El ADN de Simón Bolívar
En 2010, los delirios del gobernante de turno sobre la figura de Simón Bolívar lo llevaron a abrir el sarcófago donde reposan los restos del Libertador, a fin de hacer análisis químicos y genéticos que probaran su tesis de muerte por envenenamiento, ejercicio que no produjo resultados destacables, más allá de comprobar la ausencia de venenos y de agentes patógenos diversos, según se lee en el informe científico presentado en 2012.
También entonces se extrajeron muestras de María Antonia y Juana, hermanas de Simón, enterradas en la catedral de Caracas, a objeto de confirmar la identidad de los hermanos, a partir de ADN mitocondrial. El ADN es el material genético que se hereda, donde están los genes que nos definen; por su parte, las mitocondrias son organelos celulares que se heredan exclusivamente por vía materna, lo cual hace que hermanos nacidos de una misma madre tengan el mismo ADN mitocondrial.
Esta prueba, de la cual no he encontrado informe científico formal, solo una imprecisa nota de prensa, al parecer dio como resultado que Simón y María Antonia eran hermanos. Sorpresivamente, el cadáver enterrado en la cripta marcada como perteneciente a Juana resultaría ser el de una extraña, no relacionada con la familia Bolívar Palacios.
Pruebas genéticas forenses como estas son hoy herramientas rutinarias para resolver homicidios, paternidad, historias fascinantes del pasado. Sobre esto último converso con Ascanio Rojas, investigador del Centro Nacional de Cálculo Científico de la Universidad de Los Andes (CeCalCULA), en el estado Mérida, Venezuela.
Asesinato masivo en los montes Urales
18 de julio de 1918. Ese día en Ekaterimburgo, población perdida en los Urales rusos, la destituida familia imperial, integrada por el zar Nicolás II, su esposa, cuatro hijas y un hijo, más cuatro personas a su servicio serían asesinados por órdenes de las autoridades bolcheviques, en un acto que marcó el fin de la dinastía Romanov, luego de 300 años de reinado. Sus restos fueron quemados y enterrados en un lugar desconocido.
A mediados de los años 70 del siglo XX, se encontró en la zona una fosa común con los restos de nueve personas. Previendo que podrían ser los de la familia imperial, los descubridores guardaron celosamente el secreto hasta la caída de la Unión Soviética en 1991. Fue entonces cuando la ciencia se unió a la historia para dar identidad a los nueve personajes y así, genetistas rusos y británicos se unieron en afán detectivesco. Con técnicas modernas, basadas en análisis de fracciones de ADN, fue posible la identificación póstuma de los nueve esqueletos.
Me cuenta Ascanio que las pruebas genéticas para la determinación de sexo se hicieron con análisis de secuencias cortas repetidas en el genoma (STR, por sus siglas en inglés), comúnmente llamados microsatélites, específicos del cromosoma X o del Y, éste último exclusivo de sexo masculino, confirmándose la presencia de los cadáveres de cuatro hombres y cinco mujeres.
También se usó esa técnica para establecer la posible existencia del grupo familiar en los restos bajo estudio, resultando en un hombre y cuatro mujeres pertenecientes a una misma familia y los restantes cuatro esqueletos sin relación familiar ni entre ellos ni con el grupo familiar ya determinado.
Para establecer que el grupo familiar de dicha fosa pertenecía sin duda al linaje Romanov, se buscaron descendientes del zar y la zarina para proceder a análisis genéticos. Uno de ellos fue el príncipe Felipe, duque de Edimburgo y esposo de la reina Elizabeth II de Gran Bretaña, de cuya muestra se comprobó su relación directa por vía materna con la hermana de la zarina y, por ende, con la zarina y sus hijas.
Con estos resultados y otros más, se pudo establecer la relación familiar entre cinco de los nueve esqueletos en esa fosa: el zar Nicolás II, la zarina Alexandra y tres hijas (las grandes duquesas Olga, Tatiana y Anastasia); los cuatro esqueletos restantes eran de los servidores que acompañaron a la familia imperial en su exilio y muerte. Los restos de los hijos faltantes (el zarévich Alexei y la gran duquesa María) fueron encontrados en 2007 a unos 70 metros de la fosa original y sometidos a los mismos análisis. De esta manera se resolvió científicamente la interrogante sobre el destino final de la familia imperial rusa.
