Sundus Azza visualiza las noticias antes de volver a casa, buscando señales de que su trayecto que en condicionales normales lleva 30 minutos desde el trabajo podría convertirse en un viaje de cuatro horas. Cualquier incidente puede dificultar el retorno.
A veces, Azza espera a que su padre la llame para decirle si los puestos de control alrededor de su casa están abiertos. Tras 20 años viviendo en Hebrón, una ciudad de Cisjordania, ella está acostumbrada a planificar su día en función de lo imprevisible de la cotidianidad.
Los obstáculos a la circulación en Cisjordania han aumentado en los dos últimos años, impidiendo a los palestinos acceder a hospitales, centros urbanos y zonas agrícolas. Las restricciones y los retrasos son la nueva normalidad.
En una revisión de este mes, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocha) informa de un aumento de 8 % en el número total registrado de barreras físicas, de 593 en 2020 a 645 en 2023. Varían en escala, desde elaborados puestos de control custodiados por torres militares hasta un montón de piedras en medio de la carretera.
El número de barreras ha fluctuado en los últimos años. Sin embargo, la OCHA constata un notable aumento de 35 %, en particular en el número de puestos de control con personal constante en zonas estratégicas.
La zona C, el área que sigue bajo control administrativo y policial israelí, alberga la mayoría de las carreteras y la mayor parte de los obstáculos a la circulación. Abarca 60 % de todos los que padecen los habitantes de Cisjordania.
Según el derecho internacional, Israel debe facilitar la libre circulación de los palestinos en los territorios ocupados. Los puntos de entrada a las ciudades y las carreteras principales suelen cerrarse sin previo aviso por motivos de seguridad arbitrarios.
“El objetivo de las fuerzas de ocupación es asegurarse de que pueden aislar zonas enteras si la seguridad lo requiere”, explica Andrea de Domenico, jefe adjunto de la oficina de la Ocha para los Territorios Palestinos Ocupados en Jerusalén. “Siempre es un poco una incógnita: cuando sales, no sabes cuándo podrás volver”, añade.
Por eso, la mayoría de las actividades requieren una coordinación exhaustiva, ya sea que pueda pasar a tiempo un camión de bomberos por los puestos de control, filtrar a los pasajeros que suben y bajan de un autobús durante otro control o planificar un viaje para visitar a unos familiares.
Vida vigilada en Hebrón
La zona H2 de Hebrón es una de las más restringidas de Cisjordania. Cámaras de reconocimiento facial, detectores de metales e instalaciones de detención e interrogatorio fortifican 77 puestos de control que separan los diferentes sectores de la ciudad bajo ocupación y control de Israel.
Para llegar a su casa en el H2, Azza sabe que debe atravesar al menos dos puestos de control. Pero la planificación es difícil. No hay horarios concretos en que están abiertos y si están cerrados, no hay áreas de espera. Azza dice que cuando eso ocurre, se encomienda a que haya un guardia amable, que hable árabe o inglés, y al que le baste con explicarle que ella solo quiere llegar a casa.
El puesto de control cercano a la universidad de Azza estuvo cerrado durante tres meses tras un apuñalamiento en 2016.
Ella recuerda las calles atestadas de soldados mientras caminaba en el frío invierno. Una vez, Azza se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta para calentárselas, pero a 100 metros un guardia al que connocía le gritó que las sacase y mantuviese visibles. Ahora, Azza dice que es prudente incluso a la hora de comprar un cuchillo de cocina por el que podría tener problemas mientras lo transporta a casa.
Navegar por la histórica ciudad palestina, plagada de puestos de control, plantea otros problemas.
De Domenico cuenta la historia de una adulta mayor que dejó de salir para evitar el acoso de los soldados. “Si los colonos (israelíes) están en la calle, pueden atacarme cuando quieran”, dice Azza.
De Domenico afirma que los palestinos no suelen denunciar los incidentes a la policía israelí por miedo a que les retiren los permisos de tránsito como represalia. Además, llegar a una comisaría en un asentamiento israelí es todo un reto para los palestinos. Como sus vehículos no pueden pasar, deben caminar detrás de los automóviles israelíes enviados para escoltarlos.
Cuando los soldados le piden el documento de identidad, Azza dice que quieren su número de identificación, no su nombre: «Nos consideran un número”.
Los permisos como poder
Los permisos controlan la vida en los territorios palestinos ocupados.
