En el fútbol habrá un antes y un después de Leo Messi, el futbolista que trasciende al fútbol, un jugador que se reinventa a diario, uno de los pocos representantes del fútbol champán y que en este 2019 luce su sexto Balón de Oro.
Messi siempre ha sido así. Desbocado y atrevido en el campo, discreto y ausente fuera. Ahora, con 32 años y con su sexto Balón de Oro en las vitrinas de casa, al jugador de Rosario le quedan pocos retos por conquistar.
Solo tiene una espina clavada, aquella final del Mundial de 2014, cuando Alemania le arrebató la Copa del Mundo que nunca antes había visto de tan cerca, pero teniendo ese objetivo entre ceja y ceja aún le queda una bala para cerrar esa herida.
En el Camp Nou temen el día que Leo diga basta. Nadie quiere pensar en el minuto después y hasta ahora no hay señales de agotamiento. El tipo que empezó regateándose hasta su sombra hace tiempo que ha añadido nuevos registros, como si un programador de videojuegos hubiera decidido ampliarle sus habilidades en cada temporada.
Antes regateaba, después se convirtió en un gran pasador, ahora regatea, pasa y lee el fútbol y ha mejorado ostensiblemente en el disparo y en los lanzamientos directos de falta. Leo se dosifica, minimiza el esfuerzo y cuando decide apurar su punta de velocidad los rivales temen.
Se mueve por sensaciones y siempre, o casi siempre, aparece en las grandes ocasiones. La última, en el Wanda para finiquitar el partido ante el Atlético de Madrid y dejar herido de muerte en la Liga al equipo de Diego Simeone. Y aunque en el último clásico no estuvo a su nivel, pudo desequilibrar el partido en una acción de las que nunca falla.
Por el camino regala asistencias y faltas. Disparos que hunden las redes. Ahora su gran reto, una vez culminada desde hace años su asociación letal con Luis Suárez, es completar una sociedad con Antoine Griezmann para intentar ganar una nueva Champions, porque ya sabe que la vuelta de Neymar jr., el hombre que tenía que sucederle en el ideario culé y futbolístico, no es posible.
Alguien dijo que Messi está por encima de los premios y que por justicia tendría que recibir cada año el ‘Balón de oro’, porque sus méritos están más allá de lo que consigan ganar su equipo o la selección albiceleste.
Y es que Leo no se baja del podio del ‘Balón de Oro’ desde 2007. Desde entonces seis veces lo ha levantado, las mismas que Platini y Cruyff juntos; las que suman Cristiano Ronaldo y Bobby Charlton; o van Basten, Beckenbauer y Zidane; o, si se quiere, los Balones que guardan en algún armario de casa Ronaldo Nazario, Di Stefano y Keegan.
Leo no parece tener límites y su llama no se apaga desde que su alma de potrero apareció en Newell’s y en Grandoli. De eso hace tanto que nadie, a pesar de las insistentes comparaciones, le ha podido hacer sombra.
El fondo sur del Camp Nou se prepara para afinar la voz en cuanto Leo arranca desde la banda derecha, busca una pared y hasta el portero contrario sabe que el balón acabará en la red de un tiro cruzado.
«Oh Leo Messi, Dios del fútbol, marca un gol…» le regalan los aficionados. La grada es una sonrisa compartida y Leo… Leo espera para intercambiar la camiseta con cualquier rival, puede que acabe llevándose el balón del partido a casa para regalárselo a Thiago o a Mateo, el terremoto de los Messi.
Mientras tanto desde la zona noble del Barça nadie quiere pensar en el día después. La grada sigue cantando: «Si intentas compararlo en evidencia quedarás, se regatea a todos justo antes de marcar…» y así en cada partido en el Camp Nou y fuera, hasta 617 veces en 704 partidos. Así es Leo, el rey del fútbol.