Previo al cataclismo que sufrió la economía venezolana desde 2013, comprar en una cantina escolar era un proceso sencillo para cualquier estudiante. Solo debía recibir de sus representantes un par de billetes de baja denominación y entregarlos al vendedor a cambio de su par de empanadas o tequeñones. Incluso, de corresponder, les entregaban el cambio en monedas, que ahora prácticamente desaparecieron de la memoria colectiva del venezolano.
Por Tal Cual
Antes de que el bolívar fuese al gimnasio para ser «fuerte», y previo a desarrollar su sentimiento soberano, era una moneda fácil de utilizar. Para los niños de hoy es casi una fábula relatar todo lo que se podía comprar con un billete de 100 bolívares, el de más alta denominación en su tiempo, aquel de faz marrón.
Ahora, luego de las extendidas hiperinflación y devaluación, las finanzas se gestionan desde un celular, con herramientas como Pago Móvil, utilizadas para transferir fondos directamente desde las cuentas bancarias de los representantes, con los riesgos que esto implica.
Desde el otro lado de la acera, las cantinas han tenido que adaptarse para no morir. En un país donde se redujo excesivamente el consumo por la merma del poder adquisitivo, no podían darse el lujo de perder más clientes ante la ausencia de alternativas de pago. Por eso se actualizaron rápidamente y adquirieron puntos de venta, habilitaron el pago móvil de sus cuentas bancarias y, en algunos casos, obtuvieron hasta direcciones de Zelle para recibir pagos en divisas digitales.
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