Los avatares político-religiosos sufridos por estos restos luego de sus correctas identificaciones por métodos científicos forman parte de la historia y sobrepasan las intenciones de este artículo.
Las identidades perdidas y reencontradas
Recuerdo con Ascanio el caso emblemático en nuestro continente, relativo al robo y adopción ilegal de unos 500 bebés nacidos de madres presas en las cárceles de la dictadura argentina (1976-1983).
Para impulsar la búsqueda, recuperación y atención especial de sus legítimos nietos, las abuelas crearon la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, organización enmarcada en la defensa de derechos humanos (DDHH) relativos a la identidad. Hasta ahora, se ha restituido la identidad a 133 personas secuestradas en su nacimiento, con métodos similares a los descritos en párrafos anteriores.
Para esto, el gobierno argentino ha puesto a disposición de la ciudadanía el Banco Nacional de Datos Genéticos de Argentina, el cual cuenta con la asesoría, entre otros, del genetista argentino y defensor de DDHH Víctor Penchaszadeh, quien vivió parte de su exilio en Venezuela como investigador en el Laboratorio de Genética Humana del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, entonces bajo la jefatura de Sergio Arias Cazorla, y luego como profesor en la Universidad Central de Venezuela.
Para acertar en la identificación de los nietos, y dado que los padres biológicos no existían, una vez hechos los análisis genéticos hubo que crear una probabilidad de certeza o “índice de abuelidad”, fórmula estadística que permitió establecer dicha identidad con 99,99% de certeza, suficiente para que el índice fuese aceptado por los jueces.
Una serie de TV, “99,99%. La ciencia de las abuelas”, relata la gesta de las Abuelas de Plaza de Mayo por lograr rigor científico en la búsqueda de sus nietos. De nuevo, la ciencia se ha unido a la historia para hacer valer la defensa de los DDHH ante los abusos y las arbitrariedades de dictadores de todo pelaje.
Los esclavos y sus descendencias
El descubrimiento de una fosa común encontrada en Maryland cerca de Catoctin, una fundición de hierro que funcionó desde 1774 hasta 1903, hizo posible analizar el ADN de 27 esclavos muertos hace siglos y relacionarlos con 42.000 parientes actuales en Estados Unidos, casi tres mil de ellos descendientes directos, recuperándose de esta forma los orígenes de miles de familias afroamericanas de cuyos ancestros no había registros.
Para ese estudio se contó no solo con el aporte de expertos en ADN antiguo, sino también con la inmensa base de datos de la empresa 23andMe que contrastó los genomas completos de 9,2 millones de norteamericanos que habían autorizado el uso anónimo de sus genomas en las pruebas, contra determinadas secuencias de ADN moderno idénticas a las de los 27 esclavos enterrados entre 1774 y 1850, con los resultados ya mencionados.
Si faltaban pruebas de abuso sexual de amos blancos sobre esclavas, este estudio reveló que la mayoría de esclavos en esa fosa común descendía por línea paterna de hombres blancos originarios de Inglaterra e Irlanda, y por línea materna de africanas originarias de Senegal, Gambia y África Central, trasladadas a Maryland en barcos esclavistas británicos.
Llegados a este punto, Ascanio me plantea la posibilidad de conversar sobre epigenética en estudios de poblaciones como estas, lo cual será motivo de un nuevo artículo en futuro próximo.
Estas pocas historias dan cuenta del potencial de la genética en los estudios históricos. En eso pensaba cuando supe de la existencia de dos osarios subterráneos en la caraqueña Iglesia de San Francisco. Allí el arqueólogo Luis Guillermo Román ha estudiado ese espacio y concluye que uno de los osarios “incluye a condes, marqueses y principales de Caracas, miembros de la clase pudiente de la ciudad que pagaban para ser enterrados en los templos. El otro debe ser de representantes de la Iglesia”. ¡Qué interesante sería unir al arqueólogo con el genetista y quizás descubrir antiguas historias de los amos del Valle!
*Gioconda Cunto de San Blas es Ph.D. Bioquímica, Universidad Heriot-Watt, Edimburgo, UK y Lic. Química, UCV. Investigadora Emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) e Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman).
Gioconda Cunto de San Blas