Cuando Los Amigos Invisibles regresan a Venezuela ya no lo hacen para tocar su música. Caracas se les presenta como una escenografía en la que alguna vez actuaron, en la que hoy se graba “una película parecida, pero que no es la misma”, cuenta en una entrevista por videollamada José Rafael Torres, el bajista de la agrupación, conocido como Catire.
De la ciudad, vaciada de caraqueños, han desparecido los bares en los que tocaban cada fin de semana y que, desde su fundación en 1987 como un experimento de un grupo de amigos del colegio, les permitieron convertirse una de las bandas más representativas de su país. Aunque dicen no tener certezas sobre muchas dinámicas de esa nueva Venezuela, ni manejan el lenguaje de la generación Z, con el álbum que lanzarán el 13 de junio prometen reinventarse, al tiempo que mantener su esencia funky, fiestera y sensual.
Como muestra, está el sencillo Wiki Wiki, cuya primera versión fue publicada en marzo, pero de la que planean hacer en total cinco propuestas. La segunda fue una colaboración con el cantante mexicano Jonaz, la voz principal de Plastilina Mosh, y con Mari La Carajita,una artista emergente venezolana que fusiona el género urbano con elementos folclóricos, y que se hizo famosa gracias a sus redes sociales. Atrás han quedado los tiempos de repartir volantes y discos. Fue así como, a mediados de la década de los noventa, el músico estadounidense David Byrne descubrió por casualidad a la banda, cuando encontró uno de los veinte CD que, como anzuelos, habían repartido en Tower Récords, en un viaje exploratorio a Nueva York.
Hoy, “eso sería imposible”, comenta Catire, empezando porque “las tiendas de discos no existen”. Para Julio Briceño, vocalista de la banda, ― y, junto con José Rafael, los únicos de los seis integrantes iniciales que permanecen―, “exponer tu talento en las redes sociales podría ser ese nuevo ‘repartir discos’. Sin ir más lejos, estamos hoy aquí haciendo la canción con Mari porque la descubrimos así”. Ella nació en 1998 y cuenta que creció escuchando a Los Amigos Invisibles en todos lados. Su objetivo en esta colaboración era aportarles ese elemento de la generación Z, del lenguaje de TikTok. “Fue un reto, pero me encantó”, comenta en la entrevista. El resultado es un tema que Julio define como “un afrotech bien sabroso”.
Catire admite que no le resulta fácil entender esas nuevas dinámicas. “Nosotros manejábamos el lenguaje de la Caracas de 1993. Ahí sí éramos unos duros [expertos]”. Ahora, dice, apelan a la intuición y al criterio musical, que no caduca. Sin embargo, cuando salen de gira ―como ahora, en su World Tour 2025, que incluye paradas en Estados Unidos, México, República Dominicana, Colombia, España, Francia y Países Bajos, entre otros países― descubren a muchos chicos jóvenes en sus conciertos, y se siguen sorprendiendo con la dimensión de la diáspora venezolana. “La gente aprecia que sigamos con la bandera de Los Amigos Invisibles. Para bien o para mal, somos como un consulado de la buena onda venezolana”, comenta Catire. “Sí ―añade Julio―, la embajada que no hay. En Estados Unidos no hay representación diplomática. Rompimos relaciones”. Aunque prefieren no hablar de política, Briceño ya lo ha dicho en muchas entrevistas: “No es el Gobierno que quisiera para mi país”.
“Como estamos girando desde el 98, hemos visto cómo cada vez había más venezolanos por fuera. Y bueno, el comentario general: ‘Me encantó el show, es que me hiciste recordar mis mejores días en Venezuela’. Qué chévere que fue eso y no que me puse triste”, comenta. Lo que más extrañan es esa Venezuela que era un eje cultural: la época de oro de Venevisión, los tiempos de Sábado Sensacional, cuando se llenaban los conciertos, los cafés y los cines. “Creo que a la cultura le pegaron una puñalada en el corazón, así como a las industrias artísticas”, sostiene Catire. Hoy, para cualquier artista es imposible hacer una gira nacional, porque falta infraestructura, inversionistas y patrocinadores, así como sitios para que se desarrollen bandas alternativas, explica Briceño. Sí hay artistas, pero ahora se dan a conocer por otra vía. “Se pegan en las redes sociales, en TikTok o a Instagram, no en shows en vivo”, explica Mari.
“Siendo el país en el que nacimos, el que más quisimos, en el que éramos más grandes”, relata Catire, a partir del 2013 nunca más los volvieron a contratar. Para él, “esa fue la última ruptura de corazón”. Ya lo había dicho en otra entrevista con EL PAÍS, en 2016: “Venezuela es como esa novia que te rompió el corazón”. Una a la que han querido tanto que su nombre apareció en los títulos de sus cinco primeros discos. Por eso la situación de su país “lo aplastó”, reconoce el bajista, pese que a que, como Julio, lleva muchos años viviendo en el exterior. “Esa Venezuela en la que mis papás me criaron para yo ser adulto no existe. Existe otra. Esa nunca existió. Sin embargo, como con la chica tóxica, quieres volver otra vez con ella, porque te apasiona, pero te vuelve a romper porque vuelve a pasar una vaina que te vuelve mierda”.
Los intérpretes de éxitos como La Vecina o La que me gusta ahora se enfocan en el futuro, en una versión funky de Wiki Wiki, en otra con tambores, y en una con Proyecto Uno, en versión merengue. Lo que no pueden ni quieren que desaparezca es su irreverencia: “Estamos ya viejos y ya no somos tan irreverentes, pero hace 30 años éramos de lo peor, ¿no? Nuestras letras eran hipersexualizadas, aunque después de Bad Bunny, somos unos nenés de pecho», comenta Catire, y se ríe. Detrás de sus letras ―“Quiero desde mi ventana/Saltar hasta tu cama/Y que sin miedo y sin freno/Me entierres tu veneno”― había un tono que Julio define como “sensualongo romanticón”, inspirado en Prince; conscientemente buscaban provocar, mas no ser vulgares. Cuando sacaron El disco anal, el nombre “más que todo nos daba mucha risa”, pero al final las canciones decían: “Te amo con todo mi corazón y no puedo dejar de pensar en ti”, tal como les sigue pasando con su país.