Los espacios culturales en Venezuela han luchado silenciosamente por sobrevivir en medio de la crisis política y económica que atraviesa el país. En 2018 cerraron 80 librerías en el país, de acuerdo a la Cámara Venezolana de Editores (CAVE). Desde entonces, las santamarías no han dejado de bajar.
También en 2018, Lugar Común, ubicada en Altamira, cerró sus puertas tras siete años en el mercado. Durante 2021, cerraron otras dos librerías en Caracas: Entrelibros y Estudios, ambas ubicadas en el municipio Chacao.
Una de las últimas víctimas de estos sucesivos cierres fue Alejandría, ubicada en el centro comercial Paseo Las Mercedes de Caracas, que pasó el cerrojo definitivo a sus puertas el pasado 17 de abril.
Esta era la última sede de Alejandría, luego de la clausura de otros tres locales, dos en la capital y una en Mérida, que operó durante 25 años hasta 2020. En octubre de 2022, la librería anunció la liquidación de su inventario por cierre a través de sus redes sociales. Actualmente, continúa haciéndolo a través de Instagram. En una entrevista a Radio Fe y Alegría, César García, dueño de Alejandría, señaló que lo ocurrido fue «consecuencia de un proceso de deterioro continuo en el mundo de las librerías».
El sector del libro fue uno de los más afectados por el desplome económico de Venezuela. En el año 2013, dejaron de entregarse dólares preferenciales para el importe de libros por parte de la Comisión Nacional de Administración de Divisas (Cadivi), lo que ocasionó vacíos en los estantes de las ventas de textos nuevos, explica Mazparrote.
«Los libros desaparecieron del mercado venezolano», dice Ignacio Alvarado, dueño de la librería exprés Libroria y librero desde hace 18 años. Atribuye las razones al cese de la importación de libros y las distribuidoras, pero también sostiene que no hay mercado de libros en el país. «El público no existe. Se ha ido buena parte de él y lo que queda no tienen dinero para comprar libros. La consecuencia ha sido que murieron las librerías en Caracas», indica.
Las editoriales, las distribuidoras y las imprentas de libros también se vieron afectadas por la caída del consumo y por las dificultades económicas para la producción en el país. Los sellos editoriales Penguin Random House y Océano se fueron en 2014. En 2017, Ediciones B les siguió el paso, tras ser adquirido por el primero.
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