, ya que los precios del gas natural se dispararon, proporcionando una ganancia inesperada al país, que aún hoy produce el 0,4% del gas mundial. Las exportaciones aumentaron. Bolivia fue capaz de acumular las mayores reservas de divisas de su historia: pasaron del equivalente al 12% del PIB en 2003 al 52% en 2012. Morales y Luis Arce, que ahora es presidente pero que fue ministro de Economía, utilizaron los ingresos para gastar de forma despilfarradora, entre otras cosas en subvenciones a los carburantes, que llegaron a representar casi el 4% del PIB en 2022. Desgraciadamente, los precios del gas y la producción han ido cayendo y el dinero se está agotando.
La segunda lección es que hay que tener cuidado con los tipos de cambio fijos. En 2008 se introdujo un tipo de cambio fijo, que desde 2011 se ha establecido en 6,96 bolivianos por dólar. Durante un tiempo mantuvo baja la inflación y sirvió de ancla para una economía con un historial de turbulencias. Pero, con el tiempo, la paridad ha resultado ser exorbitantemente costosa. En lugar de proporcionar estabilidad, ha embotellado los problemas.
Por último, la hostilidad hacia el capital privado acaba volviéndose en tu contra. Bolivia emprendió una oleada de nacionalizaciones que incluyó los yacimientos de gas y la red eléctrica. Su gobierno ha tratado a las empresas con desprecio. Como era de esperar, la inversión se ha reducido. El flujo de inversiones a largo plazo de las empresas multinacionales ha caído de un máximo del 12% del PIB en 1999 a una media de sólo el 0,1% en los últimos cinco años. Es probable que la inversión total sea sólo del 14% del PIB este año, la tasa más baja de Sudamérica. No hay grandes empresas que coticen en bolsa.