Los espíritus del tepuy

Redaccion El Tequeno

Vive allí, dentro de una de las formaciones geológicas más antiguas de la Tierra, desde el Precámbico – dos mil millones de años-. “Es el guardián del tepuy”, aclara Michael, cuyos antepasados, todos de la etnia pemón, juran que en algún momento de sus vidas vieron salir, desde las entrañas de la montaña, las bocanadas de fuego que emana Ñaguarí.

Michael Pinsón es Taurepan, uno de los tres grupos que conforman los Pemones, descendientes directos de los Caribes, tribu nómada y guerrera proveniente del Amazonas que tiene aproximadamente 300 años en la Gran Sabana, hogar de ese enorme animal con aliento de fuego. 

Michael es rápido, silencioso y observador. Con la destreza que caracteriza a sus antepasados prepara su guayare –bolso de confección artesanal- en el que carga hasta 60 kilos de peso, generalmente de turistas, que desean subir hasta la cima del tepuy.

“Existe un dragón que vive dentro del Roraima, le llaman Ñaguarí, hay que respetarlo, la gente ha visto el fuego que expulsa”, sentencia el  joven de 18 años mientras desencaja de sus hombros la pesada carga y se apoya sobre una piedra.

Mira fijamente la montaña mientras habla de ella, pero no siempre fue así. La primera vez que la subió como “porteador” jamás vio de frente a la “madre de todas las aguas”, todo el trayecto lo hizo con la mirada fija al piso, observando el camino, sin levantar la cabeza.

Tenia entonces 12 años de edad y sobre sus hombros soportaba 12 kilos de peso. Una cocina, bombona, carpas, ropa y granos, llevaba dentro del guayare que había confeccionado con sus propias manos.  “Mi mamá me dijo que no podía verla de frente –al Roraima- porque me podían llevar los espíritus”, recuerda.

Son los mismos espíritus que habitan el tepuy y que comparten morada con Ñaguarí, ese enorme guardián con apariencia de gran lagarto o cocodrilo, con alas, boca que escupe fuego, cuernos y gran ferocidad.

Michael, baja la voz conforme se acerca a la cima de la sagrada montaña. “Si tiras piedras, hablas duro, gritas o cantas, puede venir un viento fuerte, llueve sin cesar” susurra, mientras señala con sus manos las nubes que abrazan las faldas del tepuy más alto de la cadena de mesetas de la sierra de Pacaraima. Sus ojos irradian respeto.  

Recuerda como si hubiese ocurrido ayer su primera noche en la cúspide de la meseta. Luego de caminar varios kilómetros, atravesar dos ríos y ser bañado por el “paso de las lagrimas” –último tramo antes de hacer cumbre-, debió enfrentarse no sólo al miedo que las historias de su tribu le provocan, sino también a las bajas temperaturas.

“Me estaba muriendo de frío”, con esta frase resume el joven las largas horas que debió dormir a la intemperie; esa noche, luego de dos días de caminata, su papá le dio permiso para que en su próximo ascenso pudiera ver de frente la montaña, eso sí “con mucho respeto”. 

Desde entonces lo hace media docena de veces al año. En 6 días puede llegar a ganar varios dólares  con una sola carga, el dinero lo reparte con su familia y guarda cerca del 30 % para comprar zapatos. La irregularidad del terreno, así como la humedad –paso de ríos y constante lluvias- “destroza” los calzados en cuestión de horas.

Por los momentos, Michael calza unas crocs que combina con un mono azul marca Nike y una franela marrón con el logo de Okley, espera que, con las ganancias de esta temporada, pueda comprarse unos zapatos de marca, resistentes, especiales para el trekking.

Atrás quedaron los guayucos. “Eso ya no se usa” dice entre risas, y es que desde hace ya muchos años, el pueblo Pemón se ha ido “modernizando”, remplazando su tradicional vestimenta por ropa criolla-occidental, incluso adoptado en muchos casos nombres comunes.

Lo que sí no abandonan es el respeto que sienten no sólo por los enormes tepuyes que los rodean, sino especialmente por los espíritus y criaturas fantásticas que los habitan.  “Esa señora –el Roraima- es la madre de todos nosotros y como buena madre, hay que quererla, respetarla y adorarla”. 

Daniel Murolo 

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