Musaab, estudiante universitario en Nablus, presentó seis solicitudes de permiso para poder transitar por los diferentes sectores controlados por los israelíes, con el fin de ir a recibir tratamiento contra el cáncer. Todas le fueron denegadas. Finalmente se vio obligado a viajar a Jordania dos veces, sin su padre, para recibir atención médica.
“Esto es tan inhumano. ¿Cómo puede ocurrir esto en cualquier lugar del mundo? ¿Por qué me impiden acompañar a mi hijo? Solo quiero cogerle de la mano cuando le operen”, dijo el padre de Musaab a funcionarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Historias como la de Musaab son habituales, ya que a los pacientes de Cisjordania y Gaza se les impide recibir atención sanitaria debido a las restricciones de los permisos.
En 2022, según la Ocha, 15 % de las solicitudes de los pacientes para visitar los centros sanitarios israelíes de Jerusalén Este no fueron aprobadas a tiempo para sus citas. Además, 93 % de las ambulancias sufrieron retrasos porque se exigió a los pacientes que se trasladaran en vehículos con licencia israelí.
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La OMS informa de que las 160 000 restricciones físicas en la zona C han llevado a muchas comunidades a depender de clínicas móviles financiadas con ayuda humanitaria. Pero este año, el plan de respuesta humanitaria de la Ocha solo ha contado con 33 % de financiación.
La Ocha “advierte de que las necesidades humanitarias son cada vez mayores debido a las restricciones de movimientos de los palestinos dentro de Cisjordania. Esto socava su acceso a los medios de subsistencia y a servicios esenciales como la sanidad y la educación”, dijo Florencia Soto Nino, portavoz adjunta del secretario general de la ONU.
Levantar muros
Los muros agravan los ya muchos problemas humanitarios.
Una barrera construida en la actualidad en 65 % recorre la frontera de Cisjordania y el interior del territorio, a menudo insertando asentamientos israelíes, dividiendo comunidades y, en ocasiones, incluso atravesando literalmente las viviendas.
Para entrar en Jerusalén Este, las mujeres menores de 50 años y los hombres menores de 55 con documentos de identidad de Cisjordania deben mostrar permisos de las autoridades israelíes. Incluso así, solo pueden utilizar tres de los 13 puestos de control.
Los agricultores palestinos también han sido separados de sus tierras y de sus medios de subsistencia.
Según la Ocha, muchas granjas privadas han quedado atrapadas dentro de zonas que las fuerzas militares israelíes establecieron como zonas de fuego. Como consecuencia, a veces solo se puede acceder a ellas dos veces al año.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) informa de que el rendimiento agrícola de la región se ha reducido casi 70 % porque los palestinos han tenido que abandonar sus tierras.
El tamaño de la parcela de un agricultor determina cuándo y durante cuánto tiempo puede atenderla. Los agricultores deben coordinar las horas en que los soldados abrirán las puertas que les permiten entrar en sus tierras.
Las jornadas de cosecha son especialmente complicadas. En algunos casos, dice De Domenico, el permiso agrícola solo se concede al propietario de la tierra y a ninguno de sus jornaleros.
Mientras tanto, De Domenico describe Gaza, territorio separado de Israel por un muro de 12 metros de altura, como «una gigantesca prisión» para 2,3 millones de palestinos. Así que en ella se necesitan menos obstáculos físicos para limitar los movimientos.
“Es el único lugar del planeta donde, cuando empieza una guerra…, la gente no puede huir”, afirma De Domenico.
Convivir con la tensión
Riyad Mansour, observador permanente de Palestina ante las Naciones Unidas, expresó su decepción por «la parálisis de la comunidad internacional» a la hora de proteger a los palestinos de la discriminación, durante una reunión del Comité para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino a finales de agosto.
Al mismo tiempo, la Ocha está trabajando para facilitar corredores humanitarios que garanticen la prestación de servicios básicos, afirma De Domenico. Por ejemplo, la oficina ha ayudado a los profesores a llegar a comunidades donde los alumnos habrían tenido que caminar kilómetros si fuesen ellos los que tenían que desplazarse.
De Domenico añade que los informes pueden facilitar importantes debates. Se ha invitado a las autoridades israelíes, que se han opuesto a los materiales producidos por la Ocha en el pasado, a que acompañen a los agentes de la ONU en el trazado de nuevas barreras.
“Aun así, siempre existe la posibilidad de que la tensión flote en el aire, incluso para los agentes de la ONU”, afirma De Domenico. «Se vive constantemente con esta tensión», resume.
T: MF / ED: EG