Las prostitutas trans con las que Francisco compartió mesa: “Me dijo que no perdiera la fe, porque todos somos iguales ante los ojos de Dios”

Redaccion El Tequeno

El 11 de marzo de 2020, tres días después de que cerrasen todas las parroquias de Italia por el avance la pandemia, Don Andrea se asomó a la calle y se encontró una cola de personas que daba la vuelta a su iglesia en Torvaianica, uno de esos pueblos de playa a las afueras de Roma donde parece que la vida comenzó más tarde.

Por EL PAÍS DE ESPAÑA

Muchas de ellas, desesperadas, las primeras que acudieron a pedir auxilio, eran transexuales que se prostituyen y se juegan la vida cada día en la pineda que hay a pocos metros. Ya no tenían clientes. El dinero no alcanzaba, ni para comida, ni para medicinas. Andrea Conocchia, uno de esos curas de calle sin remilgos que gustaban al Papa, ni siquiera sabía que aquellas chicas eran transexuales. “Nunca había tenido contacto con ninguna”, explica. Llamó al limosnero del Vaticano, el cardenal polaco Konrad Krajewski, pidió ayuda y le mandaron dinero y comida inmediatamente.

El jueves por la mañana, tres de aquellas mujeres trans, las colombianas Yuliana y Diana y la uruguaya Marcela, comparten mesa en una de las salitas de la parroquia Beata Virgen Inmaculada. Todas son migrantes latinoamericanas y tienen mucha calle a sus espaldas. Además de todos esos elementos y de demostrar un sentido del humor desbordante —algo negro, para ser exactos—, podría decirse que comparten también su amistad con el papa Francisco, a quien veían regularmente desde hacía tres años. También ahora un enorme disgusto por su muerte. “La primera vez que le vi, el 27 de abril de 2022, le dije que había perdido la fe. Él me respondió que no dejase que eso sucediera, porque somos todos iguales ante los ojos de Dios”, dice Marcela.

Su historia, también la de Minerva, una peruana que se une a la conversación, tiene muchos rasgos más en común. Las tres huyeron de Latinoamérica. Demasiada violencia, maltrato y discriminación. A Diana le pegó tres tiros un tío suyo, explica levantándose la camiseta y mostrando la cicatriz que le recorre el vientre de arriba a abajo. Marcela escapaba de la represión policial y pasó tres años en París antes de aterrizar en Roma. Y a Yuliana se le hizo pequeña una Bogotá que no aceptaba la diferencia ni el proceso de transición que se disponía a empezar. Y todo iba relativamente bien, hasta que llegó la maldita pandemia. “Un amigo me habló del párroco que mediaba con el Papa para ayudar a la comunidad LGTBI y decidí venir”, explica Yuliana, con el pelo recogido con un pañuelo azul sedoso y unas gafas negras de folclórica.

Diana, de Colombia.
Minerva, de Peru.
Marcela, de Uruguay.
Yuliana, de Colombia.

La parroquia, con el apoyo del Vaticano, ayudó a todas las personas que lo necesitaron. Aquel grupo de mujeres trans, las cuatro primeras que habían acudido al lugar, le pidieron al cura agradecer personalmente al Papa su ayuda y le escribieron cartas contando sus casos. “Yo no le conocía personalmente”, dice el padre Andrea. Así que fue a través de la monja Geneviève Jeanningros, que hoy tiene 82 años, que conocía a Francisco y que entonces vivía en una caravana en un solar donde acampaban feriantes y trabajadores de un circo. Ella escribió al Pontífice y este respondió inmediatamente: ‘No quiero que vengan cuatro, sino todas. Todas, todas”. Geneviève, que desde hace 56 años ayuda a pobres, prostitutas y transexuales que trabajan en la calle y predica entre la gente del circo, dio la luz verde. “Esa mujer es un ángel”, recuerda Yuliana.

El limosnero, preguntado en su momento por aquel gesto de auxilio, quedó extrañado. “No entiendo por qué esto está generando tanta atención”, señaló a Reuters. “Es un trabajo ordinario para la Iglesia, es normal. Todo está cerrado, no tienen recursos, y fueron a su pastor. No podían haber acudido a un político o un parlamentario —porque no tienen papeles—. Y el pastor vino a nosotros”. Según el Movimiento Identidad Transexual (MIT), se estima que en toda Italia viven entre 7.000 y 8.000 migrantes trans que se dedican a la prostitución, la mayoría latinoamericanas de países como Brasil, Colombia, Ecuador o Perú, y que se concentran en los alrededores de grandes ciudades como Roma, Milán o Bolonia.

El Vaticano, con la autorización expresa de Jorge Mario Bergoglio, auspiciaba ya varios refugios para mujeres transexuales abusadas en Argentina, a las que apoyaba espiritual y económicamente. Pero la experiencia romana comenzó en ese momento y desde entonces se vieron cuatro veces. Siempre en las audiencias de los miércoles. “Algunos colaboradores se apartaban cuando llegábamos. Él era siempre afable y divertido, le encantaba bromear”, recuerda Marcela. Ahora, sin embargo, temen que las cosas vuelvan a cambiar. “La Iglesia se ha abierto enormemente con Francisco y muchas de las que no teníamos sitio lo hemos encontrado. Esperamos que después del cónclave, sea quien sea el nuevo papa, tenga la humildad de seguir caminando con los últimos y no deshacer el camino recorrido”, pide Marcela.

Padre Andrea con Diana, al lado de un pequeño altar de homenaje a Francisco montado en la Iglesia Beata Vergine Immacolata.
Padre Andrea con Diana, al lado de un pequeño altar de homenaje a Francisco montado en la Iglesia Beata Vergine Immacolata. Massimiliano Minocri

Francisco, como en la causa de los presos de las cárceles​​, a las que acudía a lavar los pies cada jueves de Pascua —también este año, cuatro días antes de morir—, se implicó en silencio en la vida de estas mujeres. En el escritorio de su oficina tenía desde hacía tiempo la foto de Naomi Cabral, una transexual argentina que un cliente estranguló en la habitación de un hotel cerca de Torvaianica. Francisco no quería olvidar las vicisitudes por las que pasan muchas de ellas. “Muchas de nuestras amigas han muerto desde entonces. Hace un tiempo asesinaron también a Lili, una compañera peruana”, recuerda Marcela. Le clavaron un destornillador en la nuca y la abandonaron en la pineda donde trabajan unas 40 mujeres trans. “No queremos que la olviden”.

El sábado, un grupo elegido por el limosnero —entre los que habrá migrantes, personas trans y seis presos— que han obtenido un permiso especial para salir de la cárcel, recibirá el féretro del papa Francisco en el atrio de la Basílica de Santa María la Mayor, donde ha elegido ser sepultado. Es la despedida que él quería. El lunes, las mujeres trans de Torvaianica, celebrarán una misa con Don Andrea en honor a su amigo Francisco.

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