El informe de la ONU es un documento histórico que evidencia la resistencia del pueblo venezolano ante el socialismo del siglo XXI, doctrina que pretende reinterpretar la historia, borrar el pasado y la cultura del pueblo tal como presenciamos en Cuba y en los 15 países de la disuelta Union Soviética.
Una ideología con un pasado de genocidios, guerras civiles, hambre y destrucción que rápidamente transforma su pretendido humanismo en violencia progresiva, represión y aniquilación de la conciencia de los pueblos y que indefectiblemente terminan en las garras de cabezas exterminadoras: Stalin, Mao, Pol Pot, Fidel Castro y Chávez, concentrados en la eliminación de individuos, grupos y sectores que se resistan a la dominación.
El informe de la ONU muestra la violencia, pero también la resistencia del pueblo ante el intento de esclavización y sometimiento a un modelo contrario a la libertad humana. Aún desconocemos las estadísticas de las muertes realizadas en nombre de la revolución socialista, las cuotas se reparten entre los millones de crímenes de Stalin, Mao, Pol Pot y los otros de Fidel Castro.
Pero todo lo malo engendra su contrario, hoy constatamos que la violencia y represión ha generado anticuerpos. Venezuela, después de dos décadas de represión socialista, se ha convertido en un territorio propicio a la liberación de la influencia nefasta del colectivismo, marxismo, populismo. Es la gran oportunidad de conversión de la queja por carencias, las necesidades básicas insatisfechas por fines trascendentes, básicos para la aspiración de vivir en una sociedad distinta, donde el eje de la reconstrucción social radique en la responsabilidad individual y no en el poder ilimitado de un Estado que aplasta y se opone a la voluntad de los ciudadanos. El pueblo venezolano ha aprendido que las ideas socialistas constituyen el camino contrario a la libertad, el crecimiento y la paz social. El socialismo contiene en sus genes la muerte de la esperanza, no propone nada distinto a la lucha de clases, la destrucción de la propiedad y del potencial creativo del ser humano. Su alimento es el odio, un sentimiento fácil de propagar para esclavizar pueblos. Encender el reconcomio es un trabajo fácil, es reforzar y refugiarse en las debilidades, los traumas, las experiencias difíciles. Generar una voluntad de poder, capacidad de creer en sí mismo y en los otros es totalmente distinto, un camino arduo, de esfuerzos, responsabilidades, búsqueda de sentido de la vida como gran meta de todo ser humano.
Sin ingenuidades y falsos optimismos, hoy en Venezuela asistimos a una trascendente experiencia cultural, política y espiritual. Se experimenta la combinación de elementos que definen la potencialidad de una vacuna capaz de combatir la creencia en la pretendida superioridad moral del socialismo, su falsa preocupación por los pobres frente a una voluntad de cambio y libertad del pueblo. No se exigen prebendas ni nuevos subsidios, se busca un país para trabajar, construir, crear oportunidades.
Los ingredientes de la vacuna son, en primer lugar, la capacidad de detectar la mentira de quienes ofrecen el paraíso a cambio del sometimiento, CLAP por votos y sumisión; el segundo elemento de esta poderosa mezcla es la videncia para detectar los falsos líderes, aquellos que se revisten de un engañoso humanitarismo y a la vez ejecutan los peores atropellos contra el ser humano. Tales como el Che Guevara fusilando a supuestos traidores en la Sierra Maestra o Chávez condenando a 30 años de prisión a la juez Afiuni por televisión (sin juicio). Imágenes presentes, observables, pero no identificadas como representación del odio y la destrucción, hasta ahora. Pero, quizás el ingrediente más poderoso de esta vacuna es una dosis concentrada de voluntad de poder que permite creer a cualquier persona, en el pueblo más humilde, que si desea cambios tiene que luchar por ello y no simplemente sentarse a esperar la llegada de un ente de esta tierra o extraplanetario que lo venga a salvar. Esta es la lección que muestran los pueblos más humildes de Venezuela, caminan silenciosos, sin violencia, desarmados, manifiestan su rechazo ante la forma brutal en que han sido gobernados y engañados por líderes que en lugar de paraísos nos han sumido en el infierno.
Para todos ha sido la gran sorpresa ver a Urachiche, Nirgua, Yaritagua, Chacachacare, Las Vegas, Santa María de Ipire, Chivacoa, Puerto Cabello, Mérida, Payara y muchos otros pueblos marchando sin ningún liderazgo aparente, solo movidos por sus convicciones y por su afán de reconstruir sus vidas.
Estos componentes de la vacuna venezolana contra la opresión y las falsas promesas constituyen la experiencia política más importante vivida en Venezuela en la última década porque es una respuesta legitima, original, valiente contra la hegemonía cultural y los mecanismos de represión y violencia que han dominado durante los últimos veinte años.
En las cárceles venezolanas hoy se encuentran luchadores sociales, políticos, mujeres, hombres, junto a miembros de las fuerzas armadas que comprendieron a tiempo que su función no era reprimir a la ciudadanía sino por el contrario, su misión era defender, aportar la seguridad de que en este territorio se podía vivir y levantar nuevas generaciones.
Sin exagerar, la vacuna venezolana contra la autocracia, la ideologización socialista, la sumisión por subsidios y dádivas constituye la mayor hazaña del pueblo venezolano. Cada día amanecemos con noticias de ciudadanos caminando por las calles de sus pueblos, sin amenazar a nadie, sin propiciar vandalismos y saqueos de la propiedad ajena. Son conscientes de su deber ciudadano, contribuir a rescatar la libertad y por eso se ponen de pie, sin arengas, reclaman libertad, abrir las rendijas para cumplir con sus obligaciones y responsabilidades. No salen a pedir, simplemente caminan en busca de una sociedad distinta donde las instituciones no aplasten a los ciudadanos sino les sirvan. Esta es la vacuna venezolana que creemos firmemente podrán usarla otros pueblos latinoamericanos para acabar con el chantaje socialista que promete el cielo y nos lleva al infierno.
Isabel Pereira Pizani