La cuarentena es un privilegio que muy pocos pueden cumplir en Venezuela. El sueldo, producto de una galopante inflación que rompe récords mundiales, no supera los 3 euros mensuales, por lo que el ciudadano común está obligado a salir a diario a la calle a buscar el alimento. La pandemia ha significado mucho más que un confinamiento que ya supera los 60 días. A la inflación se le suma la escasez de medicamentos y el colapso definitivo de los servicios públicos; sin agua, energía eléctrica, gas para cocinar ni gasolina, permanecer en casa se convierte en un secuestro.
En Los Salias, municipio ubicado a menos de 15 kilómetros de Caracas y del que tengo el honor de ser alcalde, hemos logrado, en trabajo conjunto con los vecinos, mantenernos libres del virus y buscar soluciones al caos. Mucho antes de que régimen hablara del covid-19, ya habíamos creado brigadas para recorrer nuestras escuelas e informar a los niños sobre las medidas sanitarias que debían asumir y enseñar a sus padres.
Incluso, entendiendo la magnitud de la pandemia y su rápida propagación, fuimos el primer municipio del país en suspender las actividades escolares, iniciando así una primera fase previa a la cuarentena. Gracias a la donación por parte del Gobierno de Taiwán de trajes especiales y termómetros infrarrojos, acordonamos la ciudad y tomamos la temperatura a todo el que entra o sale, hasta la fecha hemos verificado la salud de más de 140.000 personas.
Nuestros vecinos asumieron con responsabilidad el llamado de quedarse en casa y nosotros, claros en lo difícil que es permanecer encerrados con pocos alimentos, conformamos brigadas que cada mañana toman las entradas de supermercados, farmacias y centros comerciales verificando que se cumplan las medidas sanitarias.
La diáspora, más de 4 millones de venezolanos han huido de la crisis, dejó atrás a cientos de ancianos viviendo solos, a muchos de ellos, que no cuentan con recursos, le garantizamos alimentos -donados por vecinos- que entregamos en sus casas para evitar que salgan.
A través de un decreto, exhortamos a los comerciantes a instalar módulos de desinfección de manos en la entrada y a controlar la permanencia de personas dentro de los establecimientos, para evitar aglomeraciones.
La situación difícil, agravada en nuestro país por la crisis humanitaria que padecemos, ha significado para muchas personas un desequilibrio emocional, por lo que contamos con un equipo de psicólogos que, vía telefónica, asesora a todo el que amerite [necesite] ayuda.
Igualmente contamos con la red de teleconsultas médicas, conformada por medio centenar de especialistas en diferentes áreas que, previa cita, evalúan a nuestros vecinos, la mayoría atrapados en sus hogares tanto por la pandemia como por la escasez de gasolina.
Procuramos no solo una evaluación médica, sino que en la medida de lo posible les facilitamos los medicamentos a través de la Fundación Amigos por Venezuela, la cual dirige mi esposa Evelyn Morales de Fernández y cuyas medicinas las recibimos de España.
El año pasado, en una gira que realice por varias ciudades españolas, pude coordinar con muchos compatriotas residenciados en ese país, la donación de medicinas que hemos ido recibiendo poco a poco. Hoy día, producto de la paralización global por la pandemia, varias toneladas han quedado atrapadas.
Con música e incluso la presentación de reconocidos artistas, hemos llevado entretenimiento con conciertos sorpresas que organizamos desde las azoteas de edificios y que para la fecha lleva una docena de ediciones.
No tenemos recursos, los ingresos de las alcaldías han caído en un 85 % al permanecer paralizada la actividad industrial y comercial que pagan impuestos. Esto no nos ha detenido, por el contrario nos ha obligado a buscar alternativas que han resultado exitosas y que nos ubican como uno de los pocos municipios libres del virus en el país.
Hemos entendido que únicamente unidos, como familia, protegiéndonos los unos a los otros, no solo hemos resistido al covid-19, sino también a la peor crisis económica, política y social de la historia de nuestro continente.
No me cansaré de repetir lo orgulloso que estoy de ser alcalde de este pequeño pueblo enclavado en las montañas cercanas a nuestra Caracas, sino también decir que ojalá en algún momento de la historia de Venezuela, Venezuela se parezca a San Antonio de los Altos.
José Fernández «Josy» – Publicado en La Voz de Galicia
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