En 1985, en el apogeo de la Guerra Fría, el mundo enfrentaba una ola de infecciones y muertes provocadas por un nuevo y misterioso virus.
El síndrome de inmunodeficiencia adquirida, sida, había sido reconocido como una nueva enfermedad en 1981, cuando un número creciente de jóvenes homosexuales murieron de infecciones inusuales y cánceres raros.
Se sabía que afectaba además a usuarios de drogas intravenosas y que algunos la habían contraído a través de transfusiones de sangre.
Era, según informó la BBC en ese entonces, “una condición que expone a quienes la padecen a una amplia gama de infecciones y enfermedades. El sida parece eliminar la resistencia de los pacientes y, como resultado, suele ser fatal”. Años más tarde, el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) fue identificado como su causa.
La gente estaba asustada y en muchos países se lanzaron campañas de información. Pero no en Bulgaria, que en ese entonces era un régimen comunista estrictamente controlado.
Sus autoridades se negaban a reconocer la amenaza, que minimizaban, describiéndola como una “enfermedad gay” y un problema exclusivo del decadente Occidente, a pesar de que estudiantes extranjeros y marineros estaban muriendo en los hospitales búlgaros.
La experta
La doctora Radka Argirova, uno de los primeros virólogos del país, trabajaba en un instituto de investigación de alto perfil en la capital búlgara, Sofía. Había hecho su doctorado en el prestigioso Instituto Ivanovski de Moscú a principios de la década de 1970… y amaba su trabajo. “Trabajaba en uno de los laboratorios de la Academia Búlgara de Ciencias y había un laboratorio muy interesante para virología en ese instituto”, le dijo Argirova a la BBC.
Uno de los virus humanos que ella y sus colegas estaban estudiando era el VIH. Habían trazado su curso desde finales de la década de 1970 y se mantenían al día con la literatura científica de fuera del país. Pero aunque el virus era familiar, la devastadora enfermedad que aparentemente causaba seguía siendo un misterio.
Uno que a las autoridades búlgaras no les interesaba develar. Pero a la doctora Argirova, sí.
Plan para contrabandear
Salir de Bulgaria no le era fácil, pero en junio de 1985 Argirova tomó un vuelo a Hamburgo, en laa entonces Alemania Occidental, para asistir a una conferencia científica para presentar un estudio.
La conferencia era sobre la leucemia y sus posibles vínculos con ese nuevo virus.
Fue una reunión fascinante.
Asistieron varias de las grandes figuras del mundo de la virología, incluyendo el célebre investigador estadounidense doctor Robert Gallo, quien se haría famoso por su papel en el establecimiento del VIH como el agente infeccioso responsable del sida y por el desarrollo de la prueba de sangre del VIH, así como por sus importantes contribuciones a la investigación posterior del VIH.
Pero en ese momento aún no se sabía tanto.
«Nunca pensamos que se iba a propagar tan rápidamente porque este tipo de virus es difícil de transmitir, pero poco a poco se está extendiendo en diferentes regiones del mundo», le dijo Gallo a la BBC ese mismo año y agregó:
«Nunca anticipamos el alto grado de mortalidad con este virus. El porcentaje de personas infectadas que enferman gravemente es alto y va en aumento».
Un día, él y la dra. Argirova entablaron conversación.
«En esa época yo fumaba y él se acercó a pedirme un cigarrillo. Cuando supo de dónde venía, me preguntó: ‘¿Cuál es la situación con el sida en Bulgaria?’.
«Le respondí: ‘No puedo decírtelo porque no tenemos diagnósticos, así que no sé nada al respecto. Necesitamos hacer tests’. Me dijo: ‘Por favor, hágalos’ y le contesté: ‘Sí, pero no tengo el virus'».
Gallo halló una solución. Le pidió a un colega alemán que preparara el VIH en su laboratorio y lo empaquetara en un frasco del tamaño de un teléfono móvil moderno.
Días después se lo dieron a Argirova para que se lo llevara de contrabando a Sofía en su bolso.
«Era rojo y no se podía ver ni el virus ni las células. Era como el vino tinto y tenía dos frascos: uno de ellos con células infectadas y otro con células no infectadas», le cuenta la viróloga a la BBC.
«Tomé las pequeñas botellas, las puse en mi bolso y viajé a Frankfurt, donde tomé el vuelo a Sofía».
Miedo y envidia
Un amigo la recibió en el aeropuerto y juntos regresaron al laboratorio de Argirova en la Academia Búlgara de Ciencias para almacenar el virus a los 37 grados óptimos.
Pero no estaba segura de que las células del VIH hubieran sobrevivido el viaje a través de la Cortina de Hierro.
«Las células y el virus sufren un poco cuando no están a 37 grados y el viaje fue un pequeño shock para ellos, así que tuvieron que ir a la incubadora.
«Pero el lunes, me emocionó ver el buen aspecto de las células y empecé a recoger material».
Si bien las células del VIH empezaron a prosperar en su nuevo hogar, para Argirova las cosas tomaron un giro negativo.
La noticia de que había traído este virus mortal al país se difundió e incluso sus colegas científicos tenían miedo.
«Hubo mucha bulla al respecto en los periódicos y había personas que no estaban muy contentas con el hecho de que nosotros en el instituto teníamos el virus. Algunos tenían miedo, no sé por qué, y otros, tal vez, algo de envidia».
Y algo peor.
Interrogatorios
Argirova apareció en el radar de los notorios servicios de seguridad del Estado que la interrogaron durante meses sobre cómo demonios el VIH había terminado en Bulgaria.
«La gente del Ministerio del Interior comenzó a preguntarme todos los días sobre cómo Gallo me había dado el virus, por qué, cuál era su intención… Ese tipo de preguntas, todos los días, todos los días, todos los días. Me cansé de explicar».
A pesar de toda la oposición inicial, Argirova encontró aliados entre las autoridades comunistas, una brecha en el sistema que gradualmente se abrió más.
Finalmente recibió permiso para reunir a sus colegas y elaborar un sistema de pruebas.
En 1986 se instalaron 28 centros de ensayo en todo el país; dos millones de búlgaros se sometieron a pruebas de detección del VIH.
En un documental realizado tres años después, el narrador dijo que la radio, la televisión y la prensa informaban constantemente sobre el problema del sida.
El VIH y la enfermedad que causaba finalmente estaban en el ojo público, y la doctora Argirova y sus colegas pudieron centrarse en investigar a quién afectaba y cómo se transmitía, como ella misma les dijo a los documentalistas.
«Cualquier tipo de contacto doméstico, como compartir auriculares, platos o vasos no tiene absolutamente nada que ver con la transmisión de esta infección», explicó.
Cuatro años después de contrabandear el virus a su país en su bolso, a Radka Argirova le dieron el rol de educar al público búlgaro sobre el VIH y el sida y trabajar en su prevención.
Hoy en día es la viróloga de uno de los hospitales privados más grandes de Bulgaria. También es una de las expertas sobre covid 19 más reconocidas y confiables del país.