Lyudmila Gaidai celebró la Pascua del año pasado con sus hijos, pero este, las fuerzas rusas han bombardeado su ciudad, en el este de Ucrania, con tal intensidad que la iglesia cerró y todo el mundo tuvo que huir.
Pese a todo en su cocina, oscura y atestada de cosas, y con las ventanas tapadas con trozos de plástico porque las explosiones reventaron los cristales, la mujer, de 80 años, ha puesto en la mesa un pastelito tradicional de Pascua.
“Me gustaría que todo parara y que pudiéramos tener una verdadera fiesta de Pascua, para poner fin a todo eso, a las explosiones, a la guerra”, afirma Lyudmila, vecina de Chasiv Yar, con los ojos empañados. “Solo Dios sabe qué pasará”, añade.
De fondo, se escuchan los tiros de artillería, rusos y ucranianos.
La Pascua, la fiesta más sagrada del calendario ortodoxo, se celebra este domingo, tras un año marcado por la invasión rusa de Ucrania.
En Sloviansk, una ciudad de la misma región, soldados ucranianos colocaron varios cestos de mimbre con salchichas y huevos decorados.
Por su parte, los rescatistas siguen apartando escombros en busca de civiles sepultados, después de que un misil ruso impactara el viernes contra un edificio de viviendas, causando al menos 12 muertos.
Las alarmas aéreas resuenan y una veintena de hombres y mujeres, de uniforme, se ponen en fila y un cura los rocía con agua bendita. Detrás de él, varias mujeres canta himnos religiosos.
– “La vela se me cayó de las manos” –
“Los bombardeos eran tan intensos que la vela se me cayó de las manos. La recogimos y continuamos rezando”, cuenta el padre Mykola, hablando del ataque ocurrido dos días antes.
“Si eso hubiera ocurrido el año pasado, probablemente hubiéramos estado escondidos dentro de un refugio”, agrega, refiriéndose al hartazgo de los habitantes de la región oriental de Donetsk por los bombardeos.
El presidente Volodimir Zelenski felicitó a los ortodoxos ucranianos y les deseó “una fe inquebrantable en nuestra victoria”.
Pero a algunos soldados ucranianos de Sloviansk con los que habló AFP, la realidad y la brutalidad de la guerra les ha afectado espiritualmente.
“Lo he intentado”, afirma Natalia Melnyk, respondiendo a la pregunta de si cree en Dios. “Mi servicio hacia Dios y mi servicio militar son distintos. Creo en el hombre”, añade la mujer, de 40 años, oriunda del centro del país. Lleva cinco años en el ejército ucraniano.
Según el Instituto de la libertad religiosa, una oenegé, unos 500 edificios religiosos se vieron dañados por los enfrentamientos.
En una colina, la aldea de Bogorodychne está dominada por los restos de un monasterio, que perdió una de sus cúpulas en los ataques.
Evgueni es uno de los pocos habitantes del mismo que regresó, tras haber huido a raíz de un bombardeo el pasado mayo, al que sobrevivió porque se refugió en un sótano. Según cuenta, las explosiones fueron tan fuertes que le hicieron recular varios metros.
“Cada año, cuando reinaba la paz, celebrábamos la Pascua [en el monasterio]. Por supuesto, ya no podemos ir”, explica el hombre, de 37 años, dirigiendo la mirada hacia la iglesia destruida.
“No podemos permitirnos ir a Sloviansk. Allí hay bombardeos. Es mejor quedarse en casa”, sostiene.